Capítulo I

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La joven, tirada sobre la arena, con el agua salada del mar rozando su cuerpo, y el sol ardiente esparciendo su calor sin piedad. Una suave brisa alivianaba la intensidad del sofocante calor en la isla.

Ella se despertó. Se dio cuenta de que se encontraba en una pequeña isla. Se incorporó un poco. Las heridas de su cuerpo le ardían, pero no tenía la menor idea de cómo había llegado ahí, no recordaba absolutamente nada antes de ese lugar. Se levantó pesadamente con la ropa desgarrada escurriendo agua. Más adelante se extendía una especie de pequeña, aunque vasta jungla. Cojeando y jadeando por la fatiga, se adentró en la jungla de plantas verdes y abundantes. La arena calentada por el sol le quemaba las plantas de los pies y las pequeñas piedras se le enterraban en las heridas. Su cabello negro estaba alborotado y enmarañado lleno de sal de mar. Cuando llegó a una alta piedra que bloqueaba la jungla, tuvo que escalarla con trabajos para llegar a la vegetación. Los enormes árboles llenos de hojas tapaban la luz del sol, manteniendo la tierra a una temperatura más fresca. Se agarró de un árbol para sostenerse por un momento y recuperar el aire. Después continuó adentrándose más en la jungla. Encontró una fruta en el suelo. Rápidamente la comió, moría de hambre. Siguió su camino sin rumbo pisando la tierra húmeda y las hojas verdes caídas. Pasó entre arbustos y lianas. Se topó con otra pared de piedra más adelante, un poco más baja que la primera. Esperando encontrar alguna señal de porqué estaba ahí, la escaló también. Al llegar a la cima, se sorprendió al encontrar a alguien. Un chico joven de cabello castaño oscuro, delgado y medianamente alto inmóvil frente a un montículo de tierra y flores con una vara de madera clavada encima con un collar enroscado. El collar era de perlas con una hermosa y llamativa concha en el centro.

Él joven se volvió lento al escuchar los pasos de la chica. Se veía devastado igual que ella. Tenía la ropa rota y manchada de sangre, los pies lastimados, y una espantosa cortada que iba desde su mejilla hasta su clavícula, claramente mal curada y muy reciente.

—Despertó —habló con una voz sorda y ronca.

—¿Dónde estoy? —preguntó ella.

—¿No recuerda nada? —el tono de voz del chico era de sorpresa, pero su expresión era indiferente.

Ella lo miró extrañada.

—La mayoría están muertos... Si no es que todos —continuó él —Debería ir a Bronzeshore y vivir un poco, Moon Bong-Cha. Yo me quedaré aquí, no hay nada más que pueda hacer en estos mares.

—¿Bronzeshore?

—Al oeste de aquí. Siga todo en línea recta y llegará. Hay un bote en la costa, es lo único que quedó —explicó él.

—Está bien... supongo. ¿Tu nombre? —ella habló con la mirada perdida.

—Cayden —respondió él después de soltar un largo suspiro —Creo que has perdido la memoria.

—¿A qué te refieres?

—Escuche, váyase de aquí y viva, debería empezar de nuevo.

—¿Por qué me hablas de ese modo? Con ese respeto...

—No debería... No debería decírtelo si has perdido la memoria.

Ella miró el montículo de tierra con la vara de madera y el collar.

—¿Qué es eso?

—Mi hermana ha muerto. Velaré su cuerpo... Como es debido. Su memoria prevalecerá ahora que su alma se ha unido a los espíritus. Ahora ve... Y encuentra lo que buscas... Aunque no estés buscando algo.

—No entiendo...

—El océano te llevará, la corriente va en dirección a Bronzeshore. Tardarás muy poco.

Mar ArcanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora