CAPITULO XIV

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ᴇʟ ᴇɴᴄɪᴇʀʀᴏ...

Estaba muerta de frío.

Pero no tanto por el frío exterior. Era un frío que le invadía el espíritu, se extendía por todo su cuerpo y la dejaba expuesta a sus más profundos miedos.

¿Qué sería de ella ahora? ¿Qué pasaría con su bebé?

La despedida de sus padres había sido traumática. Los papás de Pablo ni siquiera le habían dado la cara.

Tomas y Cruz la abrazaron y prometieron ayudarla. Estaba agradecida con Cruz, esa llamada a sus padres había sido una bendición. Era el único aparte de sus padres, claro está, que creía en ella.
Sentada en el borde de la cama, miraba en torno, preguntándose qué sería de su vida de ahora en adelante. Había dormido mal, se sentía angustiada, asombrada y el miedo la traspasó sin piedad. Se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar durante algunos minutos, hasta que recordó a su hijo y eso la fortaleció. Se enderezó, barrió las lágrimas con las manos y trató de mantener la cabeza fría.

Hacía dos días que estaba encerrada en esa celda. La cama estaba pegada a la pared, el colchón era algo duro, las cobijas que le había traído su madre y un buzo de lana grueso no evitaba que le tiritaran los dientes. No podía decir que la habían tratado mal, ni nada parecido. No. La gente era amable.

Era la situación lo que la atormentaba. Su futuro tan incierto, el saber que no había noticias de Pablo. Estaba segura de que ya estaba en la selva, o por lo menos en camino. Y su bebé… Dios, tantas lágrimas y tanta pena podían afectarlo.

No deseaba que su niño fuera un niño triste, pero ¿cómo podía tener mejor ánimo, dadas las circunstancias? Por él y por Pablo tendría que hacerlo.

+++

Javier estaba siendo interrogado por el fiscal. Llevaban una hora y apenas había pronunciado palabra.

—Déjeme decirle algo, señor Alanis… Ya detuvimos a la señora Marizza por posible complicidad en el secuestro.

—¿Cómo? —preguntó Javier anonadado.

—¿Quién más lo pudo ayudar? Se necesitaba una persona dentro de la casa, para recabar el tipo de información que les facilitaría el trabajo a sus compinches.

Ya habían tirado el anzuelo.

Loco de celos por su amor no correspondido, Javier no había medido en justa causa las consecuencias de sus actos.

Estaba metido hasta el cuello. Serían mínimo treinta años de condena y todo por su “maldita obsesión”.

Ya no se graduaría, ya no podría volver con Marizza. Con sus actos la había perdido irremediablemente. Pero lo atenazaba el miedo a lo desconocido y a pasar parte de su vida en prisión.

Quería que ella sufriera. ¿Pero hasta el punto de atarla a su mismo destino?

La respuesta fue concluyente.

—Sí, sin ella adentro no habría podido recabar la información.

Felipe lo miraba sin poder creer lo que oía. Así que el muy estúpido la iba a involucrar.

Se le había volteado la torta.

Había jugado sus cartas y sentía que había perdido la mano.

Sus informantes dentro de la guerrilla sabían que él estaba involucrado, pero no Marizza.
A estas alturas ya sabía que no encontrarían a Pablo en la ciudad. Él solo quería la cabeza de los cretinos que lo habían secuestrado. Quería la cabeza de Joaquin Arias. Porque sabía que detrás de esa cabeza vendrían otras más que tenían azotada la ciudad. Sería un gran golpe para la guerrilla.

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora