Prólogo

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Cuando era niña me gustaba subir al techo de la casa por las noches, en especial cuando había eventos astronómicos como lluvias de estrellas o cosas parecidas. Papá solía contarme cuentos sobre las estrellas fugaces; decía que cada una era un sueño y que cuando su estela desaparecía eso quería decir que el sueño que llevaba con ella ya se había hecho realidad.

Siempre me había preguntado qué pasaría si se pudiera atrapar una estrella con las manos, mejor dicho, tener un sueño en las manos. Tal vez algunos dirían: «Ser millonario», «tener un esposo», «ser más delgado», etcétera. Y no lo niego, en esos años yo también hubiera dicho lo mismo.

Pero ahora, solo pediría una cosa: Tiempo suficiente.

Tiempo suficiente para vivir.

Tiempo suficiente para soñar.

Tiempo suficiente para reír.

Tiempo suficiente para llorar.

Tiempo suficiente para perdonar.

Tiempo suficiente para amar.

Pero lamentablemente eso ya no estaba contemplando. Al menos no para mí.

La estrella pasó de ser una representación de mis sueños a mi vida. En poco tiempo me iba a apagar y sin dejar rastro.


Segunda oportunidad (YA EN FÍSICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora