Maddie

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Gina llora incontrolablemente. Sus mejillas están rosadas por las lagrimas y el esfuerzo.
Sus gritos llenan La Paz del silencio de desesperación y dolor.
La tome en mis brazos. no me costó trabajo cargarla. Para tener 3 años era aún muy pequeña, era finita como un delicado retoño.
Acaricie su pelo y le cante al oído. Pronto el llanto cesó y el hipido tomo su lugar.
Después de unos minutos lleve a Gina a la cocina donde saque el botiquín de primeros auxilios. Tome un curita azul con motitas rosas.
Eran las favoritas de Gina, se que es raro que alguien tenga un color de curitas favorito, pero así era Gina. Tenía una personalidad explosiva y fuerte, era la excepción de cualquier tipo de estereotipo.
Coloque la bandita sobre la piel enrojecida, apenas se había echo daño, solamente se veía la piel enrojecida de la rodilla adornada por una pequeña gotita de sangre que comenzaba a resbalar por la piel tersa.
-¿Mejor?- pregunte con dulzura.
Gina solo asintió y me regalo una sonrisa radiante.
Le di un pequeño toquesito en la nariz y la baje del taburete de donde estaba sentada.
- Ve a jugar, ten cuidado.
Salió corriendo olvidándose de que hace unos pocos minutos había estado llorando incontrolablemente.
Segui cocinando mientras veía a Gina columpiarse bajo los débiles rayos del sol.
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-¡Feliz cumpleaños!
Gritamos todos juntos parados en el umbral de la recamara de Gina.
Se enderezó como resorte y nos regalo una gran sonrisa. Era el cumpleaños número trece de Gina, era sorprendente como pasa el tiempo. La gente crece muy rápido, el tiempo se nos escurre entre los dedos como arena y lo único que nos queda cuando todo se ha ido son los recuerdos.
Cantamos las mañanitas, Gina soplo las velas y todos nos pusimos en marcha para iniciar un día más de trabajo.
Recuerdo ese día perfectamente. Recuerdo cada cumpleaños y cada segundo que pase con ella. Recuerdo la primera vez que abrió sus ojos y la primera vez que me llamo Mamá.
Recuerdo todas las peleas y las diferencias.
Ahora desearía que pudiera dar marcha atrás, volver a verla sonreír, volver a oír su risa.
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Era temprano, algo así como las seis y media cuando un golpe sordo retumbo por la casa. Me levante como pólvora y me quede quieta un instante. El alboroto provenía del cuarto de Gina.
No tarde mucho en llegar, ahora me encontraba parada frente a la puerta.
- ¿Gina?- mi voz se quebró cuando escuche un gemido que provenía del interior.- Gina cariño, ábreme.
No hubo respuesta, mas gemidos de dolor se escucharon.
-Gina, es enserio abre- dije casi gritando.
-M..ma- escuche como Gina trataba de llamarme. La puerta estaba cerrada con llave, no podía abrir. la impotencia llego a mi como una ráfaga de viento.
-¡Christian!- grite con todas mis fuerzas.
Llego en menos de diez segundos.
-¿Qué pasa?- conozco demasiado bien a mi esposo como para saber que esta preocupado y consternado.
-La puerta, esta cerrada y Gina necesita ayuda.- Apenas pronuncie estas palabras, mi esposo ya se estaba a venteando a la puerta para abrirla, esta no tardo en ceder.
Lo que vi me hizo querer regresar el tiempo para poder llegar antes de que esto sucediera. Gina yacía en el frío mármol de su baño, estaba más pálida de lo normal, su cabello todo enmarañado, apenas se podía percibir que respiraba y un bote vacío de pastillas a su lado.
Corrí lo más rápido que pude y la sostuve en mis brazos, no reaccionaba. estaba desesperada, no sabía que hacer en lo único que pude pensar en esos momentos fue en todas las veces que deje de hacerle caso a mi hija para arreglar otras cosas o para ver la televisión, pensé en todas la veces que mi hija me había visto con ojos suplicantes pidiendo ayuda y yo había decidido ignorarlos, pensé que todo esto yo lo pude haber evitado, simplemente no deje de pensar en ella.
Abrió los ojos por unos segundos, me miro directo a los ojos y susurró un "lo siento" para después volver a cerrar los ojos y dejar de respirar.
Yo no podía me estaba ahogando en mis propias lágrimas. Estaba tan ensimismada que ni siquiera me había dado cuenta de que mi esposo había llamado a la ambulancia.
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Estaba en el hospital esperando a que el doctor saliera a decirme sí mi hija se había salvado.
Llevaba más de dos horas esperando respuestas y no dejaba de culparme por lo que había pasado. Tal vez, si yo hubiera llegado antes nada de esto estaría pasando.
No podía más tuve que salir del hospital y ahí fue cuando me desahogue. Lloré y lloré hasta que ya no me quedaron más lágrimas que derramar.
¿Cómo superaría esto sí mi hija muere?
Muchos dicen que cuando alguien esta muriendo, no siente dolor. Que La Paz lo embriaga y por fin se siente completo.
No lo creo.
En el momento que vi que mi hija estaba tirada en el suelo, sobre su vomito y rodeada de pastillas supe que ella lo había echo.
Mi Gina, la pequeña Gina. La chica sonriente y despreocupada que todo el mundo conocía se había desvanecido. No sabia cuando se había marchado, pero si sabia que todo esto era mi culpa. Si hubiera prestado más atención. Si me hubiera preocupado más...
Me encontraba en ese tipo de transe después de un shock. El tiempo pasaba más lento, el ritmo de mi corazón bajaba y mi temperatura corporal bajaba hasta que no podía parar de temblar. Mi mente estaba bloqueada, quería que todo se detuviera. Que la vida me diera otra oportunidad.
Pero no paso.
El momento en el que te das cuenta de que el mundo nunca se detendrá para esperarte a ti o a alguien a quien quieres, te sientes derrotada. Tu cuerpo se afloja y te pide a gritos que lo dejes desplomarse y que nunca vuelvas a moverlo de lugar.
Tu mente te pide a gritos que cierres los ojos y nunca los vuelvas a abrir, al menos no hasta que el dolor cese. No hasta que deje de doler el simple echo de respirar. El simple echo de pensar o el simple echo de existir.
Cerré mis ojos y me deje llevar. El soponcio se apoderó de mi cuerpo. Mis extremidades se aflojaron, caí de rodillas en frente de los enfermeros, cubrí mi cara y no me importo el echo de que estuviera en un hospital lleno de personas que me observaban como si estuviera loca. Como si hubiera pedido la cabeza. Porque la verdad, si había perdido ola cabeza, estaba perdiendo a mi Gina.
Hundí la cabeza entre mis malos y deje que las lagrimas fluyeran.
No tenía ninguna intención de parar.

Cuando decidió abandonarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora