Capítulo 07

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CAPÍTULO 07

Las reglas de las divinidades

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Daría todo porque me escuchara, sin embargo, no es tan simple. Aunque haya tantas cosas que quiera decirle, es imposible que me note.

Tampoco se me había ocurrido hasta ahora, pero puede que sean las reglas de las divinidades lo que me impide mantener ningún tipo de contacto con los seres vivos, incluyéndolo a él.

A veces consigo interactuar con su mundo, otras no. El dolor y el agotamiento se vuelve peor con cada intento.

—¿Puedes decirme? Mueve cualquier cosa o... —Se queda a medias. Parece haberse dado cuenta de algo importante—. ¿Me harás daño?

Nunca.

Estoy aquí para cuidarte.

—¿Puedes comunicarte? —Parece incómodo, incluso asustado.

Teniendo en cuenta su bienestar emocional, decido respetar su espacio y no hacer nada de momento. Sin embargo, me sorprende cuando decide ponerse de pie y, todavía con la cámara apuntando en mi dirección, camina hasta detenerse en frente de mí.

Me doy cuenta de que estoy conteniendo el aliento cuando su brazo se estira en cámara lenta, hasta posar los dedos como una cálida brisa sobre mi pecho, y entonces lo suelto todo de golpe.

Con Ji Ho sucede algo parecido, aunque dudo que para él sea tan agradable. Se estremece. Es curioso que la piel de sus brazos de repente esté erizada, mientras su mano escala sobre mi pecho. Se desplaza hasta mi bíceps, y luego sube por el hombro. Aunque siento cosquillas, lo último que haría es apartarme.

Se toma su tiempo. Como un ciego analizando una nueva experiencia, las palmas de sus manos se perciben igual que una caricia, hasta que vacila poco antes de alcanzar mi cara, y estoy lamentándolo. Para mí también se acaba de sentir como la primera vez.

—Tienes forma humana —suelta en un susurro ahogado. Para él es algo increíble, pues su cámara me muestra ante él como una nube de vaho oscura y distorsionada.

Por alguna razón, en mí nace el deseo de abrazarlo. En mi vida debí ser débil, porque los ojos también se me llenan de lágrimas.

Estoy emocionado, pero con dificultad me contengo de hacer una locura. Si ha tenido la valentía de acercarse, no quisiera espantarlo.

Frunce el ceño cuando aparta su extremidad de mí. Me gustaría saber qué tipo de pensamientos tiene en este instante.

Convierte la mano en puño al notar que tiembla. Esto de contenerme, de frenar mis deseos de tocarlo, es un verdadero desafío.

El teléfono, todavía es su mano, baja hasta la altura de su vientre. Está procesando lo que acaba de experimentar, pues ahora mira el lugar en el que todavía me encuentro de pie, pero sin el móvil. Es evidente que no puede verme sin su ayuda. Ya que resulta ser tan pequeño, mi pecho está a la altura de sus ojos.

—¿Cómo es posible? —pregunta.

Una notificación en el aparato electrónico le hace pegar un brinco, y al tiempo en el que devuelve una mirada de espanto en esa misma dirección, arruga la frente. Es la segunda vez que repite ese gesto, y no me había dado cuenta, pero creo que necesita hacer uso de gafas para leer.

Sobre la aplicación de la cámara abierta, hay un mensaje que me cuesta decodificar si está de cabeza. Pero es gracias a su estado de trance, que me concede el tiempo necesario para descifrarlo.

«Sal del armario en el que te escondes, rata».

La expresión de Ji Ho, en este momento, me trae recuerdos de esa noche, cuando en el baño recibió un mensaje de texto que lo sobresaltó de la misma manera. Estaba al borde de las lágrimas, al igual que parece estar a punto de quebrarse justo ahora. Debe haber recibido algo similar en ambas ocasiones.

Ji Ho contempla hacia el vacío mientras su dedo toca la pantalla. Acaba de cerrar la cámara de forma inconsciente, por lo cual, ahora puedo ver la hora, y una caja de aplicaciones sobre un fondo. Es eso último lo que se pone de manifiesto para mis ojos.

A simple vista es una fotografía sin mayor relevancia. La vi la otra noche, solo que esa vez me concentré en la hora más que en la imagen. Y ya que en este momento puedo verla a detalle, quiero darme un golpe hasta morir.

Está ubicada en el campo de la escuela, en donde el cielo es de un azul casi perfecto, como si su vida, en el pasado, hubiera sido brillante hasta deslumbrar. Por otro lado, los árboles que ornan la fotografía están a los costados, cubiertos de suaves flores rosadas y blancas. Y justo debajo, la figura masculina contempla algo que en ese momento debió captar su atención. Ese chico desprevenido que usa el uniforme de su misma escuela, soy yo.


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Entonces, ¿ellos dos se conocen? ¿Qué piensan de eso? 🥺

Palabras en el capítulo: 785.

Palabras totales: 9008.


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Al chico que me amó ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora