7. Cada uno su propia pesadilla

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Lo peor era la sensación de terror constante sin tener ni idea a qué tenía miedo.
(Andrew Solomon)



Aidan miró de reojo a Joseph. Era casi media noche y seguían en la oficina. Trabajando. Solos. Ambos.

Porque a su flamante jefe se le había ocurrido que necesitaba una copia, escrita a mano y hecha por Aidan, de TODOS los expedientes existentes desde el momento en el que Joseph había abierto el despacho hasta la fecha.

Y Aidan podría haber argumentado que eso no le correspondía a él, porque ni siquiera había estado presente en dichos casos; pero no quería discutir, no tenía mucho sentido. Dicen que hay que saber elegir bien tus batallas y esta no era una de esas, no porque llevara las de perder, era simplemente que no valía la pena.

Sabía que Joseph no necesitaba nada de eso y mucho menos hecho a mano en plena era digital. Sólo buscaba molestarlo. Lo venía haciendo desde que Aidan había decidido terminar con su relación "romántica" –si es que a ser amantes se le podía llamar así, porque romance ciertamente nunca hubo, todo fue meramente físico, atracción y sexo–.

Aunque Joseph no trabajaba realmente, sólo lo miraba hasta que se cansaba y se iba ya avanzada la noche o incluso entrada la madrugada. No sin antes recordarle que todo debía estar terminado para esta misma semana.

Así que era la cuarta noche que Aidan pasaba en la oficina. Cada uno de esos días había dormido a lo mucho un par de horas; con suerte, tres. Estaba realmente agotado, pero decidido a no quejarse...

—Si te dieras prisa, podrías salir a divertirte —le dijo Joseph de la nada, sacándolo de sus pensamientos—. Debes tener ya una fila de hombres esperando su turno contigo, ahora que eres libre. Supongo que por eso me dejaste, ¿no?

Aidan consiguió reprimir una sonrisa, apenas. La arrogancia de Joseph no tenía límites. No era por eso que su "relación" había terminado, fue porque era una persona horrible y Aidan por fin había abierto los ojos. Se había tardado bastante, pero dicen que es mejor tarde que nunca, ¿no? Y no es que él fuera un santo, pero al menos no tenía un prometido al que engañaba y drogaba; Joseph sí.

—Estoy bien —respondió, sin levantar la vista del expediente que estaba copiando—. Te lo agradezco, pero no tienes que preocuparte por mis necesidades físicas...

Y era cierto: estaba bien. La verdad es que no extrañaba tener sexo diario con conocidos y desconocidos. Lo disfrutaba, claro, nunca lo había hecho obligado o por compromiso; pero estos días de abstinencia lo habían hecho darse cuenta que no lo necesitaba. Era más costumbre que otra cosa, se había acostumbrado a buscar conexiones de esa manera, algo para sentirse vivo y necesitado. Era quizá como cuando comes sin hambre, sólo porque estás aburrido y no tienes otra cosa que hacer... Y justamente como cuando comes sin hambre, el vacío seguía sin llenarse. Seguía faltando algo y no era eso.

—¿De verdad? —la pregunta, hecha con un tono mordaz, lo sacó de sus pensamientos—. Porque ambos estamos aquí y... —de detuvo, su tono y su mirada sugerentes.

Aidan suspiró, tratando de contenerse, pero al final decidió que ya había aguantado demasiado. Puso ambas manos sobre el escritorio y se levantó. Joseph sonrió, como si pensara que ya había ganado, pero Aidan lo sorprendió diciendo: —Sí, de verdad, aunque hablando de eso... ¿Por qué no estás en tu casa? ¿No te extraña tu prometido? ¿O es que tan mal va tu relación que ya ni siquiera pasan juntos las noches?

Joseph golpeó su propio escritorio con el puño, se puso de pie furioso y dijo: —¡Quiero todo terminado a primera hora! —y después salió del despacho, dejándolo solo por fin. Aidan miró incrédulo el montón de expedientes que todavía faltaban. ¿Cómo se le ocurre que terminaría todo eso en unas pocas horas?

Fearless Love (Amor sin miedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora