El legado

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El legado

Disclaimer: Naruto y sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto, todos los derechos reservados.

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El cantar de unas aves, una cortina de luz atravesando su ventana y el despertador sonando, interrumpieron un extraño sueño, que se iba diluyendo con los segundos que le llevaban salir de la tierra de los sueños.

Un par de ojos azules como el cielo fueron lo último que permaneció en su memoria, unos ojos espectaculares nunca vistos.

La joven resopló de frustración. Como una palabra que estaba en la punta de la lengua que se negaba a recordar.

-Hinata! –escucho la voz de su abuela retumbar en las delgadas paredes del hogar –por favor, levántate y recoge el diario de la entrada.

-ya voy abuela! –atinó a responder en un tono adecuado de voz, ni gritando ni susurrando, los oídos de Hyuga Hisaki eran capaces de captar sonidos que eran inaudibles para el rango humano, aun mas considerando su edad, aunque ella siempre mencionaba que los 60 eran los nuevos 30, y aunque sea una viuda estaba aún bastante bien conservada. Karin, su pelirroja mejor amiga, siempre le bromeaba que Hinata tenía ventaja genética por la apariencia de la abuela Hyuga.

Despejando sus enormes ojos grises perlas de la niebla onírica, y bostezando con pereza, se levantó de su futón con resignación. En el exterior se vislumbraba el sol asomándose más allá de las montañas que rodeaban el pequeño pueblo de Byakko. Los enormes arboles alcanforeros, conocidos como Kusunoki, tenían una fuerte similitud con el brócoli, uno en especial cuya copa pareciera que quisiera abarcar todo el Templo de Tsukuyomi, del cual su abuela Hisaki era la Kuchiyose o sumo sacerdotisa responsable.

Y ese legado lo heredaría Hinata a sus 16 años, que sería en el invierno siguiente.

Ya el verano estaba a la vuelta de la esquina, las tardes eran más largas, a pesar de vivir en una zona montañosa, no lo cambiaría por nada.

El Templo se encontraba en la zona septentrional del pueblo, habiendo muchos musgos mirando hacia el norte, por lo que la humedad era horrible en los dias lluviosos, la ventana de Hinata se encontraba directo hacia la salida del sol, un despertador natural como diría su finada madre.

Su hermano mayor, Neji, se encontraba en Kioto, siguiendo la tradición familiar para convertirse en el siguiente Kannushi o sacerdote del Templo familiar. Ha debido adelantarse su partida desde la trágica muerte de sus padres hace solo unos meses.

Hanabi, su hermanita menor, aún estaba en recuperación, al menos la emocional, fue la única sobreviviente de dicho evento traumático. Y ella, cepillando su larga melena azulada, mirando con sus orbes de perlas plateadas hacia la salida lenta del sol, no ha podido sonreír con naturalidad.

Su madre Hanamei era su mundo, su mejor amiga, su confidente y la única que la confortaba, porque conocía su secreto, jamás la había mirado con desprecio o incredulidad. Ni su mejor amiga ni su hermano mayor sabían de su maldición.

Allí estaba de nuevo, esos grandes ojos ambarinos viéndola atentamente desde la copa del Kusunoki, como esperando que ella abrazara su destino.

Ya aseada y con el uniforme escolar de la Preparatoria Konoha, Hinata había salido hacia el porche de su casa en búsqueda del pedido de su abuela, solo para ver a su hermanita menor barriendo tranquilamente el patio del templo.

La joven de orbes platas se congeló por un momento, impactada por tal escena.

Tras meses de terapia física, y con muchas sesiones con psicólogos, era la primera vez que veía a su hermanita de 12 años realizando una tarea banal (que por cierto era tarea de Hinata al volver de Konoha).

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