El hombre de larga cabellera plateada se encontraba de pie frente al umbral de la habitación, desde su posición, podía divisar perfectamente la figura de su amada esposa.
Ella, perdida en el cielo que se asomaba desde el ventanal, no podía notar que alguien la observaba. Su mirada, ya cansada, pesaba bajo sus párpados. Sus ojos se cerraron lentamente, mientras la brisa nocturna le golpeaba el rostro. Aquello no le dolía, de hecho, lo disfrutaba en sobremanera. Sin duda, no imaginaba envejecer de esa forma. Tan llena de paz y tranquilidad, tan contrario a lo que fue su vida cuando aún era joven.
En aquel tiempo, ella no era más que una jovencita que huía constantemente de la guerra. Su tierra se veía azotada por hombres malos y yōkais. No había un solo día donde hubiera sosiego. Todo fue así, hasta que conoció a aquel gobernante, al señor de las tierras Occidentales.
¿Quién iba a imaginar que él pondría sus ojos en una humana? ¿Qué la sacaría de una vida llena de miseria y la llevaría a ese hermoso castillo? El primer día en que lo vio, no lo hubiese imaginado. Pero eso fue lo que sucedió meses más tarde. Y, aquel día, cuando su unión se concretó, él prometió traer la paz entre los humanos y los yōkais.
Izayoi derramó una lágrima, aquella no era de tristeza o desilusión, su amado había cumplido cada una de sus palabras y no podía hacer otra cosa que sentirse realizada. Su vida había tenido un propósito muy especial, solamente deseaba que después de su muerte las cosas siguieran manteniéndose igual.
—¿Por qué lloras, cariño?—preguntó el hombre a su espalda.
Ella se giró y le sonrió como siempre lo hacía. Quería hacerle saber que no estaba triste, se sentía lista. Toga, de alguna forma, pudo interpretar su mirada y sintió un pinchazo en su corazón que le hizo fruncir el ceño en un gesto de dolor.
Izayoi se estaba despidiendo y eso no le gustaba. No le gustaba la sensación que llenaba su pecho ante ese hecho. Cada día podía ver cómo se deterioraba, su melena que un día fue tan oscura como el firmamento, ahora no era más que un lienzo en blanco. Su sonrisa se veía cada vez más surcada por arrugas, arrugas que llenaban más y más, toda la superficie de su perfecto rostro, de ese rostro que tanto amaba.
—Lloro de felicidad, lloro porque sé que en tus manos todos estarán bien. Toga, confío en ti, para que siempre reine la paz—expresó la anciana mujer con voz dulce y calmada.
Toga asintió y no dijo nada. Aunque, en el fondo, quería decirle que eso no iba a pasar, que no tenía que dejar las cosas en manos de él, que ambos verían como la paz reinaría por la eternidad. ¿Pero qué tonterías pensaba? La humana que tanto quería, estaba a punto de desfallecer y algo en su interior le indicaba que él no tardaría en seguirla también...
[...]
—¿Por qué tenemos que ir a ese lugar?
La fría voz de Sesshomaru resonó en la estancia. Odiaba que su padre no hiciera otra cosa que darle órdenes.
—Sesshomaru, no puedes seguir retrasando esto. Los humanos deben conocer el rostro de su próximo líder, del próximo que garantizara el acuerdo...
—¡Patrañas!—sonrió él con ironía—. Esto trata sobre esa mujer, ¿no es así?
Toga endureció su semblante ante la mención de su convaleciente esposa.
—¡Esto se trata de si quieres ser mi sucesor o no! Que no se te olvide que no eres el único en la línea de mando. Tu hermano Inuyasha, podría reemplazarte también.
—¿Él? ¿Estás seguro, padre?
No era un secreto para nadie que Sesshomaru nunca había tomado en serio la existencia de su hermano menor. Para él, la vida de Inuyasha no era más que una burla, una mezcla deplorable entre la debilidad de un humano y la sangre de su padre.
—Sé muy bien lo que estás pensando, pero aunque te cueste admitirlo, tu hermano se ha hecho fuerte con el tiempo. Y, además, no pienso dejarlo del todo desprotegido.
—¿De qué hablas?
Toga siguió su camino y dejó solo a su hijo mayor para que tomara la decisión de seguirlo o no.
[...]
Para disgusto de Sesshomaru no tuvo más opción que obedecer a su padre. Una comitiva se encontraba en las afueras de un poblado humano, el olor de los humanos estaba esparcido por todo el lugar, su nariz no hizo otra cosa que arrugarse con asco.
Toga miró de reojo a su hijo y frunció el ceño. Cada día se sentía menos convencido de dejarlo al mando, solamente existía una manera en la que pudiese confiar en que él cuidaría a los humanos, pero aquello era una utopía, algo improbable.
Los ojos dorados de Sesshomaru escanearon a cada una de las vidas que se movían agitadas ante su presencia. El temor y el respeto era algo que se percibía en el aire. «Al menos los humanos no eran tan tontos» pensó al ver aquella muestra de sumisión de su parte.
Un hombre calvo los recibió y su padre le extendió la mano como si fuesen iguales. Sesshomaru no estaba de acuerdo con el actuar de su progenitor, pero sabía que todo se debía a esa mujer humana. A la misma que estaba a punto de morir, en el interior de su castillo.
¿Qué vio su padre en una mujer humana? Sesshomaru no pudo evitar recordar la versión desagradable en la que se había convertido aquella mujer, ya ni siquiera había belleza en ella. A sus ojos era la cosa más fea, su voz, su mirada, sin duda, era una bruja, no había otra explicación para que su padre siguiera visitándola cada noche con la misma devoción.
—Por favor, adelante, sean bienvenidos.
El humano no dejaba de sonreír liderando la bienvenida, mientras Sesshomaru observaba con desinterés el pintoresco sitio. Todo era tan burdo y desabrido, que empezaba a creer que mirar sus garras era más entretenido.
Realmente, estaba aburrido hasta que a lo lejos, en un sembradío, pudo escuchar una voz que entonaba una dulce melodía. Su mirada se centró en el lugar, y pudo ver con total claridad, a una joven mujer de pies descalzos que recolectaba frutos con una sonrisa.
Ella llevaba una pañoleta amarrada en la cabeza, y su piel blanca, como la porcelana, estaba manchada de tierra. Su ropa no se encontraba en las mejores condiciones, a simple vista no era más que una pordiosera. ¿Pero qué tenía esa pordiosera que no había podido pasar de ella?
Sin duda, había algo extraño en esa mujer. Era anormal. Era como si no encajara en ese enjambre de abejas. No olía de la misma manera, no era una humana normal.
«Bruja» pensó Sesshomaru apartando finalmente su mirada de la insignificante criatura...
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El Legado | Sesshrin
FanfictionSesshomaru repudia a los humanos, sin embargo, su padre desea heredarle la responsabilidad de protegerlos. ¿Qué pasará cuando Toga se dé cuenta de que su hijo no está hecho para esa tarea? ¿O podrán las cosas cambiar de una inesperada manera?