La mariposa Carmesí.

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La pesadilla había quedado atrás. Ya había pasado más de un año desde ese desafortunado y forzado viaje. Si se le podía llamar así. Por las noches tenía pesadillas, en las que se reproducían como un impecable archivo de audio de formato "recuerdos" esas furiosas voces en español. Corriendo tras los presurosos pasos del agente Leon S. Kennedy y los suyos.

La señorita Ashley Graham no olvidaría el coraje de su héroe e interés amoroso frustrado. Aunque también rondada entre sus pensamientos alguien más.

Aquella mujer de rojo y rasgos asiáticos. Apenas la había visto y sabía su nombre como único dato posiblemente certero. Ada Wong.

Lo único que el agente Leon le había dicho (luego de aclararle que no podía dar mucha información al corresponder a datos confidenciales de los servicios de inteligencia de su país) era que se trataba de una agente involucrada en el manejo de recursos e información relacionada con amenazas biológicas. Y cuya verdadera afiliación era desconocida.

Por su desconocimiento sobre tales cuestiones, solo podía concluir que se trataba de una criminal peligrosa. Una persona que no querrías tener cerca. Por otro lado, se preguntaba si ese pensamiento era acertado. Dudaba que el agente Leon pudiera sentir algo cercano a un extraño apego sentimental por una criminal sin moral. Suponía que podía haber algo más allá. Daños sufridos, un pasado difícil.

El nombre Ada Wong podía ser falso. Su pasado era como mínimo críptico. Su presente incierto. Y lo poco que se pudiera saber o lo que dijera sobre ella misma podían no ser más que mentiras.

¿Quién era esa mujer de rojo? ¿Qué motivaba a la mariposa carmesí a vivir y luchar?

Ada era la representación en la vida real de algo que siempre había admirado en distintas obras de ficción. Una mujer con habilidades para el combate, letal y atractiva. Y sobre todo inalcanzable. También un poco le daba por preguntarse si ella también podría ser así. Ser hábil, intrépida y letal como Ada Wong. Con tiempo y entrenamiento por supuesto. Ser una agente tal como Leon, y poner de su parte para proteger al mundo de distintas amenazas.

Divagaba entre aquellos pensamientos dirigiéndose junto a su padre, el presidente Graham, a una reunión en el salón de un hotel. Salón con manteles blancos cubriendo mesas, copas y finos cubiertos en mesas y música pretenciosa tocada por una modesta cantidad de músicos de profesión. La típica reunión de gente rica y pretenciosa, acompañada de sus también muy superficiales hijos.

Le parecía extraño pensar que en algún momento ella también había sido una de esas niñas ricas altaneras y superficiales que se sentían dueñas del mundo. Su perspectiva sobre la vida había cambiado mucho. Y cómo no hacerlo luego de no quedar como una perpetua marioneta de un desquiciado terrorista y sectario español, al ser infectada con "las plagas".

Caminó junto a su padre, luciendo un vestido de color azul. Que dejaba sus hombros y brazos al descubierto y con una abertura en la parte de la falda que dejaba algo a la vista una de sus piernas. Sin mayores detalles. Simple y con su toque sobrio de sensualidad. Con sus labios de un toque rojo que enloquecería a jóvenes de aquella reunión (seguramente a hombres y mujeres por igual) por el deseo de besar sus labios.

Llegaba un momento de esas reuniones en que su padre se apartaba para conversar con gente cercana de su ámbito, del gobierno. El trabajo siempre lo perseguía un poco a todos lados. Tampoco era una situación que le desagradara en exceso. No era algo tan inusual que pudiera iniciar una interesante conversación con algunos asistentes sobre distintos temas, fuera desde los más intrascendentes, hasta los más académicos como artes y estudios.

Tuvo una extensa conversación con un hombre. Un poco mayor que ella, de actitud cortés. Calculaba que de unos treinta años. Supuso que le resultaba atractiva. Le daba el crédito de al menos no ser un cochino repugnante que solo iba con toda la intención de acostarse con ella siendo bastante vulgar y libidinoso. Se disculpó con él, diciéndole que quería un momento a solas para sentarse y beber algo. Él sujeto aceptó amablemente y siguió su rumbo.

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