Finjamos que no está sucediendo

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Estaba en la habitación de Myers, hacía ya una semana y media de su operación y los últimos días fueron peores que los primeros, a pesar de que pasábamos tiempo juntos no hablábamos mucho y me angustiaba. Él ponía la excusa de que no era nada, solo cansancio, pero yo sabía que no era eso, existía algo más.

Ya no comía y debido a su mala nutrición no pudieron retirarle el suero en ningún momento. Tampoco escuchábamos música ya que a los segundos esta le ocasionaba fuertes dolores de cabeza y por eso preferíamos evitarla.

Hoy por la mañana cuando llegué a visitarlo se encontraba en una situación agonizante. De cuclillas, estaba vomitando todo en una cubeta mientras su madre intentaba darle ánimos sobándole la espalda. No me dejaron y ni yo quería quedarme. No deseaba mirar como el chico al que amaba se encontraba ahí, sufriendo. Anna llegó rápidamente y me regresó a mi dormitorio.

Al regresar lo encontré dormitando. Sandra me agradeció el gesto de haberme marchado porque a Fred no le hubiera gustado que yo lo hallara de esa forma. Lo que a él menos le gustaba es que le tuvieran algún tipo de lastima, pero ese día frente a mis ojos se reflejó un ser tan delicado que era casi tan frágil como yo.

Ese día entendí que lo que me daba fuerza también tenía sus rachas de debilidad.

-¿No quieres algo de la cafetería? -dijo Sandra al fin después de varios minutos en silencio-. Yo iré por un té.

-No, gracias, ya comí. Aparte de que no puedo comer otra cosa que no sea lo que está en mi dieta -mentí porque cuando estaba con el Fred alegre llegué a comer hasta una hamburguesa de McDonald's.

-Bien -Sonrió débil-. Si ocurre algo me llaman por favor.

-Por supuesto.

Tomó su cartera, fue a donde su hijo para besar su frente y luego salió del dormitorio. Con el sonido de la puerta, el chico poco a poco fue abriendo los ojos hasta divisarme. Al hacerlo, una tenue sonrisa se expandió en sus labios, la cual no dude en devolver.

-Hola -murmuró.

-Hola.

-¿Cuánto tiempo lleva aquí? -preguntó con la voz ronca.

Carraspeé.

-No mucho, como unos cuarenta minutos.

Él asintió, pensativo.

-Lo siento por lo que tuvo que ver esta mañana.

Guardé silencio.

-No tienes que disculparte, Fred, de verdad. Yo no vi nada y...

-Señorita -me interrumpió, sutil-. Por favor.

Me senté junto a él, sin decir nada y dejando que mi mirada dijera todo lo que mi boca callaba. Un hormigueo escaló desde mi pecho hasta instalarse en mi garganta.

-¿Son galletas? -Fred cuestionó de pronto, señalando hacia el paquete encima del reposabrazos del sofá.

La tensión disminuyó.

-Sí, tu madre las ha traído -Sonreí-. ¿Quieres?

Él asintió y eso me encendió el alma por unos instantes. Me levanté para tomar el empaque y acercárselo. Agarró una galleta y la mordió con sumo cuidado. Reí. Ese ya era un gran avance en todos esos días.

-¿Ha tenido noticias sobre su padre?

Me tensé. Cerré los ojos y suspiré, afirmando.

-Sí, mamá ha dicho que quiere volver a verme.

-¿Y usted quiere volver a verlo?

Agaché la mirada, indecisa.

-Sinceramente, no lo sé. Ha pasado tiempo, tal vez la segunda visita no será tan mala como la primera -comenté y me encogí de hombros.

Segunda oportunidad (YA EN FÍSICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora