Alter Vu

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Marlene, Julien, Maurice, Hans y los tres chicos conocidos como los pingüinos fueron a la biblioteca abandonada

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Marlene, Julien, Maurice, Hans y los tres chicos conocidos como los pingüinos fueron a la biblioteca abandonada. Los más entusiasmados con aquel hechizo eran Julien y Manfredi, el chico de ojos verdes arrastraba el pesado contenedor mientras que Maurice cargaba los objetos que le pidió Julien siguiendo la lista del libro.

—Esto es absurdo —comentó Johnson.

—No va a funcionar —habló Hans.

—Por supuesto que no —dijo Kowalski—. ¡No existe la magia! —llevó una mano a su cabeza—. Ustedes deben estar muy desesperados como para recurrir a eso.

—Bueno... No se pierde nada con intentarlo —murmuró Marlene sin sonar muy convencida.

—Se pierde tiempo —dijo Johnson.

—Julien, tú haz el hechizo —habló Manfredi.

—¿Por qué yo?

—Ninguno aquí es un hechicero y Darla dijo que tú eras una persona sensible, que podías ver lo que los demás no. Es mejor que lo hagas tú.

—Bien —leyó el libro—. Aquí dice que no importa lo que uno diga mientras haya seguido las instrucciones y todo lo que se ha indicado esté en el contenedor.

—Entonces empieza.

—¿Y qué digo?

—¡Solo date prisa y hazlo! —Johnson alzó la voz.

—... Ade Due Damballa. ¡Dame el poder te lo suplico!

Hans rió a carcajadas.

—¡Esto ya es demasiado ridículo! —exclamó Marlene—. ¡¿En serio crees que decir el conjuro de Chucky hará que funcione?!

De pronto el agua del contenedor aumentó y apareció una luz verde forforescente.

—Porque si lo hiciste... tenías razón —Marlene murmuró, aún sin poder creer lo que veía.

—¡Muéstrame a Skipper! —habló Julien sin apartar la mirada del agua.

Todos se acercaron hacia el contenedor, Manfredi solo vio salir una pata gris hasta que lo que haya estado debajo del agua verde saltara hacia su cabeza.

—¡AAHH! ¡Quítenmelo, quítenmelo! —gritó asustado al sentir que algo caminaba desde su cabeza hasta sus hombros.

—Yo te ayudo —habló Hans sosteniendo una escoba y golpeó al chico en la espalda y en la ingle con la excusa de que intentaba golpear al lémur. A unos metros lejos de ellos el lémur miraba sorprendido cómo Manfredi era golpeado hasta terminar arrodillado en el piso.

—Detente —Johnson le quitó la escoba—. Es solo un lémur —señaló hacia el animal.

—Hay alguien debajo del agua —informó Kowalski—. Parece que no puede salir.

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