Epílogo

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AÑO 2023
HOSPITAL GENERAL.

  Un leve hormigueo recorre las yemas de mis dedos, como si una pequeña corriente electrificara cada fibra de mi cuerpo en busca de una reacción. Dirijo mi mirada hacia mis manos, que tiemblan ligeramente, y me horrorizo al ver la presencia de sangre seca en ellas. Es como si cada mancha fuera un recordatorio cruel, una evidencia muda que permanece ahí. Desesperada, intento quitarla, rascando con fuerza, con la esperanza de que al hacerlo se desvanezca el recuerdo. Pero es inútil. Está en la sudadera, en el pantalón deportivo y se cuela hasta mis zapatos. Sé que también cubre mi mejilla, pero entonces siento el peso de mi propio cansancio pasar factura, obligándome a detenerme. Estoy demasiado agotada para intentar hacer algo al respecto y dejo que mi cuerpo se hunda en un momento de benevolencia.
  Rodeo mis brazos alrededor de mi cintura, aferrándome a la frágil esperanza de mantenerme en pie. Sin embargo, los pensamientos irrumpen, y el dolor constante se adhiere sin tregua.
  Sigo escuchando esa voz de fondo, es como si estuviese lejos, apenas audible entre el bullicio. Me esfuerzo por concentrarme, tratando de descubrir de dónde proviene, pero el golpe llega de repente, tirándome al suelo y dejándome aturdida por completo. Giro ligeramente la cabeza y allí está ella: ojos hinchados, ojeras acentuadas en su rostro pálido. En su mirada relucen el rencor, el odio y quizás una sombra de lástima. Mi mejilla arde, quema por el golpe, pero permanezco inmóvil, quizá esperando el siguiente golpe, o tal vez algunas palabras hirientes. Aun así, mi mente no se detiene; sigue repitiendo que, de alguna forma, esto es mucho menos de lo que merezco.
  ― Dios mío, ¿estás bien? ―Devon me tomó del brazo y me ayudó a levantarme.
  No articulé palabra, simplemente asentí, y ese gesto pareció bastarle. Era incapaz de pronunciar una excusa o una defensa, sabía que lo merecía, y él parecía concordar. De hecho, en ese momento, todos en la sala parecía estar en sintonía con esa sentencia no verbal de culpa.
  — ¡Confié en ti! — escupió enfadada, luchando por contener las lágrimas que amenazaban en salir. Su mirada, impregnada de dolor, me golpeó como un golpe físico. — ¡Te recibí en mi casa! ¡Te hice parte de mi familia! ¡Maldita hija de puta!
  —Carrie, basta —la mujer a su lado la tomó del antebrazo, intentando apartarla. Aun así, puedo ver cómo lucha por librarse, como si, al estar tan cerca, pudiera sentir su dolor desbordarse. Ella quería que lo sintiera, que me doliera tanto como a ella.
  —¡Él te amaba! —esas palabras fueron una daga en mi pecho, un golpe constante que se hundía cada vez más. No era la primera vez que las oía, pero viniendo de ella, cobraban un peso distinto, volvían real aquello que antes parecía solo una brisa ligera y vacía flotando a mi alrededor. —Él te amaba —repitió, rompiéndose en llanto.
  — Vámonos. — la mujer a su lado la arrastró con ella, envolviendo su cabeza entre las manos y atrayéndola hacia su pecho. Un fuerte sollozo rompió el silencio. La apartó un poco, lo suficiente para que no la oyera.
  Siento culpa, lo siento verdaderamente, pero aún no se si es por el hecho que jamás correspondí a sus sentimientos, o es por el simple hecho que él está ahí y no yo.
  Después de aquello, evité regresar al quirófano. No estaba seguro de si mi mejilla, que antes ardía en rojo y ahora mostraba un tono morado verdoso, resistiría otro golpe, así que preferí quedarme cerca de oncología, contigua a la cafetería.
  Una hora después, mi cabeza comenzaba a balancearse, el cansancio empezaba a doblegarme. El murmullo constante de la maquinaria médica y el suave zumbido de las luces fluorescentes empezaban a pasar factura. A pesar de todo lo que me rodeaba, encontrar a Devon a mi lado me reconfortó por un instante.
  —Te traje café —dijo, ofreciéndome el vaso de cartón con una sonrisa a medias—. Sin azúcar, como te gusta —añadió.
No recordaba la última vez que tomé café. A él no le gustaba, así que habían pasado meses sin que tocara una taza.
  —Gracias —murmuré, sintiendo su mirada. Carecía de la energía para devolvérsela o si quiera sostener una conversación. Aun así, soltó un leve suspiro, y lo inquietante, casi surreal, era cómo en cuestión de segundos podía distinguir el cambio en su tono de voz.
   —No es tu culpa —pronunció, tomando mi mano y acariciándola con su pulgar en un intento fallido de consolarme.
  El propio acto parece descartarlo, ignorarlo, como si fuera suficiente para reconfortarme. Pero está mintiendo, lo sé, y probablemente, muy en el fondo, él también lo sepa. Aun así, me niego a soltar su mano.
  —Lo sé —esta vez lo miro, buscando en su mirada algún destello de veracidad, algún atisbo de autenticidad que respalde sus palabras. Pero solo encuentro un abismo silencioso, un vacío casi tortuoso. Me resigno, dejándome llevar por su cálida presencia y las garantías vanas que, seguramente, no significarán nada mañana      —. Pero…
— Fue un accidente. — sentenció y aunque trato de alegar, su expresión atropellada me hace callar, como si por alguna razón mis palabras parecen torturarlo. — Nadie de ahí sabía lo que iba a pasar, así que, por favor, solo por favor, déjalo estar.
  — Esta bien — cedí, a sabiendas que tenía todas las de perder y ambos no estábamos en condiciones de discutir.
  — ¿Nos vamos ya? — preguntó Devon tras unos minutos de silencio.
  Sabía que esa pregunta vendría en cualquier momento. No podía reprochárselo; él necesitaba volver a su empleo, y yo debía asegurarme si aún tenía uno. Aun así, estoy segura de que su urgencia por salir no tiene nada que ver con ello. Sin embargo, no lo cuestiono, porque si soy honesta, también deseo salir de aquí.
  El trayecto transcurrió en silencio. A veces, su mirada se deslizaba fugazmente hacia mí, como si reflexionara sobre si decirme algo o no. No esperaba un "te lo dije"; él no era de esos. Lo conocía demasiado bien para saber lo que vendría después, pero en este momento, en ese preciso momento, no tenía idea de lo que pasaba por su cabeza.
  Cuarenta minutos más tarde, se estacionó fuera de mi portón, no reconocí lo que alguna vez fue mi casa, no había estado aquí desde hace semanas, me preguntaba si aun servía el pedazo de pizza que había dejado dentro del refrigerador antes de irme.
   — Gracias — murmuré al soltar el cinturón de seguridad.
Al abrir la puerta, una ráfaga de aire fresco acarició mi rostro. Sentí una sensación de liberación, como si hubiese estado confinada a una caja sin ventanas ni puertas.
Otro pinchazo de culpa me golpeo.
   — ¿Lo amabas? — soltó sin previo aviso. Me giré para verlo, noté que no había apartado su mirada de mí. Pude ver una fina capa de lágrimas asomándose en sus ojos, también cómo tragaba con dificultad.
  Entonces lo entendí, le costaba mucho preguntar, tal vez temiendo mi respuesta o tal vez temiendo que no contestara.
  Bajo su mirada fija, permanecí en silencio, luchando conmigo misma. No podía darle una respuesta clara porque ni yo misma sabía cómo me sentía. Sus ojos avellana me observaban, esperando una confesión para la que no estaba preparada.
  — Descansa, Devon. — La opresión en el pecho se intensifica a medida que me alejo.
   La puerta se cierra tras de mí, y el sonido del motor alejándose se desvanece en la distancia. Un suspiro escapa de mis labios, liberando parte de la tensión acumulada en mi pecho que no sabía que estaba reteniendo.
  Casi dos horas más tarde, bajo el agua caliente de la ducha y las Xanax que he tomado comienzan a surtir efecto en mi cuerpo. Mis músculos se relajan gradualmente, y mi mente se ralentiza. Me dirijo hacia la cama, cayendo en ella como una bolsa de agua. No me molesto en arroparme, simplemente coloco mi mejilla sobre la almohada, mirando hacia la mesa de noche. Entonces lo veo: un cuadro con una foto nuestra. No recuerdo haberlo colocado allí, ni mucho menos haber enmarcado esa foto, pero sí recuerdo ese día en particular.
¿Cómo podría olvidarlo?
¿Cómo podría olvidar el inicio de todo esto? Cómo olvidar aquellos ojos verdes   penetrantes clavados en mí.

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