Nadin Novak - 3

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– ¡¡Ambulancia!! Él puede alejarnos de todo esto. – exclamó Nadin mientras frenaba repentinamente la silla de ruedas.

– Quitémosle las llaves de su ambulancia y salgamos de aquí. – le sugirió Alger al mismo tiempo.


   Ella se quedó extrañada conforme procesaba lo que le había dicho Alger.

– ¿Dices que le cojamos sus llaves para robarle la ambulancia? – le replicó Nadin. – No me parece una buena idea. Él debería ser el que la tendría que conducir.

– No, no. Tres son multitud. – añadió Alger. – Nosotros nos bastamos para llevar la ambulancia.

– Hay algo que parece que no sabes. Yo nunca he conducido una ambulancia. – admitió Nadin cruzándose de brazos y plantándose delante de él.

– Pero yo sí. – se pavoneó Alger muy ilusionado con la idea. – He llevado todo tipo de vehículos. Y algunos, en las condiciones más adversas.

– Ni lo sueñes. Tú no estás como para conducir. – le interrumpió Nadin dándole unos golpecitos con el reverso de la mano en el hombro. – Además, ¿cuánto crees que tardará en buscarnos la policía si desaparece una ambulancia? No debemos meternos en más problemas de los que tenemos ahora.

– ¿Y si le pides que te la deje prestada prometiéndole otro café a cambio? – insistió Alger, proponiéndole una alternativa.

– ¿Por qué no se lo pides tú? Moe viene directo hacia nosotros. – le indicó Nadin satisfecha, dando por seguro que tendrían una vía de escape con su amigo.


   Recorriendo el mismo camino que habían hecho con la silla de ruedas, un hombre joven y sonriente les dio alcance. Iba ataviado con un mono de colores llamativos y reflectantes. Las manos las tenía ocupadas con un vaso humeante que removía lentamente con una cucharilla de plástico.

– Buenas noches, Nadin. – saludó Moe. – Hacía varios días que no te veía por aquí y ya estaba empezando a pensar que por alguna razón me estabas evitando.

– ¿Qué hay, Moe? He estado muy ocupada, pero no me he olvidado de ese café que tengo pendiente contigo. – le contestó Nadin señalando el vasito que llevaba éste en la mano. – Aunque veo que vas servido y que ahora no es buen momento para invitarte a uno.


   Moe bajó la mirada hacia la bebida que estaba tomando.

– Bah, un café, dos cafés; me encanta el café y lo necesito. En cuanto me termine éste, estaré a disposición de que me puedas invitar a otro. – le respondió Moe, el cual, de inmediato, se empinó el vaso y bebió de un solo trago todo lo que quedaba en él. – Enhorabuena, ese momento ha lleg... ¡¡agh!! ¡¡Quema!!



   El conductor de ambulancias se giró dando aspavientos, intentando abanicarse el interior de la boca con la mano.

– ¿Aún prefieres que este inconsciente nos lleve en la ambulancia? – le murmuró Alger a Nadin no muy convencido de su decisión.

– Calla. – le chistó Nadin por no ser lo suficientemente discreto.

– ¿Necesitas que traslade a este paciente en la ambulancia hasta su casa? – preguntó Moe mientras se recomponía de la quemadura tomando fuertes bocanadas de aire. – Por mí no habría problema, con vosotros terminaría mi turno. Y a la vuelta podría cobrarme ese café.

– No te quejarás, Alger. Vas a salir de este hospital en una ambulancia conducida por ni más ni menos que mi conductor favorito. – le dijo Nadin con sarcasmo, dándole de nuevo palmaditas en el hombro y guiñándole un ojo a Moe.

Bertram Kastner: El Origen OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora