David, y la ventana

28 7 16
                                    

1

David abrió los ojos como pudo y volteó la cara hacia la ventana, donde las cortinas se hallaban corridas y la luz del sol iluminaba toda la blanca habitación. Ni un sólo ruido se escuchaba en toda la casa, intuía que estaba solo.

―¿Vas a estar todo el día acostado? Te vas a adherir a las sábanas.

David cerró los ojos, esta vez con un poco de fuerza.

―No has hecho nada, y ayer solo saliste de la habitación para comer. Tienes que comenzar a hacer algo de tu vida.

David siguió haciendo oídos sordos. Su pecho dolía.

Un día, él tuvo un sueño, y quería hacer todo lo que pudiera para conseguirlo. Pero no duró mucho.

Una isla cruzando el océano pacífico llamó terriblemente su atención, el País del Sol Naciente, precisamente Akihabara, el paraíso del anime y la tecnología. Creyó que una de las cosas que debía hacer primero en principal era familiarizarse con el idioma, entonces practicó mucho, mucho, se dedicó horas y horas a su aprendizaje.

―Eso fue una pérdida de tiempo.

Había sido entusiasta, incluso impaciente, quería crecer y hacer las cosas por sí mismo para cumplir ese sueño. Luego, este se extendió, aunque quiso detenerlo, por casi mil kilómetros, llegó exitosamente a Corea, y la música de ese país lo acogió como un cuento para dormir.

Entonces lo hizo de nuevo ―¿Otra vez?―, practicó y aprendió el sistema de escritura, rápidamente pudo identificar cada uno de los signos lingüísticos coreanos, también practicó kanji (y algo de gramática china) y leyó sobre escritura tailandesa. Oh, él era como una esponja que absorbía todo lo que podía.

Quería aprender, aprender muchísimo, tanto que su cabeza luciera cómicamente gigante. Bueno, no.

Pero esos sueños no eran más que fantasía, ¿verdad? ―Así es― demasiado imposible como para siquiera considerar, ―¡qué iluso!―. Incluso cuando siguió soñando y creyendo y deseándolo completamente anonadado. Quería conocer absolutamente todo lo que había detrás de la puerta de su habitación, había tantas cosas por ver y experimentar en un mundo tan grande, pero, de nuevo, esos también eran sólo sueños.

Ya nada de eso era interesante.

Los sueños desaparecieron junto a su entusiasmo, todo se tornó monótono, aburrido, sinsentido. Estaba irremediablemente cansado, adolorido, fatigado, quería dormir y descansar. No quería sentirse irritable, borde o cruel.

―Tu actitud es una mierda.

Entonces se aisló, el mundo pasó de interesante y llamativo, a tenebroso y doloroso. Todos los días eran una horrible y desgastante tortura.

El nuevo mundo se redujo a una pantalla donde sus amigos estaban a miles de kilómetros, donde su música y sus escritos eran lo más real para él y donde se sentía más genuino aunque (casi) nadie supiera su nombre o su historia, era real aunque fuera mentira.

Lo consideró, sé lo que estás pensando, él lo pensó también. Tú, yo y ellos lo saben, quizá iría demasiado lejos, pero esa también es una realidad. Y lo hizo, pero no funcionó.

―Si ya no puedo soñar, ¿de qué se trata todo esto? ―preguntó alzando la voz por primera vez en el día.

El reloj de arena se volteó y el día comenzó de nuevo.

2

David no mentía, así que mentir era fácil. A veces se mentía a sí mismo y parecía que se lo creía, esa parte era la más sencilla.

A veces intentaba levantar sus ánimos haciéndose promesas a sí mismo que terminaban en nada. "Haré esto, y me recompensaré con esto". La falsa ilusión de estabilidad le daba náuseas, pero, de momento, sólo era eso, una falsa ilusión que él creaba y luego destruía.

-Qué hipócrita.

La voz sonó bajita, como un susurro en algún rincón de esa gran habitación.

-Pero es como es.

David nuevamente intentó levantar su espíritu. Era como era, mucho no podía cambiar. Sin embargo, estaba un poco cansado de eso, estaba realmente agotado.
Pelear consigo mismo a veces lo enloquecía, pero también lo liberaba. Había un peso sobre sus hombros que se sentía más liviano cuando se maldecía a sí mismo, aunque luego se resentía.

Intentaba parar ese tren, pero, aunque quisiera, no era el Hombre Araña y, al final, este seguía su rumbo hacia aquel túnel oscuro.

-¿Vas a salir hoy? -David se preguntó al aire y luego negó con la cabeza.

-¿Adónde? El día está horrible.

-¿Horrible?

David miró a la ventana. Los rayos del sol se filtraban por los huequitos de las persianas, por lo que se acercó a ella y la abrió, iluminando así toda su habitación.

Sonrió sintiendo la brisa mañanera.

Quizá, si se mentía un poco más, podría salir el día de hoy.

Quería intentarlo, aunque fuera difícil, aunque lo aplastaran los pensamientos negativos, aunque pareciera imposible.

David sabía que, algún día, podría superarlo. Porque, seguro, era así.

3

David no contaba con muchos amigos, aunque sí podía decir que tuvo unos cuántos a lo largo de los años. Recordaba con cariño a los que quedaron atrás en su interminable carrera (hacia alguna parte, aún desconocida). No conoce mucho de la amistad ahora, y no entiende el que algunas personas pasen décadas juntos.

Sin embargo, aún hay una persona que todavía se queda, aunque David no suela salir de casa o no suela demostrarle su aprecio por ello.

Ana es una persona muy sonriente, estudia y trabaja, por lo que casi no tiene tiempo para hacer otras cosas, sin embargo, nunca se olvida de escribirle. David a veces piensa que Ana también desaparecerá algún día, por lo que suele ser precavido. Todavía hay una brecha entre ellos. David crea brechas con todo el mundo.

Es divertido porque, aunque Ana lo intente, a David no le molesta que ella no pueda hacer muchas cosas. La relación a distancia, mediante mensajes o llamadas, es cómoda, David se siente agusto así.

Es como si pudiera vivir dentro de una caja y todo estará bien porque Ana estará ahí afuera. Como sus padres, su hermana y sus diversos amigos de internet.

Hoy es un lindo día. El sol está sonriendo. Ana está sonriendo y David siente que puede sonreír también.

-¿Vamos?

A veces Ana sí tiene tiempo.

David toma su teléfono, sus auriculares, toma una profunda respiración y sonríe, asintiendo. No quiere defraudar a Ana también.

Ventana blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora