Dicen que los sueños, son nuestros sentimientos que se manifiestan de forma inconsciente mientras dormimos, aquellos sentimientos que se despojan en lo más profundo de nosotros, que se creen que ya han sido olvidados.
Entonces si esto es un sueño, ¿por qué me haces esto?, ¿por qué tú?..
El austrohúngaro nuevamente, estaba ahí, en ese mismo sueño que le atormentaba la cabeza, su corazón y sus sentimientos, que lograba que el mismo vacío que sentía en su pecho, latiera con ansiedad, era un sentimiento que odiaba, de la forma que lo hacía sentir tan malditamente vulnerable.
— querida, ¿no estás cansada de aparecer aquí? — el nudo frágil en su garganta se formó, su misma voz se rompía, al ver el rostro de la mujer que le atormentaba en sus sueños, que lo miraba tan dulcemente como si fuera un castigo.— por favor, te lo suplico..
Susurro suavemente, extendiendo su mano buscando el tacto ajeno que tanto deseaba volver a tocar, aquello que desde el principio no estaba destinado para él, el aire se el escapaba de sus labios temblorosos, sus ojos se entrecerraban de forma cansada, cansada del mismo escenario.
Nuevamente él estaba acostado en sus piernas, mientras ella acariaba su cabello rojizo, solo eran él y ella nuevamente, bajo ese árbol de manzana en donde siempre crecían las margaritas y la vista era preciosa, tanto como la mujer que lo miraba como lo mejor del mundo, sabiendo aún así que él no era un humano.
Esa sonrisa, esa maldita sonrisa, que desde un principio fue su mayor codicia, le transmitía tanta paz, tanta tranquilidad, que solo esa mujer podía lograr relajar a él mismo.
— mi preciosa reina, mi luz.. sigues siendo tan hermosa — adoraba cada uno de sus finos rasgos, que adornaban ese precioso rostro, el rostro de aquella mujer permaneció serena en silencio, mientras sus delicados dedos acurracaban cada mechón rojizo del imperio. — por favor, habla.. necesito escucharte. —
Los dedos de la mujer se quedaron quietos por un momento, con un sutil movimiento su mano bajó de aquellos cabellos rojizos, los ojos dorados del imperio, se entrelazaron con la que fue su mujer, su luz, su vida, incluso su alegría, al sentir el tacto frío, ese maldito sentir que era su lugar seguro, que solo ella lograba tranquilizar en su corazón sin sentimientos, sus dedos tocaban con delicadeza sus rostros, las yemas de la mujer buscaban aquella suavidad en el rostro del hombre, como si fuera todo real.
<< De..mian >>
— me estoy muriendo.. — una sonrisa irónica ser formó en su rostro, era consciente que no le quedaba mucho tiempo de vida, lo sabía con anticipación, sentía varias cosas que a la vez, ¿alguna vez le importaron a él?, había sido un asco de hombre, falló en muchas cosas, incluso.. en el simple papel de ser padre. — joder..
