El tiempo que te di

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El sol de comienzo de diciembre alarmaba a la cuidad, se venía un verano caluroso y agobiante. Volvía de la facultad caminando y aunque eran pocas las cuadras a transitar, mi cabeza era un fuego. Era imposible caminar más rápido, estaba sofocada por la temperatura y la cantidad de libros que llevaba en los brazos, sumado al peso de la mochila que llevaba en mi espalda y que cargaba casi con mi vida entera.
Los edificios de Rosario hacían sombra, pero quedaban tan pocos árboles ya, apenas algunos por cada cuadra, pelados o secos. La cuidad era calurosa, pero fría a la vista, sin verde, solo construcción tras construcción, gris, ruidosa y llena de caras furiosas.
Cuando llegué a la puerta del hospedaje, largué un suspiro de alivio, no me daban más las piernas, necesitaba tirarme en el sillón al llegar. Abrí la reja, caminé por ese pasillo largo y ancho que daba a todos los departamentos, uno al lado del otro, al final, en el segundo piso estaba el mío, debía subir un piso de escalera. A mitad de pasillo (que no tenía techo) teníamos un árbol gigante, sus ramas llegaban a las ventanas de los departamentos que lo enfrentaban de ambos lados. Pasar debajo de él te daba la sensación de una leve brisa de aire fresquito, dado mi grave desgano, me senté a contemplarlo un momento y a descansar, a los cinco minutos seguí mi camino, quería llegar, costase lo que costase. Empecé a subir, cada escalón aumentaba más mi mareo, en el descanso de la escalera me agarré a la baranda y casi caigo redonda por querer subir el primer escalón y poner mal el pie. Brad me agarró del brazo y me salvó de la vergüenza.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí – Dije, torpemente.

- Te ayudo. ¿Vivís acá?

- Sí, en el sexto b. Gracias.

- ¿Qué llevas acá? ¿Algún muerto? Esto pesa una tonelada – Dijo, riendo.

Largué una carcajada también.

- Pues sí, mi vida entera está ahí.

Me miró con ojos pícaros. Brad tenía una mirada penetrante y alegre, ojos oscuros centellantes.

- Vivo en el sexto a, así que vamos a ser vecinos. Me mudé el sábado, pero no te vi en ningún momento, pensé que el departamento estaba desocupado.

- Es que no estoy nunca, pero ahora vas a verme más seguido porque ya terminé el cursado.
Bueno, vecino nuevo. Por fin algo divertido para el verano en la cuidad más aburrida y asquerosa del planeta.

- ¿Cómo te llamas?

- Vera. ¿Vos?

- Brad.

- ¿Brad? – Largué una mini risita burlona, y me avergoncé al instante. – Perdón, ¿Acaso usted es el Brad Pitt Rosarino?

- Muy graciosa. – Dijo, con su sonrisa de dientes chiquitos y desprolijos. – Nací en Londres. Soy el Brad Pitt británico.

Reímos ambos, mientras yo intentaba abrir el departamento. Brad dejó los libros en la mesita del pequeño living que había en cada departamento (Eran todos iguales, misma decoración, mismo color. Todos idénticos) y la mochila sobre el sillón.

- Bueno, Brad Pitt británico, muchas gracias por tu ayuda. – Le dije, estrechándole la mano.

- Un placer. Nos vemos.

La semana pasó volando y no hice nada en particular, solo descansé mucho, leí libros y fui todos los días a desayunar al bar de la esquina del hospedaje, a veces sola, a veces con Fátima, esas fueron mis únicas salidas al exterior en el día. Por la noche aprovechaba los días en que se podía respirar desde el alero un poco de airecito fresco, y me sentaba contra la pared, en el piso, a leer o a tomar una birra y fumar unos cuántos cigarrillos.
La noche del viernes, cuando salí a sentarme, con libro en mano, estaba Brad, haciendo lo mismo que hacía yo todas las noches de verano.

El tiempo que te diDonde viven las historias. Descúbrelo ahora