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Actividad para la editorial Fairytale.

Hoy dejo escurrir la tinta sobre el papel, hoy le hablo de ti y de mí

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Hoy dejo escurrir la tinta sobre el papel, hoy le hablo de ti y de mí. Le hablo del profundo océano que hay en tus ojos y la primera vez que me sentí ahogado en sus aguas cuando dirigiste ese azul hacía a mí -también por primera vez-.

Impregné la fecha junto a mis memorias, ese 25 de marzo del primer año de 1700, ese año de guerra, muertes y calamidades, bueno, todos los años fueron así para mí, días en los que tuve que acostumbrarme a la basura de la vida. No es una queja en todas sus letras, es el estilo de vida de cualquier pirata.

Cuando navegaba en las aguas del Atlántico, "La Tempestad de los Siete Mares" (nombre del barco en el que he navegado durante los últimos quince años), encalló en la arena tramposa de una zona costera.

Yo y toda la tripulación bajamos del navío, siguiendo las órdenes de nuestro capitán (a quién para fines prácticos y de profesión llamábamos "Lucifer Morgan"). Cuando pisamos tierra, toda nuestra gente intentó encontrar una solución al problema, digo "intentó" porque se quedó en solo eso.

Yo divisaba al norte con el monocular, mi visión solo entintada del azul profundo de las aguas y de los cielos, se manchó con la presencia de un navío. Supe que no era nada bueno al ver la bandera con los colores y el símbolo del rey; alerté de inmediato al Capitán Lucifer Morgan.

Dio la indicación de no movernos del lugar, no podíamos escapar en "La Tormenta de los Siete Mares" pero debíamos morir junto a ella de ser necesario.

— ¡Henry!, ¡maldita sea, los cañones! —a su manera, el capitán ya me había asignado una tarea, algunos compañeros me siguieron.

Preparamos la pólvora y cargamos los cañones, listos para apuntar y para la muerte de ser necesario. Al tiempo, llegó una embarcación, aquella que había visto y de la que había hecho aviso.

Se desató una guerra afuera, pude ver el rojo y el centellar de las espadas chocando con la de sus rivales. Miraba todo desde mi posición, con las manos listas para disparar el cañón, pero ni yo ni mis compañeros tripulantes hicimos un solo movimiento: disparar significaba dañar también a los nuestros.

—Mier*da, ¿qué hacemos? — Comenta alguien, no puedo mirar a otro lado que no sea aquella escena.

— ¡Los hijos de perra están en la proa!

Escuché un cañonazo, giré la cabeza para encontrar el origen y lo que vi fue el duro metal de un arma apuntando directamente a la cabeza.

—Todos los doblones de oro, maldito pirata, ¿dónde están?

Desvíe la mirada de aquella arma y fue solo ahí cuando me perdí de verdad, donde vi esa mirada tuya, hecha del color del cielo, de un cielo que aconsejaba prudencia y no mirar demasiado para no desaparecer.

Tal vez lo notaste en el momento, mi ensimismamiento absurdo, ¿qué es más absurdo que pensar en la belleza de un rostro ajeno cuando se tiene la vida en peligro?

Recordé que tenía la capacidad del habla, esa que al parecer te habías robado con tu presencia.

—Nunca se me ha dicho el paradero.

—Thomas, encontramos el camarote de L. Morgan.

Thomas, Thomas, Thomas...

Ya había encontrado algo más absurdo que pensar en tu belleza: pensar en lo bien que quedaba tu nombre en mis labios, lo bien que combinaba con tu cabello de noche y tu postura triunfante.

—Tú vienes conmigo —me dices, luego tomas con fuerza mi brazo y me llevas con más fuerza al camarote de mi capitán.

Aunque me cautivé al instante con tu presencia, no podía olvidar la situación en la que me encontraba (y mis camaradas tripulantes). Menos pude olvidarlo cuando miré a algunos puestos de rodillas, inmovilizados y amenazados. Miré un poco más, (soy muy bueno en ello, ese era mi trabajo, la mayoría de las veces). Entre este nuevo avistamiento miré las prendas de estos hombres, sumado a sus modos que ya bien nos habían demostrado, expresé mi conclusión:

—Creí que los Corsarios solo saqueaban barcos del reino contrario, y no a piratas.

—Últimamente hemos querido ampliar nuestros horizontes.

"Arrogante", pensé y me agradó.

—Deberían dejar de perder tiempo aquí y perseguir el navío del reino contrario. ¿No quieren ganar la guerra?, lo que saquen de aquí no les servirá de mucho.

—Si hubiera un navío de esos malditos, ya lo hubieran saqueado.

—Era un barco grande, claramente estábamos en desventaja, quisimos dejarlo para después y nos desviamos de su camino.

—Mientes.

—No lo hago. Podríamos unirnos, derribar el navío entre todos. Ustedes se quedan lo saqueado y nosotros el barco, verán, necesitamos un cambio.

Te quedaste pensando, después soltaste una risa en tono de diversión, palmeaste mi espalda y te dirigiste a tu equipo para contarles el nuevo plan.

Todos parecían fascinados y te elogiaron tanto, brillabas entre todos, más que cualquier filo de espada que haya visto antes, más que el oro que celosamente guarda L. Morgan.

No pude evitar compararnos; tus botas lustradas a la par del color de tu cabellera, calzado de calidad regalado por el rey. Miré las mías, desgastadas y ajenas, de aquel muerto que alguna vez las había disfrutado en vida, pero que yo me había encargado -junto a la tripulación-, de quitarle todo lo que tenía (y a sus navegantes que le acompañaban).

Seguí con el resto de tus prendas, bien cuidadas, las mías en cambio carcomidas por el tiempo.

Tu espada te ha traído gloria, la mía muerte.

Tú eras dignidad y honor, yo la deshonra.

Me di cuenta que Thomas y Henry no podrían estar en una misma oración, talvez tú también te diste cuenta de esos pensamientos que navegaban en mi ser, talvez por eso te acercaste a mí y elogiaste mi idea.

Logramos saquear aquella embarcación, cumplimos nuestros acuerdos; no escribo más de esa hazaña porque no me importa (a excepción de las veces que te viste tan heroico y esa ocasión en la que me vi en problemas y me salvaste).

Después de ahí, hicimos otro acuerdo, vernos otra vez.

Y esa vez, tuvimos el mismo acuerdo.

Y de nuevo.

Estuvimos toda la primavera así, y en esta última ocasión, nos atrevimos a probar nuestros labios, solo las flamas de las velas fueron testigo, ellas ardían como lo hacía mi corazón, y como me entendían tan perfectamente se derritieron en mi nombre.

Después de separarnos, me dijiste "te amo, como amo el castaño de tu cabello y el de tus ojos, como sueño con el sol de tu piel y tus manos fuertes. Te amo".

Te besé nuevamente, naufragando en tus labios; acaricié tu cabello, tú mi espalda y las estrellas brillaron más esta noche. Tanto como seguías brillando tú, me pregunté cuántas veces me hubiera gustado ser tan semejante a ti, para que también te sintieras orgulloso de mi persona.

Algún día te lo comenté, me has profesado en respuesta todo lo bueno en mí, cosas buenas que no tenía idea que tenía y que ahora narro aquí, para que no se me olvide lo vivido, tus palabras, nuestro primer encuentro y nuestro amor, para que los años y este papel me lo recuerden e infinito sea el sentir, aquel de estar profundamente enamorado de todo lo que representas, y enamorarme más todos los días, ser un enamorado eterno, el tuyo, por siempre.

NaufragioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora