SAGA CICATRICES 4: El mar lo resolvió todo.

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‐- Sigamos

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‐- Sigamos... ¿Cómo descubriste que Emre era el topo?

El latido de su pecho se disparó como una flecha cargada. Apretó sus manos temblorosas intentando tapar el temblor que las acaecía.

Su peor pesadilla se mostraba ante ella. Cuántas noches en vela había vivido recreando aquel instante en su cabeza. Qué le diría... cómo se lo diría... en cada reposición tomaba diferentes alternativas. Unas mejores otras peores. Y, sin embargo, pese a todo su empeño, ninguna acababa bien.

La estocada final, más grande e hiriente, iba a salir de su puño y letra.

Despacio, fue alzando su rostro compungido hasta colisionar contra aquellos ojos ámbar que la observaban interrogantes.

Su mirada vidriosa, implorante de perdón, derramó gotas manchadas de pecado que humedecieron su ropa.

Sus labios tiritaban agrupando la frase.

‐- Porque... mintió... en... el...origen...de las fotos... que...causaron...que...te...quitaran - reprimió su propio llanto - tu licencia. No fue... el hacker, fui... yo.

Por el semblante atónito, incrédulo e iracundo que había adquirido su cara se podía entrever que esa información no era ni por asomo la esperada.

-- ¿Qué? ¿Qué hiciste qué? ¿Tú? ¡Precisamente tú Sanem!

Una mirada airada recayó sobre ella como una lápida. Ya no estaba enfadado, había subido el nivel a una cólera incontrolable.

-- Lo siento Can... no sabía lo que significaban para ti ni las consecuencias que tendría . ¡No lo sabía lo juro!

--¿Qué es lo que no sabías? ¿Qué yo tenía sentimientos hacia ti? ¡Era evidente! ¡No podía alejarme de ti! - se giró dándole la espalda momentáneamente mientras pasaba sus manos por su rostro. - ¡Era nuestro Sanem! ¡Un proyecto que creamos juntos! ¡Por eso eran especiales para mí!

-- ¡Para mí también lo eran! Me hizo ilusión poder compartir esa experiencia contigo.

‐- Entonces, ¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Por qué se las entregaste?! ¡Eran para una obra benéfica! ¡No tenían nada que ver con la agencia!! - De su cuello brotaba esa vena hinchada de la que parecía brotar la energía que dispensaba sobre sus manos.

-- ¡Porque no me dio opción! ¡Intenté resistirme pero él no cesaba de apretarme cada vez con más insistencia! ¡No podía huir! ¿Qué se suponía que debía hacer?

Si Can gritaba, ella no iba a menguar su voz, le plantaría cara exprimiendo aquello que la había estado carcomiendo desde hacía tanto.

-- ¡Seguir tu instinto! ¡Pensar por ti misma! ¡Tú me conocías Sanem! ¡Me acerqué a ti desde el minuto 0 mostrándome tal como soy! ¿Te parecía alguien capaz de cometer semejante atrocidad?

-- No... ¡Y eso me confundía más! ¿A quién debía creer? ¡¿Al señor Emre y a mi hermana que me decían que no eras de fiar o a mi corazón que se derretía por ti?! - Zarandeaba sus manos a la altura de su pecho, abriéndolas... cerrándolas.

Can no dejaba de moverse de un lado a otro como si le quemara quedarse quieto.

‐- Si hubieras sentido eso por mí no me habrías clavado esta estaca envenenada aquí. - Se llevó las manos al pecho palpitando justo encima de su corazón.

Sanem alzó una de sus manos hasta alcanzar su sien rascándola por inercia.

‐- Nunca quise lastimarte y por inverosímil que parezca cada nueva información que me llegaba de ti tenía sentido. Sé que no tengo excusa pero al menos intenté enmendar mi error. ¡Hice todo lo que pude para solucionar el problema que había causado!

Can atrapó firme entre sus manos aquel rostro afligido quedándose a escasos centímetros de ella.

‐- ¡¿Por eso viniste al bosque?! ¡¿Para acallar tu conciencia?!

‐- ¡No lo sé! Estaba preocupada por ti. Nadie te localizaba, quizá te habías marchado de Estambul y si no acudías a esa reunión perderías tu licencia para siempre, por eso salí a buscarte.

Y sin medir lo que filtraba su cabeza, lanzó la bomba a quemarropa.

Uno de sus recuerdos más bonitos con Sanem hecho añicos...

‐- Esto es demasiado. No puedo. Lo siento. Lo he intentado pero... no puedo... - levantó sus brazos por un segundo dejándolos caer sobre sus costados con rendición.

Destrozado, desbordado, se giró sobre sí mismo con rumbo incierto, sin mirar atrás, alejándose de ella, corrompiéndole aquel llanto desgarrado de fondo mientras lágrimas de dolor humedecían sus mejillas, ocultas bajo el manto de la noche.

‐- ¡Can! ¡Nooo! ¡No me dejes! ¡Can!

Su cuerpo templado fue invadido por un frío gélido.
Intentó aportarse calor frotando con ahínco sus temblorosos brazos pero no obtuvo demasiado éxito.

Sus vivos ojos marrones no dejaban de exteriorizar la inmensa pena que acongojaba su corazón.

"Lo he perdido todo. Por tonta. Por estúpida." - Se castigaba duramente por no haber sabido ver el engaño que la acechaba. Por no haber seguido sus corazonadas. Por no haber puesto en duda aquella verdad de la que ahora intentaba huir.

Una frase de la carta se verbalizó en su cabeza.

"Ojalá pudiera retroceder atrás en el tiempo. Detenerlo en aquel palco; aquella noche donde todavía eras feliz"

La punzada que estaba agarrotando su pecho era cada vez más aguda. Las voces que la atormentaban no derogaban en su empeño, fustigándola sin tregua.

El eco de sus palabras retumbaba cada vez con más vigor dentro de su mente.
Era insoportable.
El rostro de Sanem se compungió mientras apretaba con las manos sus oídos.

‐- ¡Basta! ¡Parad ya! ¡No puedo más! - Rompió a llorar dejando que sus rodillas se anclaran en la arena.

Y entonces... un sonido opuesto llegó hasta ella. El mar le estaba susurrando. Era como un canto hipnótico.
Dirigió sus pasos hacia la orilla, lenta, con la mirada perdida. Un reguero de espuma blanca le dio la bienvenida.

La baja temperatura del agua no mermó su idea, siguió adentrándose sin cesura.
Sumergió su cabello ondulado bajo aquel manto opaco anulando el sentido de la vista.
Y de repente el estruendo se extinguió. Los aullidos fueron diseminándose como acuarela impregnando el papel.

Su cuerpo flotaba sucumbido por un murmullo constante, apaciguador. El bramido del océano llegaba a ella como una reverberación embistiendo contra el acantilado.

Sonaba lejano, confuso... y sin embargo tan lleno de paz.

Sus brazos se habían vuelto pesados como el hierro, sus piernas parecían tener una bola de plomo anillada al tobillo que la iba engullendo más y más.

El bombeo de su corazón era cada vez más tenue, iba apagándose latido a latido.

Hacía rato que el incesante coro de su cabeza había dado paso a una única voz, una que le resultaba muy familiar.
Una sensación de hogar fue penetrándola desde sus cimientos.

"Sanem, el albatros que estás buscando... soy yo"
"Estoy enamorado de ti."
"Mi mundo no se derrumbó porque tú estabas conmigo".

No sentía ni oía nada... únicamente el deseo de dejarse llevar... abandonarse a la inmensidad del infinito.

CONTINUARÁ.

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora