24 Micaela

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—No puedes obligar a que la gente te ame, ya te lo dije. Si no, sería demasiado fácil.

—Es irónico, mi hijo me dijo lo mismo.

La noche caía con fuerza y las únicas luces visibles en la carretera eran las de los vehículos.

Era hora de volver a casa, aunque Jared no sabía qué era eso.

—Ni siquiera me dijo papá, ¿sabes? Sí, y sé que era difícil, pero hubo un momento en donde tuve la esperanza de que lo hiciera.

—Lo sé. —Azali le acarició el brazo. Él también estaba cansado, abatido. Había soñado con ver a Jared feliz aunque fuera un momento, con felicidad verdadera, no ironía, con doble sentido.

—Querría matarte en este momento si mi hijo no me hubiera dejado claro que su felicidad es inmensa.

Ian se giró hacia su hermano por primera vez desde que habían subido a la camioneta.

—Confiaba en Olivia —explicó—, en la manera en que lo había mirado, la ternura que le tuvo desde el primer segundo. Estaba seguro de que sería difícil que él abandonara Victoria. Ahora deberías estar más tranquilo.

—¿Tranquilo? —Jared frunció el ceño—. ¿Es una broma? No lo recuperé. A mí no me basta con que él sea feliz. Yo quería que ambos lo fuéramos. Hacer realidad el sueño de Mora de formar una familia lejos de toda la mierda Callum. Carajo, llámenme bastardo egoísta, pero...

—¿Qué?

—Me habría gustado que no fuera tan inteligente o que no estuviera tan feliz.

—Jared, no hablas en serio —replicó Azali, y este negó.

—Es la verdad, así podría haber podido competir.

—Tienes razón, eres un maldito egoísta.

—Ya te he dicho que no opines de lo que no sabes.

Azali esta vez se enojó.

Dominic miraba la escena por el espejo retrovisor.

—¿De verdad piensas que hablo desde la nada?

—Tus hijos están bien. Los has tenido en tus brazos. No tienes ni puta idea, y lo volveré a decir mil veces.

Azali tenía que sacarse esa opresión del pecho como fuera. Era incapaz de seguir aguantando cuando había sufrido el dolor de la pérdida en primera persona.

Afirmó su cabeza en el cómodo asiento y entonces se animó. Se permitió no solo ser un marino, sino un ser humano, uno al que le dolía, uno que sangraba, un hombre moribundo que lo había entregado todo.

—De mis tres hijos Mica era la más parecida a mí, combativa, rebelde. Se llevaba muy mal con su mamá, y eso que solo tenía cuatro años. Andariega, siempre terminaba saliéndose con la suya.

Jared frunció el ceño. Solo recordaba a dos hijos de Azali.

—¿De qué estás hablando?

—Llegó de improviso —continuó con el relato—, como un tsunami que arrasa toda tu vida, que la trastoca de formas que ni te imaginas. Mica nunca fue planeada. Fue la locura más bella que guardo en mi corazón.

Todos en el vehículo estaban atónitos. Azali estaba a punto de quebrarse por completo. Y Jared podía con todo, podía con su dolor, pero no con el de ese hombre que había sido incondicional incluso cuando no lo merecía.

—Aza —Dominic le habló—, puedes hablarlo en privado con Jared, no tienes que...

—Sí debo —lo interrumpió. Su voz estaba llena de lágrimas, de un dolor inconmensurable, de un río eterno de desasosiego que nunca terminaba sin importar los días ni los años—. Débora siempre me pedía que pasara más tiempo con ellos. Ese día... había llegado de una misión. Estaba contento en casa, pero en el momento en que surgió un nuevo trabajo estaba listo para ello.

Hay errores para los cuales los seres humanos nunca encuentren consuelo. Nunca pueden perdonarlos incluso cuando saben que no fue su culpa, cuando el resto ya los ha perdonado. Azali lloraba todos los días su error y lo haría hasta el día en que se muriera.

—Leoni y Sari dormían. Débora y yo estábamos en la sala discutiendo. Ella me decía que era un egoísta, que nunca pensaba en ellos. Nunca negué que lo fuera. Sin embargo, era más fuerte que yo. Amaba la vida militar. Ella estaba segura de que la amaba más que a ella y a los niños. Nos perdimos en medio de insultos y reproches que iban y venían. Nuestra bebé, que había estado en la sala con nosotros, de pronto desapareció.

Las pestañas de Azali estaban mojadas. El asco hizo crujir su estómago.

Necesitaba salir.

Necesitaba espacio.

—Detén el auto.

Dominic lo hizo; bajó la velocidad y frenó lejos del pavimento. Azali salió de la camioneta y caminó hacia el suelo polvoriento, donde vació el contenido de su estómago.

Jared lo siguió. Azali estaba agachado. Afirmó sus manos en las rodillas. La respiración se entrecortaba y la escena más triste y dolorosa que había presenciado en sus dos décadas de servicio militar vino hacia él.

—Teniente... —Jared lo sujetó, luchó para ponerlo de pie.

Azali ya no quería esto. No deseaba que el dolor siguiera golpeando tan duro como la primera vez. El aroma a tostadas todavía estaba en sus fosas nasales. El aroma a hogar, de un hombre que lo tuvo todo y no supo apreciarlo.

—Corrimos por el pasillo cuando nos percatamos de que ella no estaba. Pasó una eternidad. Los minutos de pronto parecieron horas. «¡Mica! ¡Mica!». Ella no nos respondió. Nunca lo hizo, Jared. Nunca...

Jared lo sostuvo.

Ian y Dominic estaban a metros de ellos. Ninguno sabía qué hacer, cómo ayudarlo. Azali era una torre de la cual no quedaban ni los cimientos, y nadie se había percatado nunca de ello. Jared se sintió como un hijo de puta peor que su padre. Todo este tiempo dando puñaladas certeras al corazón de un hombre destruido. Estaba perdido en su propio egoísmo. Donovan había tenido razón en no elegirlo.

—La encontramos flotando en la piscina —susurró mientras se abrazaba a Jared—. Me arrojé al agua para sacarla, mientras que mi mujer gritaba desesperada y corría para llamar a la ambulancia. La saqué de allí y le hice resucitación cardiopulmonar. Una y otra vez. Mi hija nunca se despertó. Decidió marcharse con Dios, mientras que nosotros nos quedamos en el infierno.

—Vamos, Aza.

—Ya no puedo, Jared.

—Claro que sí. Es una orden —dijo con voz firme—. Yo estoy contigo, así que lo vas a lograr. Perdóname por no haberme dado cuenta.

—No es tu culpa.

—Sí lo es, Aza. Nunca estoy para ti. Sin embargo, quiero que sepas que siempre hablé desde el dolor y no para faltarte el respeto. —Jared lo besó. Su boca desperdigó besos por las mejillas del hombre. Ambos se abrazaron. Eran tan parecidos, tan rotos. No era casualidad que se atrajeran, en el fondo sus almas se entendían a la perfección.

—Sé feliz, Jared —le rogó al hombre que no entendía razones—. Donovan es feliz, y eso es lo que importa. Ya basta del pasado. No es justo, no lo es para ninguno de los dos.

Jared volvió a abrazarlo. La imagen de Mora vino a su cabeza. La mujer y el hombre de su vida no eran distintos. Ambos eran nobles, únicos, y lo iluminaban incluso en la noche más oscura. Le dolía haber perdido por segunda vez a Donovan, pero nunca se arrepentiría del viaje, de la búsqueda y del encuentro con su amado hijo. Eso siempre estaría en su corazón, así como Mica estaba en el del teniente Mohambi.


JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora