Cálida

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Los rayos del sol traspasaban las ligeras cortinas blancas, estaba amaneciendo, los cálidos destellos derretían con lentitud la apenas notable escarcha que se formaba en el cristal de aquella ventana de tercer piso. 

Vera veía con atención como una gota de agua se deslizaba para acabar su recorrido en el borde, desapareciendo totalmente. Así como si nada, su existencia se limitaba solo a eso. Eran las 5am, como de costumbre Vera estaba despierta, después de las 3am no había forma que pegara un ojo de nuevo, por lo que era rutinario ver el amanecer de otro caótico día desde su cama.

 Suspiró casi sin aliento, con pesadez, preparándose para el dolor que pronto invadiría su cuerpo, el efecto de la medicina había acabado y faltaban aún dos horas para que la enfermera llegara para poner fin a su matutino sufrimiento.

—Necesito pensar en otra cosa —se repetía tratando de cerrar los ojos para ignorar el dolor permanente de su cuerpo, había olvidado lo que se sentía no tenerlo, la medicina por supuesto que la calmaba un poco, pero era imposible deshacerse de él por completo.

A pesar de estar meses en esa condición todas las mañanas sentía miedo de experimentar aquel dolor.

Una ola de calor invadió su pequeño cuerpo, comenzando por sus pies, luego tomando cada parte —está comenzando —murmuró.

Vera cerró los ojos con anticipación, llenó de aire sus pulmones y apretó cada lado de la sábana blanca con sus puños.

Esperó y esperó, y el dolor nunca apareció. Se le hizo muy extraño, y entonces se sentó en la cama para revisar la bolsa que colgaba al lado de esta, pero estaba vacía, se quitó con mucho cuidado la manguerita de intravenosa del brazo derecho y apartó las sábanas. Con el ceño fruncido calló en cuenta que estaba sentada y le pareció tan raro porque no había podido hacerlo por cuenta propia desde la semana pasada.

—¿Aún estaba soñando? —pensó incrédula

No, estaba segura de estar despierta, la habitación estaba iluminada por la reciente salida del sol, todo estaba en orden, su rutina de hace meses era la misma, por lo que no sentía que había algo fuera de lugar.

Dudosa, con lentitud bajó sus pies de la cama, el frío del piso traspasaba las calcetas de ositos que vestían sus pálidos y huesudos pies, eso le alegró, y una sonrisa se le formó en el rostro.

La temperatura de su cuerpo siempre era la misma, un frío glacial que se sentía cómo pequeñas agujas lastimándole su cuerpo. El calor siempre le venía muy bien, y deseaba estar calentita, de hecho, una de sus partes favoritas del día era cuando tomaba té caliente a las 4 de la tarde, era una especie de ritual que tenía, y lo disfrutaba gracias a los tés costosos que compartían con ella.

El otro lado de su habitación estaba vacío, frunció en cejo sintiendo que su buen ánimo se esfumaba, Vera compartía cuarto con una anciana de 60 años, eran muy unidas, la señora Matilde era muy graciosa y amable, Vera nunca conoció a sus abuelas, pero sabía que la relación que tenía con ella era lo más cercano a tener una.

Se sintió realmente triste al recordarla.

La noche anterior el estado de salud de la señora Matilde empeoró, alertando a todas las enfermeras y al doctor de turno, se la llevaron para la sala de emergencias.

La chica esperaba que ella estuviera bien, le aterraba pensar en el fallecimiento de su amiga, aunque ella le repetía cada vez que hablaban del tema que esperaba ese día con ansias.

—Es muy valiente decirlo en voz alta —le dijo Vera una vez, mientras jugaban a las cartas.

—¿A qué te refieres, querida? —preguntó la anciana repartiendo las cartas como una experta.

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