VIDAS CRUZADAS II

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La ventana mostraba un desfile de sombras y destellos, mientras el silencio entre nosotras se hacía más profundo, casi sólido

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La ventana mostraba un desfile de sombras y destellos, mientras el silencio entre nosotras se hacía más profundo, casi sólido. Aproveché ese momento para reflexionar sobre el torbellino de eventos que me había llevado hasta allí. A pesar del irritante dolor que me consumía, me esforcé por mantener la cortesía hacia mi acompañante, quien solo intentaba ayudar.

Era vital mantenerme alerta en nuestro camino al monasterio; cualquier señal de debilidad podría ser nuestra perdición. La vida nos detuvo en un semáforo, al lado de un Mercedes negro con vidrios tintados, sin matrícula, un presagio oscuro. Mi cuerpo se tensó enseguida, y mi mano se deslizó hacia la pistola en mi cintura, un gesto instintivo ante la presencia amenazante de ese vehículo, el que sin duda era propiedad de algún puto clan.

La adrenalina se disparó en mi sistema como un torpedo, preparándome para lo que vendría mientras esperaba que el semáforo se tornara verde. El aire se volvió denso, cargado de tensión con cada segundo que pasaba. Los hombres del Mercedes bajaron sus ventanas, intentando comunicarse con nosotras, pero mi compañera los ignoró con una frialdad que solo avivó su ira, provocando una cascada de vulgaridades.

Desde luego, uno de ellos salió del coche y comenzó a golpear nuestro vehículo con una actitud poco amistosa. Su objetivo era claro: intimidarnos. Con sigilo, mi dedo se posó sobre el arma oculta bajo mi chaqueta, lista para defender nuestra integridad si la situación lo requería.

Si él cruzaba esa línea, estaba decidida a no dejarlo contar la historia. Su silueta se recortó contra el resplandor de la Niva, arma en mano, sus secuaces alimentando la tensión con sus risas y burlas, como si la vida fuera un juego cruel al que estaban acostumbrados a ganar.

Al encontrarse con mi mirada, algo en su expresión cambió; un destello de reconocimiento, quizás, o el presagio de su propio final.

¡Demonios!

No había tiempo para dudas ni vacilaciones. Mi instinto de supervivencia gritaba más fuerte que el miedo y, en un acto de desesperación calculada, aceleré. El impacto fue inminente, el cuerpo del atacante se convirtió en un recuerdo borroso en el retrovisor, mientras sus cómplices, impulsados por la venganza, iniciaron una frenética persecución.

—¡Dios mío, Dios mío, lo has matado! —Gritaba la mesera, su voz un cuchillo de pánico en la densa atmósfera del coche.

—¡Escucha, necesito que respires y te centres! —Le dije, intentando infundir algo de calma en la situación.

—¡Claro, claro, lo que tú digas! Pero ese hombre... ese hombre... —tartamudeaba, su voz temblorosa mientras sus manos seguían mecánicamente el camino.

—¡Por supuesto que iba a dispararnos! ¿No lo ves? No había tiempo para dudar —repliqué con una risa amarga.

La última cosa que necesitaba era que ella se desmoronara ahora.

YASHCHIKAYA PANDORY© [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora