—¡¿Cómo que renuncias?! —exclamó.
Harold, el gerente de la discoteca, estaba sorprendidísimo ante la escueta renuncia verbal que le hizo Eduardo, y caminaba impaciente de un lado a otro en la tarimita, mientras el rubio lo ignoraba y tecleaba en la laptop de trabajo de la consola.
—Renuncio y ya. No vendré más —alegó el rubio con seriedad y comenzó a copiar archivos de la laptop de trabajo a un disco externo.
—¿Son tus estudios? —trató de averiguar Harold pero se veía desconcertado—. Dj, anda... Tienes tiempo con nosotros, las mujeres te adoran y muchas veces vienen solo por ti —insistió, un poco alterado y acelerado.
—Ya sé que soy tu puta de los huevos de oro —masculló—, pero no quiero venir más.
—Ya va. ¿Tú me hiciste venir aquí un lunes para decirme que renuncias? ¿Es por tu novia? La flaca catirita... —mencionó, como si hiciera memoria.
—¿Cómo se te ocurre nombrarla a ella? —gruñó impulsivo y se tensó. Hasta sintió la urgencia de darle un puñetazo solo por nombrarla como una culpable—. No... No tengo que darte explicaciones —farfulló, cerró los ojos y resopló—. Me voy.
—Okey, okey —aceptó como por llevarle el juego—. Tómate unos días, los que necesites, Dj.
—¿Me vas a dar un año sabático? —preguntó sarcástico y volvió a prestar atención a la laptop.
—¿Por qué esta decisión tan repentina? —cuestionó el gerente, aún sorprendido.
—Estoy terminando el semestre de arquitectura y necesito días para estudiar y hacer las mierdas que me mandan —respondió.
Era una verdad a medias.
—Bueno, tómate los días que necesites y cuando hayas terminado tus obligaciones universitarias, regresas. Vas a ganar buen dinero en las vacaciones.
—Okey. Me sirve —contestó indiferente.
Desconectó el disco duro externo y comenzó a eliminar toda su información de la laptop. Harold lo miró intrigado y le hizo señas con desespero.
—Si viene otro Dj, no va a usar mis vainas —explicó ante la mirada inquisitiva del gerente.
—Bueno, tú sabes lo que haces.
—Siempre...
Se despidió de forma hosca y al llegar a su auto tiró el disco externo de mala gana a los asientos traseros. Sabía que era una mala decisión, pero le era indiferente si estaba o no ocupado, cuando lo único que quería en ese momento era joderle la existencia a su Morty.
Los días siguientes no estaba de tan terrible humor. Parecía más persona, pero su ceño continuaba hundido, y aunque el corte de su labio había sanado casi por completo, no hubo ningún esbozo de genuina sonrisa en él desde hacía días; y al no tratar a casi nadie en la universidad, su herida pasó desapercibida y agradeció que no escuchó habladurías como le sucedió a Viktor.
«Ventajas de ser un asocial».
Como hacía lo que diera su gana, se atrevió a sentarse junto a Indira en las escasas asignaturas que compartían. Le acariciaba el cabello y le regalaba lisonjas muy dulces y pícaras, pero ella pocas veces le prestó atención. Y al rubio le punzó fuerte en su orgullo esa irritante actitud, porque ¿acaso él no era el bueno de la historia? En su cabeza él merecía, no solo la lástima —muy a su pesar—, sino el cariño y la comprensión de Indira. Y que ella lo tuviese apartado y le dirigiera pocas palabras y casi ninguna mirada, le lastimaba.
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Dos Corazones
De TodoIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...