Mi madre me recibe con una taza de café. La acepto y me arrastro hasta dejarme caer en el sofá. Me mira, interrogante, y me imita. Necesito frenar un poco mi cabeza antes de hablar. Mis pensamientos van a 200 kilómetros por hora en una carretera plagada de curvas y resbaladiza. Y no puedo llamar a Pol continuamente para que me contagie su paz. Por lo menos, no después de cómo hemos acabado. Miro a mi madre. Está más nerviosa que yo. Y sé que está haciendo un esfuerzo sobrehumano por no suplicarme que le cuente ahora mismo que ha pasado. Le hago un gesto con la cabeza y las manos, pidiéndole tiempo.
Asiente y se levanta hacia la cocina. Y cuando vuelve, no puedo evitar reírme por lo que trae en las manos. Una botella de tequila y un paquete de tabaco.
—Mamá. Pero si tú no fumas. ¿Por qué tienes tabaco?
—Porque sabía que esto iba a pasar y que lo necesitarías — suena muy seria —. También tengo el congelador lleno de tarrinas de helado.
Le regalo una sonrisa sincera. Y joder, no puedo evitarlo, pero mis ojos se empiezan a inundar.
—Mi niña. Has hecho lo correcto —murmura mientras se acerca desde el sofá enfrente al mío y posa sus manos en mis rodillas.
Niego con la cabeza.
—No es lo que piensas.
—¿No has dejado a Simón? — pregunta, sorprendida.
—Sí. Pero no fue como me había imaginado en mi cabeza que sucedería. Como en ninguna de las doscientas versiones mentales que tenía.
—¿Entonces? No te habrá hecho nada, ¿no? —se levanta, alarmada.
—No, mamá —exclamo —. Simón nunca me haría daño. Físico, por lo menos.
Se vuelve a sentar en el sofá, con el ceño fruncido.
—Cuéntamelo, Sarita, porque voy a tener que tomarme una pastilla para la tensión como no comiences a hablar ahora mismo. Eso, o media botella de tequila.
Le sonrío. Cojo un cigarro y le doy un sorbo a mi café.
—Simón me ha sido infiel —me mira con los ojos muy abiertos. Va a hablar, pero la freno con la mano —. Desde hace un año.
Mi madre se levanta, indignada.
—Pero... ¡será malnacido! No me lo puedo creer. No... —niega con la cabeza y gesticula con las manos, histérica—. ¡Menudo cabronazo!
—Mami, siéntate. Que me pones más nerviosa de lo que estoy dando vueltas alrededor de la mesa.
Mi madre me obedece.
—¿Te lo ha confesado?
—No. Los vi. Hoy, hace una hora concretamente.
Le cuento la escena. Cómo a los dos segundos de verlos interactuar, ya supe lo que estaba pasando. Mi discusión con él, en la tienda y luego en el parking. Mi madre niega con la cabeza continuamente.
—No sé qué decirte, hija. Nunca me hubiese espero esto de él. ¡Y tú, sufriendo por estar enamorada de otro!
Le devuelvo una sonrisa triste. Y sigo hablando. Aún no he tenido oportunidad de contarle todo sobre el tema. Le cuento lo que pasó en el cumpleaños de Pol. La expresión de mi madre se torna emocionada y curiosa cuando llego a la parte en la que nos besamos. Aunque me ahorro los detalles más tórridos. Luego la aparición de Simón. Mi madre mi mira sorprendida. Mi discusión con Pol, antes de irme del piso. Ahí, decide coger un cigarro, aunque nunca fume, y encenderlo.
—Ai, Sarita. Decidiste irte a Madrid para vivir un poco y salir de tu zona de confort, pero has escupido al aire —murmura, mientras deja salir del humo de su boca.
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La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]
RomanceSegunda parte de la biología. _____ Sara lleva tres meses en Madrid. Sara ha reído, ha vivido, ha soñado y se ha enamorado. Sara ha besado a Pol. Y luego ha huido. Pol lleva tres meses ensanchando su colección de sonrisas. Pol ha fluido, ha luchado...