El collar

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Hay muchos tipos de frío.

En ese momento, sientes un frío diferente al que recordabas, un frío que se pega a los huesos hasta hacerlos pesados, que los endurece hasta que crujen con el más mínimo movimiento.

Miras a tu alrededor, para tu desgracia, reconoces el lugar. La morgue donde viste por última vez a Manuel, donde te atacó.

Te llevas las manos a los brazos tratando de calentarlos mientras avanzas por la sala. Tus pasos resuenan con fuerza sobre el brillante suelo y la única luz que se encuentra sobre tu cabeza no deja de titilar. Sientes como algo te observa desde las sombras y rezas para que la bombilla aguante lo suficiente, no quieres quedarte solo en la oscuridad, de hecho, es el no estar solo lo que te preocupa.

Te acercas a la camilla donde reposaban los restos mortales de tu amigo. Lo recuerdas perfectamente; su tono pálido, sus mejillas hundidas, sus marcas de rozaduras recorriendo su pecho... Te detienes extrañado, no te percataste en su momento de ese detalle.

Quieres salir de allí, informar a los agentes, preguntarles si saben a lo que se deben esas marcas, es entonces cuando se mueve.

Lo hace cuando te das la vuelta para salir, como si estuviese esperando tu inevitable huida. Al principio es un inofensivo sonido, un crujido que, para tu desgracia, reconoces a la perfección, y es que el sonido de sus huesos al romperse y rozarse en su carrera hacia ti no quieren abandonar tu mente.

Los sonidos aumentan, cada uno de ellos implica un nuevo movimiento, temes girarte a mirar. Sin embargo, lo haces con la respiración contenida y el corazón amenazando con salir de tu pecho.

No es Manuel, sino Camila. 

Como siempre, eres incapaz de distinguir su rostro entre una maraña de sombras, a excepción de sus ojos, esos enormes ojos rojos que te miran con atención, casi puedes ver una profunda ira en ellos.

Ambos os detenéis en lo que parece una eternidad, os observáis con una determinación pasmosa, hasta que ella da el primer paso. Salta de forma sobrehumana, moviéndose por las paredes y el techo como si de una araña se tratase, avanza rápido pese a sus extremidades deformadas, acercándose a ti.

Entonces corres, corres lo más rápido que puedes, pero no es suficiente. Avanza hasta quedar sobre ti y se deja caer, empujándote contra el suelo.

Un desagradable chasquido indica cómo se rompen tus costillas en el impacto contra el suelo, tratas de gritar pero su peso impide que el aire entre en tus pulmones. Extiendes una mano con la que solo consigues arañar el suelo frente a ti, partiendo tus uñas en el intento.

A ella le dan igual tus desesperadas maniobras de escape, te gira con un único movimiento y se sienta sobre ti, inmovilizando tus extremidades.

Te retuerces, pero el dolor provocado por los trozos de tus huesos al clavarse en tus pulmones te obliga a detenerte. Gritas con todas tus fuerzas, nadie aparece para salvarte. Camila parece divertirse con tu desesperación.

Se acerca más a ti, liberando tus brazos un momento antes de volver a inmovilizarlos con sus piernas, acerca sus manos a tu cara, lentamente. Ves con una claridad aterradora cómo sus sucias y desgastadas uñas se acercan a tus ojos hasta estar a una distancia en la que distingues a la perfección cada partícula de barro bajo ellas, cada costra de sangre allí donde se han levantado y roto.

Apartas la mirada, no puedes soportarlo, pero ella aprieta con fuerza tus mejillas para que la mires. Parece más una bestia que un ser humano en caso de que realmente lo sea.

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