¿Un poco de miel?

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La gente grita, siente que de esa forma se comunica, la garganta irritada es algo que comparten, ellos y él es lo que dejan en ese lugar, en ese escenario, aunque no pueda reconocer ningún rostro por las cegantes luces, aunque no pueda distinguir ...

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La gente grita, siente que de esa forma se comunica, la garganta irritada es algo que comparten, ellos y él es lo que dejan en ese lugar, en ese escenario, aunque no pueda reconocer ningún rostro por las cegantes luces, aunque no pueda distinguir si una voz femenina o masculina es quien más le llama. Toma aire, su guitarra, y de la única forma en la que sabe comunicarse canta, canta con sentimiento al recordar todo lo que significa para él aquella letra y al terminar toma de una botella de clara agua que le comparten.

Un músico, un cantautor que se ha hecho de renombre después de más de una década de trabajo, Killua Zoldyck, quien disfruta el sonar de su guitarra y sonríe ante el acompañamiento, limpia su sudor y suelta el instrumento —¡¿Cuál desean a continuación?!— La gente se alborota por la pregunta, y como un susurro el nombre de una canción empieza a tomar fuerza, como la lluvia de medianoche, o en su caso, una tormenta tropical. Su sonrisa se tuerce un poco y la confusión de parte del público más joven causa que los antiguos inicien una ola de palabrería obscena, empujones, jaloneos, si continúa así el desastre será grande.

Su señal, el de la batería lo mira dudoso pero él no está dispuesto a que su concierto sea un campo de guerra —Y a mí me gustan como tú, rebeldes y obstinadas— La gente se miran entre ellos, entiende porque lo hacen, ¿cuántos años tiene que no la canta? ¿Una década? —Y a mí me gustan como tú, valientes y obstinadas...— Y en ello la persona a quien se la escribió en primera instancia reaparece en su memoria, siempre lo hace, cada noche, cada semana, cada mes y cada año desde la separación —Y me robaste el corazón, me secuestraste la razón en ese magic music box, y me haces rodar y rodar— Ve sus dedos temblar, mierda, no debe encerrarse en él, no ahora, así que sigue cantando como puede pero es en vano, vuelve a tener trece años.

—¿Qué haces?— Una voz a su espalda y eso hace que todo su cuerpo tenga un espasmo, su pequeño cuaderno que sostiene vuela un poco por los aires hasta que regresa a sus manos y con eso da un suspiro, una mala mirada acompañada de un sonrojo a aquel que solo sonríe y se disculpa —Lo siento Killua, no pensé que estuvieras tan concentrado—

—Está bien, Gon— El mencionado se sienta a su lado, es su último día de su penúltimo año de secundaria. No hay mucho que hacer, realmente ninguno es unido a sus otros compañeros, a veces solo eran ellos dos a su parecer.

—¿Qué escribes?— La curiosidad en los ojos marrones es desbordante y eso lo pone nervioso, es un adolescente, todo es tan grande, sus sentimientos son mares que le provocan náuseas.

—Una canción— Confiesa en voz baja rascando su mejilla, aquel chico de negro cabello en desordenadas puntas no lo juzgaría por hacer algo de ese estilo, no lo considera ridículo ni mucho menos, así que puede confesar esa parte.

—¿Puedo verlo?— Pero lo segundo no es capaz y niega —¡Por favor!— Un puchero, una súplica y un jaloneo, no con su pequeña libreta que siempre carga como un material precioso, si no a su propia persona —¡Killua, por favor!— Un berrinche, como un niño pequeño pidiendo un dulce, no, Gon no es así de caprichoso, pero ha estado dos años con aquellas letras y su musa tan cerca que ella está harta y busca explicaciones.

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