Capítulo 3

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-¿Futura emperatriz?.- Me quedé desconcertada, ¿en qué momento había accedido a casarme con este loco?. Además, recordaba perfectamente haberlo rechazado.

-Es lógico. Tenemos una hija en el futuro lo que significa que estamos casados.- Otra sonrisa pícara apareció en su rostro.- ¿Esperabas tenerla sin estar casados? No esperaba tal iniciativa por tu parte, princesa.-

El sonrojo volvió a mi rostro con más violencia que antes. Dios, ¿Qué se creía este tipo?.
Un vago recuerdo de Judith mencionándome como emperatriz pasó por mi mente.

Tosí para tratar de tomar las riendas de la conversación.

-En todo caso, ¿Sabéis cómo ha llegado Judith aquí?.- Seguramente con magia, pero dudaba que incluso Vinter tuviera el suficiente poder como para mandar a alguien atrás en el tiempo, y mucho menos una niña tan pequeña.

Judith se revolvió en los brazos de Calisto mientras fruncía el ceño, buscando una posición más cómoda.

Me di cuenta de que si seguía así, la niña se despertaría con un dolor de cuello insoportable, así que le dije a Calisto que la tumbara a mí lado. Al fin y al cabo, la cama era lo suficientemente grande.

Inconscientemente, Judith se acercó a mi cuerpo, buscando calor. La arropé con las mantas mientras le acariciaba la cabeza y tarareaba una nana que mi madre solía cantarme.

Nunca pensé en tener hijos, y he de confesar que me aterraba ser madre. Sobre todo porque no he tenido nunca un modelo decente. Pero cuando me sonrió tan alegremente, supe que la niña era feliz.

Una sonrisa se fue formando en mi rostro, cálida y dulce mientras observaba a mi hija dormir.

Sentí la mirada de Calisto sobre mí y decidí encararle. Tenía un principio de sonrisa en la cara. Las comisuras de sus labios se habían levantado mínimamente mientras nos observaba.

-¿Qué?- pregunté.

-Estoy seguro de que serás una madre fantástica.- Sonrió dulcemente. Sus ojos estaban lejanos, como imaginándose un futuro donde él, Judith y yo éramos una familia feliz.

La ansiedad subió por mi estómago. No estaba segura de ello. Seguramente no sabría ni que hacer cuando se pusiera enferma y llorara.

Calisto me tocó el hombro para sacarme de el pozo de ansiedad donde me estaba metiendo sola.

Lo miré buscando sus ojos con desesperación y cuando los encontré me sentí a salvo.

-¿Como estás tan seguro?-

-Después de curarte, se durmió y la trajimos a un cuarto junto contigo. Parece que tuvo una pesadilla y se despertó. Vino corriendo a mi oficina buscándote y no paró de revolotear pidiendo verte hasta que la dejé venir aquí.

Cuando Calisto me dijo eso el pecho se me infló con orgullo. Observé a Judith, que agarraba mi camisón mientras murmuraba en sueños.

Calisto me acarició la mejilla y yo me giré hacia él.

Era extraño. No él, ni el hecho de que desde que me desperté me había dado cuenta de que sus ojos estaban siempre llenos de amor y cariño, si no el sentimiento que me invadía cada vez que me imaginaba una vida feliz junto a Calisto y Judith.

El hombre que tenía enfrente mío me había salvado de la muerte mas de una vez, había obligado a todos los hombres con pelo rubio a teñirse solo por un comentario mío, y se había pasado las últimas noches sin dormir por cuidar de mí.

Me quería. Muy en el fondo de su corazón lleno de cicatrices de una vida dolorosa y peligrosa, se escondía un cariño profundo. No sabría decir si lo que vi en sus ojos era a lo que llamaban amor, pero si puedo decir lo que yo sentía.

Yo le amaba, más de lo que nunca habría imaginado. Y estaba dispuesta a esperar hasta que sus cicatrices sanaran y me abriera su corazón.

Tímidamente, me incliné en su dirección. Le agarré la nuca, como pidiéndole permiso y lentamente acerqué nuestras bocas. Calisto no opuso resistencia, y cuando nuestros labios se encontraban a escasos centímetros, me agarró las mejillas y estampó los suyos contra los míos.

Este beso no era como el primero que nos dimos tras escapar de la isla de Leila, unilateral y rápido. No, este fue suave y cauteloso, como si quisiéramos conocernos otra vez. De repente, Calisto se inclinó sobre mí y una de sus manos bajó hasta colocarse en mi espalda baja.

Me la agarró firmemente, pero sin llegar a provocarme daño alguno. El beso subió de nivel, siendo ahora apasionado y feroz. Sentí sus ansias de seguir pero a mí me faltaba el aire. Jadeaba entre beso y beso, hasta que sin querer un gemido bastante fuerte se escapó de mis labios. Me separé al instante. Nunca había experimentado nada de esto en el mundo real y carecía de experiencia. Y sobre todo, el sonido había sido vergonzoso.

Calisto me miró entre sorprendido y maravillado. Me agarró las mejillas sonrojadas y me obligó a mirarle.

-Joder, hazlo otra vez. Es el sonido mas bello que he oído nunca.- ¿Le había gustado?.

Acercó nuestras bocas de nuevo, pero antes de poder besarme llamaron a la puerta de la habitación.

La niña de los ojos rojos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora