Las lágrimas corrían por mi rostro como dos caudalosos ríos, no tenía ganas de nada, la impotencia me envolvía. Necesitaba desahogarme, pero nada me calmaba, todo iba de mal en peor, mis fracasos eran mas grandes. Noches en vela, libros, miles de libros leídos en tan solo una semana. No me relacionaba, y menos ahora. Me encerraba en mi habitación y encendía el ordenador. Mi vida se estaba basando en series, libros, películas y música, y todo ello me hacia llorar cada vez más. Él ya era historia, pero su recuerdo me invadía, era un caprichoso fantasma que intentaba volver a mi cabeza. Se había ido y sabía que era lo mejor, porque si no existe el sufrimiento, ¿cómo sabríamos que es la felicidad?