La jícara

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¿Disfrutas de pasar el tiempo al aire libre? Caminar entre los campos, remar en lagos, pasear por las orillas del río. Es un pasatiempo muy saludable, divertido y tranquilo, pero qué sucede cuando en uno de tus rutinarios paseos decides dar vuelta en un nuevo camino, después de todo un poco de aventura podría ser reconfortante. Caminas entre los largos y rebosantes árboles cuyas ramas caídas y llenas de hojas color verde salvia crean la ilusión de un pasaje secreto. Conforme vas avanzando notas que un cuerpo de agua se está volviendo visible entre la vegetación, lo admiras por un minuto y finalmente decides darte un chapuzón. Te quitas tu chaqueta, así como los zapatos y calcetines, arremangas tu camisa y doblas tu pantalón hasta que te queda a las rodillas y te introduces. La sensación del agua a tu alrededor es refrescante, sientes que flotas y que puedes controlar el agua mientras jugueteas con ella, y la visión que te ofrece el vasto río es espléndida. Caminas por la orilla observando la naturaleza que te rodea, entonces te dispones a tomar fotografías del cielo y los animales que te acompañan a lo lejos, para conmemorar aquel paseo ya no tan rutinario.

Mientras pateas ligeramente el agua algo llama tu atención más adelante, una especie de vasija- Entrecierras los ojos en un intento de deducir lo que ves y das unos pasos enfrente. Es una jícara. Los colores verde y amarillo vivos resaltan entre la turbia agua que la rodea y las delineaciones que adornaban su cuerpo eran hermosas. Al golpearla el sol notas que algo se encuentra dentro pero no puedes ver qué. Te detienes a tomarle una foto antes de decidirte a ir por ella. Sales del río para dejar en la orilla tu chaqueta y la cámara. Vuelves a arremangarte la camisa y te aseguras de que tu pantalón siga hasta las rodillas. Y una vez más de adentras al agua. Caminas en dirección de aquella jícara que se aleja llevada por la ligera corriente y notas como el suelo bajo tus pies en algunos espacios se hunde, pero continuas con cuidado. Cuando menos piensas el agua está a la altura de tu cintura y asciende. hasta que eventualmente ya no hay suelo que sientas bajo tus pies. Ahora estás nadando con el agua hasta el cuello y comienzas a cuestionarte cómo llegaste ahí y si realmente vale la pena tanto esfuerzo y molestia, es ahí dónde te das cuenta que te encuentras a poco más de un metro de la jícara y dejas salir una sonrisa mientras especulas qué es lo que podría haber dentro, cuando a tu lado, no muy lejos de tí notas que algo en emerge a la superficie. Reconoces a un cocodrilo de río que te observa fijamente, seguido de ese emerge otro en tu lado contrario y uno más se aparece en la orilla del río. Te encuentras rodeado. Sientes como tu corazón comienza a galopar en tu pecho e intentas reducir tu movimiento al nadar, pero entonces sientes como una pequeña onda se forma en el agua y alcanza a los animales, los cuales con rapidez se alejan. Dejas salir un gran suspiro de alivio cuando otra onda se crea, seguida de otra y otra más fuerte. Te giras instintivamente para saber de dónde vienen y te das cuenta de que la jícara desapareció.

De un segundo para otro las ondas se convierten en olas que te vuelcan con agresividad y cuando menos lo piensas te encuentras debajo del agua. Tu boca se llena del extraño sabor que tiene el agua dulce y tu cuerpo lucha por regresar a la superficie, pero es inútil, la corriente es mucho más fuerte que tú, pareciera que el mismo río te está succionando para no dejar rastro de ti. Comienzas a nadar con más fuerza y desesperación pero las violentas olas continúan arrojándote a las profundidades del río. Rastros de diversos colores aparecen entre la opacidad del agua, intentas concentrarte en ellos con el fin de apaciguar el intenso mareo que te dio la última volcada.

El aire en tus pulmones finalmente se está agotando, dejaste de luchar. Las olas se detuvieron, entonces frente a ti notas una silueta que se acerca lentamente, el color de su piel se mezcla con la oscuridad de las profundidades y no sabes de qué tamaño es hasta que te percatas de que su cuerpo comienza a desenroscándose como una serpiente para encerrarte en un círculo. Te quedas helado. No hay a dónde huir. La presión en tu pecho se hace cada vez más presente conforme el miedo y tu falta de aire aumentan. Notas que su barriga está decorada con aquellos colores que observaste solo segundos antes, y mientras te rodea, notas en su lomo una extraña protuberancia... una jícara de la que salen solo algas y plantas. Finalmente tu vista da a parar en su rostro, y te quedas absorto en sus ojos. No parpadea, y tú tampoco, no puedes, mucho menos cuando segundos después saca a relucir sus filosos dientes, que fácilmente podrían medir lo de tu brazo completo.

En un intento desesperado de huir, te impulsas hacia arriba con el último aliento que te queda y lo logras. Sales a la superficie de un brinco y el aire te golpea el rostro, pero lo toses inmediatamente. Extiendes tu mano en un grito de auxilio y nadas hacia la orilla, cuando sientes que varias escamas abrazan tu pierna con fuerza y una vez más te hunden con violencia a las profundidades del río. De nuevo estás frente a aquella criatura y es como si te estuviera sonriendo mientras vuelve a mostrar sus monstruosos dientes. Te observa fijamente y como una barracuda hambrienta se lanza hacia ti. Y tan rápido como comenzó, todo terminó. No hay más miedo ni desesperación, ni siquiera hay dolor. Solo está la sombría agua que comienza a teñirse rojiza a tu alrededor. Y finalmente, nada.

A la orilla de aquel río solo quedó una chaqueta de cuero vieja y una cámara con una fotografía de una jícara flotando en el agua.

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