O1 ; aroma.

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Su animal se reveló contra cualquier raciocinio humano. Había perdido el control. Su lobo estaba enloqueciendo. Su respiración se había tornado un agitado jadeo, y sus musculosas patas corrían desesperadas en contra de su voluntad. Aquel olor, aquel aroma le estaba haciendo perder la cabeza. Olía a canela y a vainilla, dulce y embriagador, pero también nuevo y exótico. Era diferente a cualquier esencia que hubiera olido con anterioridad. Necesitaba encontrar al dueño de aquel aroma.

Aun a kilómetros de distancia, podía seguir el rastro con facilidad, como si se tratara de una cuerda física que le unía su destino. Lo sabía, aquella esencia era su hogar, sentía como si hubiera nacido solo para encontrar al dueño de tan embriagadora fragancia. Cuando lo hallara, estaría completo.

Corrió, más rápido que nunca, siguiendo sus instintos más primarios. Lo necesitaba. Aquel aroma cada vez estaba más cerca y su desesperación aumentaba a cada paso que daba. Sus afiladas garras se hundían en la tierra mientras sorteaba árboles con facilidad. Solo quedaban unos metros, un kilómetro a lo mucho. Aceleró. Su hocico se frunció y un brillante gruñido escapó de su garganta cuando otro aroma se mezcló con su dulce delirio. Olía a manada, olía a lobo, a depredador. Olía a peligro.

El lobo plateado corrió como si su vida dependiera de ello, hasta que sus patas se detuvieron frente a su objetivo. Allí estaba, el causante de su desenfrenada locura a punto de ser devorado por un lobo castaño. Sus instintos asesinos salieron a la luz desde un recóndito lugar en su interior, mezclados con algo similar a las ansias de protección.  Sin pensarlo demasiado, se impulsó con sus fuertes patas traseras y saltó sobre el cánido. Sus afiladas garras se hundieron en el lomo cobrizo. Su contrincante no tardó en reaccionar.

Los dos imponentes animales se enzarzaron en una batalla de dentelladas y zarpazos. El lobo plateado era fuerte, salvaje, y consiguió quedar sobre el otro animal, con las fauces firmemente apretadas contra su garganta. Una voz resonó dentro de la cabeza del sometido: "¡Largo!"

Fue una orden simple, dictada por una voz gutural y autoritaria. Por más que el lobo hubiera querido revelarse contra el mandato, no hubiera podido. Aquella era la voz del alfa, y no podía ser desobedecido.

Su mandíbula se relajó cuando sintió el cuerpo de su oponente debilitarse ante su orden. EI lobo marrón tuvo que marcharse, no sin antes lanzarle una última mirada a su suculenta presa. Aquel aroma... lo que habría dado por hundir sus caninos en esa piel canela.

El lobo plateado se giró y contempló al tembloroso chico que le miraba aterrorizado.

—Por favor, no me hagas daño.

Aquella voz era tan dulce como el aroma y ya no era su olfato el único de sus sentidos cautivados. Sin duda, el siguiente fue la vista. Frente a él, diminuto en comparación con su enorme cuerpo animal, se encontraba la obra de arte natural más hermosa jamás creada.

El dueño de aquel aroma era un chico, un joven que no pasaría los diecisiete años. Su piel era un poco tostada y sin rastro de imperfecciones, con las abultadas mejillas teñidas de un suave tono rosado. Su cabello sedoso reflejaba la luz de la luna en sus hebras de ébano. Y aquellos labios, ¡oh, aquellos labios! Debían ser un pecado, creados para condenarle a la locura. El cuerpo de aquel íncubo era pequeño, envuelto en ropa desordenada por la carrera. Parecía tan débil, tan delicado, tan hermoso.

Jungkook, el hombre dentro de aquel lobo volvió a tomar el control del cuerpo peludo y sonrió, una extraña mueca en las fauces del animal. Se concentró y dejó que la neblina de su esencia envolviera su cuerpo, produciendo el cambio. Su forma humana se antepuso a la original y un joven de cabellos plateados y pupilas negras como la obsidiana apareció ante los humedecidos ojos del humano.

alpha's owner ☆ kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora