5. Sola

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Aquella primera noche le costó mucho poder dormir, no pudo cerrar los párpados por horas ¿Aquello que acecha el pueblo será un ser maligno rondando por las noches? ¿Sería mejor si me mudara con mi hermano lejos de aquí? El joven Timothée... ¿Estará bien?

A la mañana siguiente tocaron a su puerta, era la tía Anna, Kenneth y una joven chica de cabello corto.

—Que sorpresa— dijo extrañada

—Anoche pasó el joven Chalamet a avisarme que se iba— respondió la tía.

—Si, me dijo que te avisaría para que no te preocuparas— dirigió su mirada al frasco de agua que traía entre sus manos.

—Toma, es agua bendita, pon en todas las entradas—

—Gracias tía... ¿Cómo estás Ken?—

—¿Cuántos días dormirás aquí?— respondió ignorando la pregunta de su hermana.

—Me parece que, una semana— el pequeño torció la boca tratando de no pensar que a su hermana le podía pasar algo, estaba paranoico.

—Ella es Charlotte, me está ayudando en la casa— la tía Anna tocó el hombro de la tímida muchacha para que saludara a Katherine —Un gusto, Charlotte Green— estrechó su mano.

—Katherine Wood—

—Si necesita ayuda en casa puede avisarme— agregó la jovencita.

—Gracias—

Aquella tarde Katherine estuvo leyendo algunos de los libros que Timothée le había dejado en su biblioteca, encontró algunos bastante interesantes de como aplicar la pintura y quedó fascinada. Recordó su anhelo por la pintura y por un momento, soñó con ser pintora.
Katherine tenía un plan, un pequeño secreto que no le contaba a nadie, era soñadora aunque le costaba confiar, si ahorraba lo suficiente para sus materiales, podría comenzar a pintar de nuevo y con suerte asistir a alguna escuela de pintura dónde admitieran mujeres.
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Ya habían pasado 5 días, la joven comenzaba a extrañar la presencia de aquel rizado muchacho, estaba planeando cocinar un pastel de fresa para cuando llegara pues ya estaba un poco aburrida, había leído mucho y estuvo dibujando con algunos grafitos viejos que encontró en la biblioteca, trató de no gastarlos demasiado pero era difícil resistirse, la textura áspera le encantaba, incluso llegó a pensar que tal vez aquel chico los dejó allí a propósito, también se preguntaba si Timothée pintaba y no quería decirlo, quizás en su habitación tenía increíbles pinturas ocultas, pero no lo sabía, nunca había entrado y probablemente nunca lo haría, sonaba escandaloso para ella y él era muy reservado con sus pertenencias, siempre estaba cerrado con llave.
A pesar de esos buenos ratos a solas en aquella extravagante casa... extrañaba la compañía de Timothée, pues en cambio, su padre no le transmitía confianza para sentarse a leer o pintar junto a él, le imponía bastante su presencia.

—Buen día señor Chalamet, aquí está su comida— acomodó el plato con avena y manzana molida en su mesita.

El hombre balbuceó, poco a poco recuperaba su fuerza y el habla, cada día comía más.

—Lo sé— rió —Aquí está su medicina— tomó otro de los frascos, tratando de abrirlo, el corcho giró y sus dedos se deslizaron por el frasco dejándolo caer al piso —¡No!— gritó levantando el frasquito en vano, se había derramado al piso.

Apenada tomó uno más y esta vez lo abrió con éxito, sirvió la dosis requerida y el hombre la bebió. —Más— dijo en un apenas audible quejido —No puedo darle más—

—Necesito más— el hombre la miró a los ojos imperativo ella lo miró con una sensación de nerviosismo, al fin después de tanto había podido articular palabras, se giró y con una servilleta trató de limpiar la mancha de medicina que había tirado al suelo, pero la alfombra ya había absorbido suficiente, dejó el frasco vacío en la pequeña mesa... solo quedaba un frasco, le había dejado 8 para esa semana, uno para cada día... pero tiró uno.

Sempiterno • Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora