Había muchas palabras para describir lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. Estaba el miedo, la ansiedad, ese dolor que por su presencia sentía que nunca podría sanar, pero, sobre todo, la confusión.
No lograba comprender como el amigo de Paula había acabado siendo Jonatan, no entendía nada. Intentaba encajar aquellas piezas en el rompecabezas de mi cerebro, pero fue imposible. Eran tantas dudas las que se mezclaban que no pude procesar todo.
Me quedé quieta y pálida en mi lugar, sintiendo como la sangre que bombeaba mi corazón parecía helarse y fluir como hielo por mis venas.
Intenté tragar saliva, pero mi garganta en ese momento era como papel de lija.
La expresión confusa de Paula me devolvió la mirada.
—¿Alana? —Paula se acercó a mí con el ceño fruncido y ojos preocupados.
En ese momento sentía como mi cuerpo empezaba a sudar frío, como en mi pecho crecía la sensación de ahogo y como las palabras se me atascaban en la garganta queriendo salir, pero siendo incapaces de hacerlo.
No era capaz de pronunciar ninguna palabra mientras la mirada siniestra de Jonatan me escrutaba con aquella sonrisa de amabilidad fingida.
Hice acopio de todas mis fuerzas para tragar saliva y aclararme la garganta mientras mantenía la compostura.
Y Paula. Dios, Paula.
Sentía que no podía decirle la verdad en aquel momento, no podía decirle que su amigo de toda la vida era el causante de todos mis traumas, y el causante de que en aquel momento sintiera que todo mi mundo se venía abajo.
—Un placer, Ale —respondí con un hilo de voz, haciendo énfasis en su "nombre".
Él pilló la indirecta porque enarcó una ceja y su sonrisa se curvó hacia un lado con actitud divertida, como si considerara gracioso aquel juego perverso del que solo él disfrutaba.
Entonces, siguiendo las jugadas de aquel momento, se acercó para acostar la distancia entre nosotros y así darme el saludo de un beso en cada mejilla.
Mi cuerpo se quedó petrificado al sentir su mano invadirme en la cintura, haciendo más presión de la normal y al notar su cara acercarse a mi oído antes de darme el último beso para susurrar:
—Ni se te ocurra mencionarle nada a Paula.
Y con aquella sentencia tomó distancia para situarse al lado de su amiga, quien seguía mirándome preocupada.
No podía mentirle. No podía hacerlo, pero tampoco me sentía capaz de decirle algo así ahora.
No era el momento.
Aun así, no podía permanecer allí un segundo más. No podía quedarme en la misma habitación del chico que había abusado de mí y fingir que todo estaba bien.
Porque no lo estaba.
Seguía sintiendo que me faltaba el aire en los pulmones, que el corazón no bombeaba la sangre suficiente para calentar mis venas, seguía sintiendo que toda la habitación a mi alrededor daba vueltas y necesitaba huir.
Necesitaba salir de allí o explotaría.
Lo siento, Paula —murmuré con voz entrecortada —. No me encuentro bien, necesito irme.
—¿Qué tienes? ¿qué te ha pasado? —preguntó, dando un paso hacia mí y posando su palma sobre mi hombro. Sus ojos me analizaban como si quisiera buscar lo que me ocurría en mi rostro —Sabes que puedo ayudarte.
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El día que aprendí a amarme
Teen FictionAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...