37

1.4K 116 29
                                    

Capítulo narrado por el doctor.

—Joder —me llevo las manos al pecho por el susto que acabo de pasar—. Sabía que eras tú, no tenía pruebas, pero tampoco dudas. Te conozco tan bien.

—Yo también te extrañé.

Está más atlético y alto que la última vez que lo vi, para que mentir cuando salió por la puerta aquel día era un delgaducho sin metas en la vida.

Aunque mi objetivo era llevarle por el buen camino, supongo que se descarriló un poco.

Bueno, bastante.

—¿Qué haces aquí? —pregunto en lo que dudo si acercarme sería una buena idea—. Son muchos años sin verte.

—Me gusta visitar los lugares que me traen alegría —circula la habitación con sus dedos y suelta un enorme suspiro—. Se siente como en casa.

—La última vez que estuviste aquí, te diagnostique con trastorno de la personalidad antisocial y tuve que medicarte en contra de tu voluntad —paso saliva. A veces olvido lo peligroso que puede llegar a ser—. ¿A eso le llamas buenos momentos?

—Bueno, debo confesar... —se pasa las manos por el cabello y lo desordena—. Que me parece precioso el día en que me descubrí a mi mismo.

 —Menudo lío tienes formado con la pobre chica.

—No he venido aquí para una de tus consultas baratas.

—¿Entonces?

—Estaba cerca y quise pasar a saludar —se encoge de hombros.

—Es peligroso, pueden verte.

—No tienes que preocuparte por mí, en cuanto esto acabé me iré para siempre —agrega—. Soy un hombre de palabras, nunca he mentido.

—Te puedes ir desde ahora —le propongo—. Le has quitado todo a Roma, ya no más. Detén este juego. Creaste una adicción enfermiza hacia ella.

—No me analices —se queja.

Hace silencio en lo que camina de un lado a otro con las manos metidas en los bolsillos y las botas retumban contra el suelo.

—Me quiero ir, pero con ella —habla después de unos segundos—. Mi para siempre somos Roma y yo.

—Es casi imposible.

—Para mí nada es imposible —chasquea la lengua.

Reviso la hora en mi reloj. En la mañana Jay me había llamado para confirmar mi encuentro con Roma.

—Me gustó mucho volver a verte después de todo este tiempo. Incluso me encantaría que volvieras y hablar con más calma—confieso—, pero ahora necesito que te vayas porque tengo consulta con Roma.

—Estoy aquí por ella.

—No puede verte.

—No lo hará.

Se dirige a la salida cuándo la puerta es abierta de golpe.

Maldición.

Ella era otra que no tenía que verlo.

—¡Papá..! —su boca se abre en forma de "O" en cuanto lo ve y sus palabras quedan al aire.

Corre a abrazarlo y mi cuerpo se tensa, verle rodeando a mi hija en un abrazo me hace viajar a tiempos atrás cuando la dejó echa un mal de lágrimas y yo limpie todas y cada una de ellas.

Es inevitable que mi hija lo ame, aunque él solo la vea cómo una niña pequeña. 

—Eres un imbécil —le golpea con fuerzas, pero no sale de sus brazos—. ¿Cómo se te ocurre desaparecer así?

Acaba Conmigo ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora