CAPITULO 33

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Un anciano que se encontraba en una posición entre sentado y acostado en su reposera, les permitió el paso, por lo que Kara y Mel abordaron por la escalerilla que daba acceso al barco.

La mujer había hablado con diversos capitanes y marineros en los últimos días. A pesar de haber ofrecido sumas importantes de dinero a cada uno, ninguno se mostró cooperativo a la hora de emprender un viaje hacia la cuna del último gran catástrofe natural sufrido en el planeta.

De todas formas, ahora contaba con una pequeña ayuda extra que esperaba diera las vueltas a esta complicada situación. Esta vez, volvería a intentarlo con el primer barco que había investigado al llegar.

El S.S. Libertaria.

Caminaron por la cubierta con el fuerte sonido de las olas y la ferocidad del viento golpeando a su alrededor. La tormenta que cubría la totalidad de los cielos caribeños y sus alrededores no tenía ni la más mínima intención de decrecer.

Por esa misma razón, la cubierta se sentía mojada y resbaladiza bajo los calzados de ambas mujeres. Aquí y allá, algunas cuerdas se balanceaban entre los mástiles, tan mojadas que parecían gemir bajo su propio peso. Los barriles de madera, acomodados en los laterales del barco, habían sido fijados con correas de cuero de aspecto resistente, que chirriaban, tensas, con los vaivenes del oleaje en el puerto y el viento sacudiendo el navío.

Los rayos de sol, que habían estado escondidos tras las nubes grises durante todo el día, se filtraban con mucha suerte durante unos segundos, brindando un poco de claridad en algunas zonas de la embarcación en dónde las chicas caminaban, haciendo resplandecer cada gota de agua como si fuesen pequeñas piedras brillantes incrustadas sobre la cubierta.

Los barrotes de hierro del pasamanos brillaban como si fueran de plata, Kara se tentó a sujetarlo mientras perseguía con su memoria el mismo camino que había trazado la primera vez que había venido, pero finalmente decidió que prefería mantener sus manos secas.

El aroma a madera y salitre, mezclado con el húmedo y dulce aroma de la lluvia, penetraba en las fosas nasales de cualquiera que se atreviera a respirar profundamente.

El barco crujía y se movía bajo los pies de ambas, como si tuviera vida propia. La madera chirriaba, como si protestara por el peso que soportaba, mientras que las cuerdas sonaban como un coro de fantasmas quejándose.

En el horizonte, apenas visible por la lluvia que aún caía a lo lejos, se veía una mancha oscura que parecía aumentar de tamaño cada vez que se la contemplaba. Era la dirección exacta hacia el mar caribe. Kara sabía que exponía su suerte al intentar llegar hasta allá, pero algo adentro de ella la movilizaba a ignorar toda posibilidad de peligro e intentarlo de todas maneras.

Al llegar al final de la cubierta, subieron por una pequeña escalera que conducía a la segunda cubierta, en el segundo piso, donde se encontraban las cabinas de los pasajeros. Allí, caminaron por un pasillo exterior estrecho, flanqueado por varias puertas cerradas hasta que conectaron con otra escalera que les dio acceso a la puerta de la cabina de mando del capitán.

No hizo falta tocar, él vio a Kara desde la ventanilla de la puerta, y tras echar una mueca de aparente disgusto, decidió abrirles la puerta y permitirles el acceso.

—Hola, soy Kara. Gracias por volver a recibirme. ¿Me recuerda?

La cabina estaba amueblada con una mesa grande de madera y una serie de mapas y herramientas de navegación en las paredes. Había una ventana en la parte trasera que permitía ver el océano y el horizonte lejano.

—Sí, la chiflada en búsqueda de un esposo perdido que quería adentrarse al caribe. ¿Cómo voy a olvidarla? Es la única que ha querido contratarme en todo este tiempo.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora