Capítulo 16

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Lexa llegó a Whitman llena de sueños y esperanzas, queriendo olvidar el pasado y centrarse en su propia persona, encontrar nuevas oportunidades y sobre todo un propósito.

No sabía mucho respecto a lo que significaba la vida en general y sus matices, más que el dolor que está podía causar. Aun así, a sus veintiún años, todavía deseaba vivir experiencias que se ajustaran a su edad, de manera tranquila y normal; algo que nunca había tenido.

A pesar de su juventud, con los recursos qué tenía, no le fue difícil encontrar un lugar donde establecerse de manera cómoda y sin preocupaciones, sin embargo, las cosas no fueron como esperaba, porque su incapacidad de desenvolverse socialmente, el temor de estar demasiado cerca de otros, la desconfianza que le generaba las personas a su alrededor, le llevaron a sentirse fuera de lugar e incapaz de poder encajar.

Sabía que no podía vivir eternamente con temor y mucho menos huyendo de las personas, por lo mismo se obligó a hacer que funcionara de algún modo y empujó sus límites.

En ese camino, se tropezó con un mundo conocido, pero uno que siempre odio y rehuyó, ese donde los excesos eran normalizados, aceptados y alentados.

No juzgaba, pero, rodearse de personas que disfrutaban sin temores y aprensiones de las drogas y el alcohol, fue confuso y contradictorio; porque, si bien, para muchos era algo recreativo y nunca se convirtió en un problema que no pudieran manejar, para su padre si lo fue y aquello la marcó profundamente.

Se negó a repetir el patrón y se mantuvo al margen, pero llegó el momento que todo aquello comenzó a tentarla y a persuadirle sin ser consiente, mostrándose como algo atractivo, llamativo e incluso liberador, hasta convertirse en algo excitante y vertiginoso, que de paso se llevaba los traumas y las preocupaciones.

Era un medio para un fin, ese impulso que necesitaba para soltarse y relajarse, para encajar y sentirse parte de algo; sin embargo, aquel impulso se transformó en mucho más y, aunque, siempre lo vio como algo recreativo, inofensivo, controlable y manejable, le hizo perder mucho más de lo que gano.

Adormeció su realidad y entumeció sus sentidos, engañó a sus temores y amortiguó el dolor, llevándola por una montaña rusa de falsa felicidad y olvido pasajero.

Le despojó de aprensiones e inhibiciones hasta que desdibujo sus límites y fronteras; incluso esas que, con todos sus sentidos puestos, nadie podía cruzar. Nubló su razón y oscureció su sensatez, arrastrándola por un camino donde creyó que podría borrar aquellas huellas que fueron marcadas a la fuerza, por otras consensuadas o infringidas por sí misma, dándole por primera vez un sentimiento de control.

Si bien con el tiempo encontró en la fotografía un lugar propio y algo significativo, primero como un hobby y luego como trabajo, no fue suficiente para llenar el vacío y la soledad que sintió; porque hubo algo siempre faltó.


Hoy es capaz de ver las cosas con otros ojos, entiende que también se equivocó y cometió errores; no se siente para nada orgullosa de su conducta y jamás celebrará su actuar.

Aprendió que, con paciencia y ayuda, las cosas pueden ser mejor; y lo mejor, no siempre llega de lo ideal y perfecto, también puede nacer del dolor, crecer en medio de lo que está torcido y llegar a erguirse como algo imperfectamente bueno.

Hay oportunidades que llegan inesperadamente, que te permiten hacer viajes insondables y se convierten en punto de inflexión de vida.

No siempre somos capaces de verlas, porque se esconden debajo de la superficie y se ocultan a nuestros ojos. A veces, incluso, nos ahogan y asfixian, nos desesperan y angustian, nos dan guerra y queremos rendirnos; pero allí están, listas para ser tomadas, si así lo queremos.

Un viaje inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora