A la gente espectacular, asombrosa y condenadamente atractiva, le bastaba con solo existir para llamar la atención del resto de la prole que no había tenido fortuna con la combinación de genes. Además, ni siquiera era necesario que sonrieran, de hecho, ejecutar una sonrisa sobre sus bendecidos rostros simétricos del Olimpo, era muy mala idea, puesto que podrían deslumbrar el universo y causar la caída de todos los planetas hacia el vacío sin fin y desolador que ni la misma biblia podía describir.
Dylan se preguntó, si el dueño de esos profundos y oceánicos ojos, estaba enterado del inmensurable poder que poseía sobre las personas. Solo utilizando una curva de sus estilizados labios o con un simple gesto de su mano peinando su brillante pelo azabache. Este hombre podía tener a cualquiera que quisiera, obtener cualquier cosa que deseara. Ya que su fascinante belleza, era del tipo que evocaba tales sensaciones seductoras que, ningún buen samaritano debería tener. Mucho menos cuando estaba en la iglesia.
Lo qué llevó a Dylan, a hacerse la siguiente pregunta: ¡¿Qué rayos hacía Percy Jackson en la iglesia de su padre?!
¡¿Qué no era satánico?!
"¿No sabes que las personas vienen aquí a purificar sus almas? Ahora tú, con tus impresionantes ojos, y tus brazos tan musculosos, ¡estás haciendo que todas las señoras se desvíen hacia el camino de los sueños indecibles! A Jesús no le gusta esto".
Ni muy al frente, ni muy al fondo. Percy Jackson estaba sentado de forma bastante desgarbada sobre un banco. Una de sus largas piernas estaba estirada, y rebotaba de vez en cuando, en medio del pasillo a la vista de todos. Además, aparte de su gran atractivo, toda su persona se encontraba vestida de negro, por lo que llamaba el doble de atención, entre la gente con prendas de colores claros o pastel. Se veía como un majestuoso semental, altivo y orgulloso, en medio de un montón de ovejas inofensivas y algo tontas.
Dylan se hallaba de pie en el altar, con las manos pulcramente entrelazadas sobre su vientre. Usaba unos pantalones caquis, una camisa celeste y un aburrido suéter sin mangas. Su pelo castaño, del color de la arena bajo el sol (en contra de su voluntad), había sido peinado por su madre, dándole un aspecto de niño bien portado. Lucía, ante todos, como el perfecto y dulce hijo del pastor, al que pronto parecía que le saldrían alas.
Él sentía que se veía como un ñoño.
Mientras tanto, a unos pocos metros, con un micrófono en mano, su padre daba su sermón mientras caminaba de un extremo al otro. Utilizando a su perfecto hijo de vez en cuando, para dar un ejemplo de cómo debían educar a sus hijos, y que les saliera uno tan puro y amable como el suyo.
Dylan trataba de aguantarse, pero a cada rato sentía unas irrefrenables ganas de echarle otro vistazo a Percy Jackson. Sin embargo, quién diría que en la quinta ocasión, ¡Percy lo atraparía mirándolo como un completo descarado! Haciéndole sentir acorralado aunque hubiese una gran distancia entre los dos. Dylan sintió inmediatamente unas locas ganas de huir, ¡hasta su corazón parecía a punto de escapar por su boca y correr con patas!
Espera, ¿por qué se ponía así? Solo lo había estado mirando. ¿Podría ser asesinado solo por sentir un poco de curiosidad hacia un apóstol de las tinieblas? La ceremonia terminó rápido, aunque a él le pareció que había tardado una eternidad. Dylan estaba listo para escabullirse hacia una de las habitaciones del establecimiento. No obstante, apenas había dado un paso, su madre le detuvo:
—Invité a una persona para que viniera hoy por primera vez al culto. Está por allí. Acompáñame un momento, ¿sí?
—Espera, ¿por qué debo ir? —se quejó Dylan en voz baja, evitando la mano de su madre que quería sostenerle el brazo—. No me necesitas.
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¿Cómo cortejar a un Chico en los 80?
RomanceEs 1986, el primer teléfono celular ha llegado al pequeño pueblo de Sweetville de los Estados Unidos y Freddy Mercury, el mejor cantante de todos los tiempos se ha declarado gay. Mientras tanto, algunos chicos intentarán cortejar al chico que les g...