Capítulo 53: Digna hija de tu madre

25 10 0
                                    

En el momento, Lucy, tenía lo que se le podía atribuir un sentimiento de felicidad esporádico y aquello no era muy recurrente desde que había llegado al palacio. Ese sinsabor que no desaparecía y los pensamientos turbulentos seguían allí, aunque los ignorará siempre buscarian la manera de salir a flote, como las plantas cuando rompen el pavimento en busca de luz.

—¡Bien Lucy, ya basta! —exclamó en un intento, por detener el flujo de pensamiento negativos que invadían su mente.

Ella se obligó a detenerse y comenzó a buscar que ponerse en el enorme armario, que podría jurar que era del tamaño de su departamento Queen.

—Estás feliz, eres feliz… estás, viviendo tus sueños… —se repetía así misma mientras giraba lentamente, examinando con detenimiento su nueva ropa, zapatos y joyas, valoradas en algún número que jamás en su vida, ni siquiera había escrito.

—¡Vives en un castillo! Como lo imaginamos toda una vida… Es uno de verdad… ¿Por qué no eres feliz?

Se cuestionaba en un murmullo, tratando de ocultar esa mezcla de ira y tristeza. La vida le estaba dado lo que tanto había anhelado, aquello que solo parecía una absurda fantasía, la vida se lo había servido en bandeja de plata. No tenía una madre, o un padre que la amara, pero tenía un príncipe. ¿Acaso aquello no era mejor? ¿No era suficiente vivir en un cuento de hadas?

Lucy salió del enorme armario y se dirigió hacia el espejo del pequeño y deslumbrante tocador que armonizaba con la magnífica decoración del lugar. Su reflejo en el espejo era familiar, pero los sentimientos que la embargaban parecían ajenos, como si pertenecieran a otra persona o hubieran experimentado un cambio profundo. Los sentimientos podían ser volátiles, efímeros, o quizás nunca hubieran estado presentes en realidad.

—Lucy Andrews, tú amas a Edwards... —afirmó con firmeza, intentando convencerse a sí misma, aunque en el fondo era más un cuestionamiento—. Te vas a casar con él... ¿por qué lo amas? El hecho de que no puedas decírselo no significa que no lo sientas... ¿No hay una posibilidad de que esto que sientes sea solo atracción?

Un escalofrío recorrió su cuerpo, congelando su mente y dejándola sin aliento por unos instantes.

—No puedo estar aquí... —susurró, saliendo del trance—. No pertenezco aquí... No quiero esta vida. Yo... He tenido muy poca vida vivida.

Por primera vez, Lucy se escuchó decirlo en voz alta con una seguridad que la sorprendió, pero al mismo tiempo la liberó de las cadenas de la indecisión y la confusión que la atormentaban. Reconocer sus verdaderos sentimientos y deseos le brindó una sensación de libertad que había estado buscando en medio de la opulencia y el lujo del palacio.

No quería un final de cuentos de hadas. Ella no era una damisela en apuros, o una muñeca con la palabra frágil grabada en la frente y por supuesto que no era la maldita Cenicienta. Quería salir allí afuera y comerse el mundo, el jodido mundo del que su subconsciente junto con la crianza retrógrada de su tía se le privó por tanto tiempo. No la culpaba, ahora más que nunca entendía sus razones, su tía Anne no quería que terminara como Charlotte.

Así que debía ser ahora, debía aprovechar su pequeño momento de lucidez y elegirse a sí misma por encima de los sentimientos de otros. Ella tomó la misma pequeña maleta de mano con la que había llegado hace unas cuantas semanas atrás llena de expectativa y movida por unos latidos que ya no lograba escuchar; abrió la maleta y hasta ahora se daba cuenta que nunca la había desempacado. Lucy la removió con prisa y tomó un vestido al azar, junto con el salió un sobre y en el interior había una carta: 

______________________________________

Señorita Andrews, no soy quién  para hacerla cambiar de opinión si ya ha decidido quedarse. Como bien le comunique aquella noche, no pretendo ser yo un inconveniente para su futuro.

La Cenicienta de Queens (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora