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Luego de recorrer todo un pasillo con varias habitaciones llegamos hasta la suya, abre la puerta y la oscuridad reina en el lugar

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Luego de recorrer todo un pasillo con varias habitaciones llegamos hasta la suya, abre la puerta y la oscuridad reina en el lugar.

—Bienvenida a mi habitación, nutellita —susurra en mi oído prendiendo la luz.

Ignoré el hecho de la cercanía entre su cuerpo y el mío, lo codeé para que se separara y soltó una risa ronca que hizo que mis vellos se pusieran de punta.

—Dios, ¿puedes dejar de ponerme apodos tan...

—...originales?

—Irritantes sería la palabra más adecuada —aclaro antes de entrar a la habitación.

La habitación desprendía su aroma por todas partes, y como toda la casa, era inmensa. Se podría decir que era una casa dentro de otra casa.

—Madre mía —inquiero sorprendida —, ¿cómo es que no te pierdes en tu propia habitación?

Exageré, lo sé. Pero en mi vida había visto una habitación tan grande. Por lo menos hace el triple de la mía.

—Después de un tiempo te acostumbras —se encoje de hombros, restándole importancia.

Yo sigo mirando cada rincón de la habitación, pósters por todos lados, la cama sorprendentemente acomodada y tendida sin siquiera una arruga, un baño propio que si dejamos volar la imaginación posiblemente tenga una piscina dentro.

—¿Me estás escuchando?

La voz de Noah me saca de mis pensamientos. Parpadeo para volver a la realidad.

—Sí —miento —. Pero solo para aclarar, ¿qué decías?

Suspira.

—Que ya que estás aquí por voluntad propia, podrías hacer el trabajo —sugiere.

—¿Voluntad propia? —me cruzo de brazos —. ¿Tengo que recordarte que me robaste mi celular y que por eso es por lo que estoy aquí? En contra de mi voluntad —aclaro esto último.

—Podemos adelantar el trabajo de todas formas —decide ignorar todo lo que dije anteriormente —. Puedes sentarte aquí y sacar los apuntes —me señala su escritorio.

Lo miro indignada. Quiero mi celular. Y lo peor es que tiene algo de razón. Podríamos adelantar el trabajo y así no tendría que verle la cara otra vez.

¿No?

Ni sé para qué me engaño.

Suspiro haciéndole caso, camino hacia el escritorio con su mirada puesta en mí y una sonrisa burlona. Se divierte con esto el muy idiota.

Antes de sentarme, volteo mi rostro en dirección a él.

—Lo haré. Sólo si prometes devolverme mi celular cuando acabemos.

—Hecho.

—Bien —me limito a decir, tomando asiento.

Noah no tarda en llegar a donde estoy y mi imita, sentándose a mi lado. El ambiente se torna un poco incómodo. Su escritorio no era tan grande, justo eso tendría que ser más pequeño. Ni siquiera puedo estirar mis piernas sin chocar con las de él. 

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