Capítulo 4

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Me desperté como si estuviera en modo automático, era algo que acostumbraba a hacer. Tenía bastante sueño, pero también tenía que ir a trabajar. Completé mi rutina de fines de semana sin problema alguno y salí de la mansión para esperar al chófer. Llegó casi al instante, cosa que me sorprendió, y me llevó hasta aquel restaurante de comida rápida. Nos despedimos el uno del otro.

El trabajo fue tranquilo al ser domingo. En cuanto finalicé las horas de trabajo que necesitaba, recogí mis cosas y vi llegar aquel familiar coche mientras salía del local. Una vez dentro, el chófer empezó a hablarme y tuvimos algunas pequeñas conversaciones en el camino. Simples pero entretenidas.

Al parecer, estaba casado. Me explicó que su mujer y él mantenían una tranquila y fiel relación, que se apoyaban mucho entre ellos. Su voz me pareció bastante tranquila y estuvo hablando gran parte del viaje, hasta que llegamos. Me despedí de él y él hizo lo mismo, después se marchó. Entonces, volví a casa.

Me dirigía hacía mi habitación sin prisa alguna. Aún me costaba acostumbrarme a este tipo decoraciones tan extravagantes que veía en los pasillos. Apenas era mi tercer día aquí y, aunque sintiese que habían lugares de la casa que aún no conocía, me resultaba un lugar bastante acogedor. Aunque aún no podía decir lo mismo de mis nuevos compañeros.

De repente, sentí como mi brazo era estirado, llevándome al interior de una de las habitaciones. Antes de poder ver quién era, sus brazos se extendieron por mi espalda acercándose a mí, impidiendo moverme. Cerró la puerta en mi espalda y tuve unos segundos para contemplar la habitación. El tamaño era igual de grande que las demás y, aunque estaba bien decorado, se notaba más desordenada a comparación a las otras. Todo aquello pasó deprisa, sin darme tiempo a reaccionar. Alargó un poco la distancia entre nosotros y pude observar, por fin, su rostro.

Sus ojos rojos, que iban a juego con su pelo, me miraban con deseo y sus labios comenzaban a formar una sonrisa de lado. Esa expresión me traía recuerdos no muy lejanos, dejándome en un estado de pánico interno. Sin despegarse de mí, Ayato me acorraló contra uno de los muebles de la habitación con mucho cuidado, casi como si estuviera hecho de cristal, y me quitó mi mochila del trabajo de encima. Aquel mueble no llegaba a parar mi espalda, por lo que supuse que se trataba de una cajonera de altura media.

—Llevo todo el día esperando esto —su voz tenía un tono algo alterado—. ¿Acaso te gusta hacerte el difícil o algo así? Te advierto que esos juegos no funcionan conmigo.

—Estuve ocupado —odiaba que mi voz sonará tan extraña en momentos como ese. Definitivamente, debería aprender a controlar más mis expresiones y tonos de voz.

—¿Por qué me hablas tan casual? ¿Hace falta que te recuerde que debes dirigirte a mí con respeto? —de repente, se mostró algo enfadado, pero luego cambió rápidamente—. Tu sangre huele muy fuerte... ¿Me pregunto si estará al nivel de mi paladar?

Se acercó más a mi cuerpo y mordió rápidamente mi hombro, saboreando la sangre que salió al instante. Escuché su risa, casi aprobando el sabor.

Parecía desesperado. Pasó su abrazo dentro de mi camiseta y empezó a acariciar mi cuerpo como si de una escultura se tratase. Yo estaba algo sorprendido por aquella actitud. Era la segunda vez, en toda mi vida, que veía a alguien tan impaciente por tocar mi cuerpo, por tocarme a mí. Sentir sus manos en mi cuerpo me resultaba agradable; dejando de lado la fría temperatura que tenían tanto sus manos como su cuerpo entero.

Decidido, levantó mi camiseta hasta quitarla y siguió besando y acariciando mi cuerpo antes de que me diera tiempo de cubrirlo. Se acercó más a mí, entrelazando nuestras piernas y haciendo que apoyara mis brazos en el mueble que tenía detrás de mí, para no caer encima de este. Su altura le hacía jorobarse ligeramente para alcanzar mi cuello. Sus labios dejaban besos por mi cuello y sus manos apretaban cada vez más fuerte mi cuerpo con deseo.

Volví a sentir aquel familiar dolor tan intenso de sus dientes clavándose en mi piel, esta vez en el lado contrario de mi cuello. Con uno de mis brazos, intentaba apartarlo lo máximo que mi fuerza pudiese; resultaba inútil ya que sus brazos y sus ganas de satisfacerse eran más fuertes. Mordía tan fuerte y bebía tan rápido mi sangre, que ahora la desesperación la sentía yo. La vergüenza y la confusión me abandonaron como si de ratones asustados se tratasen.

—Deberías dejar de moverte tanto, te harás más daño —susurró en un descanso junto a mi oreja, dejándome escuchar el ritmo de su respiración. Lamió la sangre que salió de la herida—. Ah, sabes tan bien.

Apoyó una de sus manos encima de la mía, encima de la que intentaba separar nuestros cuerpos. La guió hasta sus pantalones y la apretó dejándome notar el apretado bulto que se le había formado. No sabía que debía hacer. El pánico volvió a mi cuerpo tan rápido como se había ido y ahora bloqueaba mis acciones, dejándole total libertad a Ayato de hacerme lo que él quiera. Una gota de sangre escurría por mi espalda, desde las heridas que dejó en mi cuello, al mismo tiempo que mis mejillas se sonrojaron avergonzadas. Comenzó a mover sus caderas y su mano con la que sostenía la mía, rozándome y dándome, más o menos, la mitad de placer que él estaba sintiendo.

Aún sediento, volvió a morder mi cuello encima de las anteriores heridas, mientras que yo hundía mi espalda como acto de reflejo. Sus gemidos se hacían cada vez más altos y los míos eran más difíciles de contener. Era curioso como nuestros sonidos eran casi iguales pero por razones, sentimientos, completamente diferentes. Era una rara combinación: por un lado sentía aquel dolor tan insoportable y por otro, mucho más hondo, quería que me tocara más, que nuestros cuerpos rozaran más.

Como si me hubiera leído el pensamiento, el movimiento de sus caderas aumentó y ahora podíamos sentir el mismo placer. Bajó nuestros pantalones y nuestra ropa interior, algo deprisa, soltando su agarre en mi mano para ponerlo en nuestras erecciones. Era algo incómodo, pero la comodidad no importaba cuando podía sentir su mano masturbarme. Ahora ambos estábamos a punto de llegar a nuestro límite. Su mano se movió más rápido que antes y nuestras voces se sincronizaban mientras subían de tono. Su cabeza apoyada en mi hombro y mi cuerpo apoyado en la cajonera.

Ambos terminamos a la vez, manchando mi cuerpo, mi abdomen. Estaba sorprendido, era la primera vez que hacía algo tan íntimo con alguien. No sabía qué pensar. Soltó una risa de satisfacción y, con un pañuelo que había encima del mueble en el que estábamos, recogió nuestros fluidos haciéndome cosquillas. Yo, por mi parte, intentaba tapar mi cara; mi pecho subía y bajaba rápidamente.

—No sé si estaré muy hambriento después de esto. Tu sangre es de la buena —se abrochó sus pantalones y me lanzó una última mirada, sonriéndome. Sin mucho más que decir, salió de su propia habitación dejándome solo.

Me sentía extraño y cansado. Había sido una buena experiencia, pero, por alguna razón, me sentía un poco asqueado. Quizás era por mi falta de experiencia en hacer este tipo de cosas, por mi llegada a este nuevo mundo. Me volví a poner mi camiseta y caminé hasta mi habitación, que no estaba muy lejos.

En el lavabo, empecé a desvestirme para poder tomarme una ducha. Las heridas de mi cuello, tanto las cicatrizadas como las recientes, me ardían y molestaban mientras me limpiaba. Tal vez aquella larga ducha se me hizo rápida porque no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en estos días. En cuanto me sequé, me cambié de ropa y salí hambriento de mi habitación.

Ahora sí, llegué al comedor y vi los asientos vacíos, menos uno. Reiji estaba en el suyo, leyendo un libro; parecía realmente concentrado. Me quedé un rato petrificado, mirando la tranquilidad que él creaba sin darse cuenta. En el momento en el que se dio cuenta de mi presencia, se incorporó y me miró subiéndose sus gafas.

—Te estaba esperando. ¿Me acompañas?

Cisne Rojo (Diabolik Lovers X Male reader) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora