Theodore Nott.

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Desde aquel momento en que Theo me defendió de los Gryffindors nuestra relación incrementó a niveles agigantados. En un principio sólo fueron palabras ocasionales, hablar un poco de cosas puntuales, saludos y sonrisas.

Con el pasar de los días, Theo y yo empezamos a hablar sobre más cosas; cosas irrelevantes, nimiedades, estupideces. Risas fáciles.

Llegó el trabajo de Snape y con ello hubo un antes y un después respecto a nuestro trato con el otro. Nos reuníamos todos los días a las horas acordadas, normalmente era en su habitación, aunque sólo estábamos los dos.

Gracias a la biblioteca que tenían en su cuarto, podíamos hacer el trabajo sin mucho problema.

A veces parábamos para comer o simplemente para descansar y hablábamos. Con el tiempo nuestras charlas pasaron a ser más profundas, así que hablábamos sobre el colegio, nosotros y cosas así. Era fácil, y eso nos llevo a tomar confianza en el otro muy rápidamente, digamos.

El contacto llegó un un día antes de la fiesta que hicieron ellos.

Yo estaba tiesa viéndolos ir de un lado para el otro, organizar cosas y preparar otras. Quise ayudar, pero dijeron que no me preocupase y me empujaron de nuevo al sofá (una manera sutil de decirme que no era parte oficial del grupo, vaya).

Andaba quejándome en alto y diciendo que podía al menos encargarme de ponerle el check a la lista cuando siento una mano posarse en mi cuello y acariciar ahí delicadamente, elevé la vista viendo a Theo observándome desde atrás del sofá, se inclinó un poco y dejó un beso en mi frente.

—No te preocupes, Her, llevamos planificando esto desde el verano, esto es sólo rutina —las caricias en mi cuello no pararon—. Nos podrás ayudar en nuestra próxima fiesta —me guiñó un ojo y volvió a dejar un beso en mi frente antes de seguir su camino.

Yo quedé tiesa durante las próximas dos horas, literalmente no me moví ni un centímetro de lo loca que eso me dejó.

Cuando terminaron y ya todo estaba chequeado se sentaron Pansy y Adrian a mis lados y los demás en los sofás restantes o por el suelo. Hablaron, yo me quedé perdida en la interacción con Theo.

Pansy empujó a Adrian fuera del sofá, me empujó hacia la punta y se estiró en el sofá poniendo su cabeza en mis piernas, con la mano hizo algunos movimientos en mi pierna mientras yo me dediqué a acariciar su cabello y su cuello, hice figuritas distraídamente en su mejilla y cuello con mis uñas.

A partir de ese día, Theo se tomó ciertas libertadas respecto a nuestra relación, y eso incluía el contacto. Brazos por encima del hombro, tomarme de la mano para arrastrarme a algún sitio, inclinarse hacia mí cuando hablaba, decirme cosas al oído, arreglar mi cabello, jugar con mis manos, sostenerme de la cintura, cargarme, dejarme sentarme encima suyo o incitarme a ello, besos en la frente, un par en la mejilla, caricias en el cuello, nuca y cabeza.

Y miradas y sonrisas que poco a poco pasaron a ser más.

Sonrisas de lado, divertidas, conocedoras, acompañadas de miradas por debajo de las pestañas, de reojo, burlonas. Sonrisas exclusivamente dirigidas a mí, miradas que sólo me abarcaban a mí.

Eso, mezclado con roces ocasionales, manos agarradas y dedos tentativamente entrelazados, pequeñas y suaves sonrisas, miradas suavizadas, caricias sutiles, mimos, regalos tontos e «insignificantes», dedos en la barbilla y besos delicados en mis mejillas.

Theo sabía cómo, dónde y la manera de tocar, mirar y besar.

Theo simplemente sabía cómo hacer que alguien perdiera el control.

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