Capítulo 22: "Todos tenemos cosas que hacer mañana"

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–Vale, Castle, no hagas nada. Quédate aquí —ordenó Esposito, dentro del vehículo, tornado hacia atrás, para ver la cara del escritor.

–¿Puedo abrir la ventana un poquito?

Esposito se echó a reír y salió del vehículo junto con Ryan.

Vaya, con ninguno de los Esposito funcionaba, pensó Castle, rememorando su experiencia en el mundo paralelo.

Los detectives entraron en el edificio y subieron hasta la planta del sospechoso.

–¿Recuerdas cuál era la puerta? —inquirió el hispano.

Su compañero sacó su libretita y leyó: 29C.

Llegaron ante ella y la golpearon levemente con los nudillos.

–¡Señor Barrow! ¡Policía de Nueva York! ¡Abra la puerta, por favor!

Nada.

Esperaron lo que les pareció oportuno y volvieron a llamar.

Nada, de nuevo.

De pronto, Castle apareció detrás de ellos, con sigilo. Parecía tener complejo de espía.

–¡Castle! ¡Tenías que haberte quedado en el coche!

–Pero es que tengo que sacar inspiración para la escena de acción, y en el coche no... —Su discurso fue interrumpido por un estruendo.

El sospechoso quería huir.

–¡Ponte detrás de nosotros, Castle! —decretó Ryan, serio, enfundando su arma, al igual que su compañero, quien se abrió paso por el apartamento tras derribar la puerta de una patada.

Sorprendieron a Barrow intentado escapar por la ventana.

–¡¿Por qué tienes que ser tan típico?! —exclamó Castle, molesto, reprochándole al sospechoso el hecho de que decidiese escabullirse por donde había elegido escabullirse.

El hombre lo miró y su expresión tornó a una de repulsión que ofendió a Castle.

Esposito se abalanzó sobre el cuerpo del hombre que intentaba escapar.

Colocó las esposas en sus muñecas y lo llevaron hasta el vehículo.


*****


Se miró el espejo. De perfil.

–Umm...

Tenía el cejo y los labios fruncidos. Analizando el cuerpo reflejado en la superficie.

Paseó su mano por su vientre hinchado y soltó un quejido.

Qué poco le gustaba verse así. Y encima ahora era inútil. No podía ir a por un sospechoso, no podía "esforzarse" demasiado con los casos... ¿Entonce qué narices iba a hacer?

Continuó observándose. Su ceja tembló cuando se acercó más al espejo.

Justo cuando iba a hacer algo al respecto, llamaron a la puerta.

–¡¿Inspectora?! —Era Castle. Ya habían llegado a la comisaría.

Kate se alejó de su "otro yo" y agradeció que el baño estuviese vacío.

Alargó la mano hasta el pomo de la puerta y abrió, ofreciéndole una sonrisa a su esposo, enfrente de ella.

–Hola, Castle. ¿Qué tal el arresto?

Cruzaron el pasillo hasta situarse frente a la sala de interrogatorios.

–Bah, el tío era muy común —Castle se adelantó para abrirle la puerta. Qué caballero. Y parecía hacerlo inconscientemente –¿Sabías que intentó huir por la ventana? ¡Eso no lo puedo poner en el libro!

Beckett forzó una sonrisa antes de pasar y le dijo:

–¿Y por qué no pones algo así como... "El sospechoso los esperaba, pacientemente, imaginando el perfecto forcejeo con la policía que al final le fue en vano"? —Alzó las cejas, y Castle amplió su sonrisa.

–¡Es genial! Gracias, Kate.

Justo cuando el escritor fue a pasar con la inspectora a la sala de interrogatorios, Esposito se adelantó y lo frenó, colocando su mano en su pecho.

–¡Hey, Castle! ¿Te importa que haga yo el interrogatorio con Beckett?

El escritor, confundido, negó con la cabeza.

–¡No, por supuesto que no, Esposito! ¡Todo tuyo! —Hizo un ademán de dejarle paso.

Los detectives se adentraron en la sala y Castle se colocó tras el cristal mágico.

Beckett se sentó con cuidado, con demasiado, lo que la molestó un poco cuando el sospechoso se la comió con la mirada.

Espo pareció darse cuenta de ello y soltó:

–Menudo expediente que tiene, señor Barrow.

El hombre de lasciva ojeada apenas reparó en lo que el otro le decía.

–Madre mía —Se lamió los labios –, de saber que me interrogaría usted me hubiera puesta más elegante.

Se reincorporó en la silla.

Katherine le fulminó con la mirada.

–Cuéntenos a qué se debió la discusión que tuvo con Dalton Paid.

Rob Barrow desplazó su vista hasta el hispano.

–Oiga, sé que está muerto, ¿vale? Así que les ahorraré las molestias de enseñarme la foto de Paid desnudo... —Se giró a la inspectora –Antes de contarle mi desencuentro con el muerto, me gustaría saber el porqué de la brutalidad policial, ¿les enseñan a ser así en la academia? —Su sonrisa impúdida y despreocupada irritaban a la inspectora.

Beckett golpeó la mesa con la mano abierta, provocando un gran estruendo, un brinco por parte de su compañero y  de su esposo; pero, Barrow seguía impasible.

–¡Déjate de tonterías y cuéntanos lo que paso, Barrow!

Barrow se aproximó a su cara por la cual asomaba ya una vena hinchada, y repuso:

–Me encantan las mujeres con carácter.

De repente, unos golpes en el cristal empezaron a sonar, al igual que unos grititos que parecían decir: "¡eh, que es mi mujer!".

El sospechoso se volvió a posicionar de la manera correcta y decidió hablar.

–A ver, Paid fue el que me contrató, como supongo que ya sabrán, para trabajar en Dapttaw, y bueno, cobro el sueldo mínimo y trabajo todo el día, así que ya me dirán si no tenía razones para quejarme... ¡Es que ni el que pasea a los perros! Yo quería un puesto mayor. Me merezco más.

–Bueno, teniendo en cuenta el expediente que tiene sobre su comportamiento en el centro de menores... —rebatió Javier.

–Son todo sucias patrañas... —Se volvió a lamer el labio –¿De verdad se creen todas esas cosas? ¡Nos estamos desviando del tema principal! Paid y yo sólo dialogamos sobre el aumento del sueldo... Y se negó. Que él no lo decidía, que era Allen... Así que mañana tendría que ir a hablar con él.

Katherine pensó de inmediato que ella debía ir al día siguiente al ginecólogo.

–De acuerdo, Barrow... ¿Dónde estuvo...? —comenzó la inspectora; sin embargo, Rob la interrumpió.

–¿El día y hora de la muerte? No tengo coartada, si es lo que quieren. Estuve toda la mañana viendo un programa de la tele. Me negué a ir a trabajar.

–¿Y qué hacía hoy en su casa? —demandó Esposito.

–Es que es un día sí, y un día no —Sonrió, divertido.

Beckett le comunicó que ya podía irse. No tenían gran cosa.

Salieron todos de la sala y mientras el alto, atlético y voluptuoso Rob Barrow se desplazaba hasta el ascensor, los tres amigos se quedaron observándolo, y el escritor le comunicó su mujer con una cara de desagrado en su cara:

–Aains... ¡Cómo lo odio!


*****

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora