El laberinto de las flores.

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Yolanda había justo terminado de trabajar; ella era la encargada de la contabilidad mensual en un pequeño negocio local. Mientras salía de su oficina, dió una mirada calmada a su alrededor, se despidió de los presentes, y finalmente culminó su acto de salida.
Hacía un día soleado y lleno de gente, se notaba la alegría en el aire y el sol parecía gritar que lo mirasen; resplandeciente e imponente, emanando una temperatura que exigía llevar ropa fresca si no querías terminar hervido en tu propia envoltura.
Yolanda, al notar esto, se quitó el suéter de pana color negro, que contrastaba con el color del día, y se dirigió a una frutería cercana con la intención de comprarse un jugo de uva lo antes posible, pues no sé hidrataba desde hacían ya dos horas. Se sentía morir de la sed.

—Un jugo por favor— soltó sin más. La persona de la tienda se apresuró a entregarle un envase transparente repleto de un contenido morado oscuro de poco espesor. Era como agua tintada de morado, habían además, cuatro cubos de hielo dentro del envase, los cuales parecían derretirse en cuestión de segundos dentro del líquido. Algo nunca antes visto.

—Tómese el jugo, señora — ordenó bruscamente el joven de la tienda, quien tenía un aspecto campesino muy difícil de ocultar. — a este paso, cuando venga a ver no va a tener jugo de uva, sino agua fría con color.

Yolanda, a quién el intenso calor no precisamente le mejoraba el humor, le lanzó una mirada fulminante al muchacho de color oscuro, el cuál al darse cuenta de su situación, se puso un cierre imaginario en la boca.
Esta, finalmente, se llevó el envase de jugo a la boca para refrescarse. Sintió que volvía a nacer mientras tomaba el jugo, las uvas concentradas y el muy ligero sabor a azúcar, mezclado con unos matices que tal vez podían ser hojitas de menta... Nunca había probado jugo como aquel, pero había sido una gran inversión.

Pasaron unos segundos, Yolanda seguía bebiendo, y al terminar el contenido del vaso, se dió cuenta de que quería seguir bebiendo jugo, pero no tenía ya más dinero, por lo que se resignó a salir de la tienda.

Emprendió camino a su casa, pero apenas al dar la vuelta de la esquina, se encontró con un hombre con la cabeza llena de flores. Era de tez blanca, ojos verdes y el cabello marrón alborotado totalmente encima de la frente, su rostro era delgado, al igual que su contextura en general. Yolanda pasó por un lado de él, cuando este se acercó y la detuvo dándole un muy ligero golpe en el hombro.

La expresión de Yolanda fué ante el golpe, cómo la expresión de un niño que acaba de descubrir que los padres son los que ponen el regalo bajo el árbol de navidad. Había en su rostro una mezcla de desconcierto y extrañeza. "¿Ahora que carro me van a lanzar encima? Yo lo que quiero es llegar a mi casa y seguir tomando jugo". Pensó.

El hombre de la cabeza de flores le preguntó con voz amable si podía ayudarlo a regresar a su hogar, Yolanda dijo que no podía, pues llevaba mucha prisa, y entonces el hombre se puso a rogar de rodillas a mitad de calle que lo ayudara a regresar. Todo el mundo miraba extrañamente al hombre, pues, ¿Quién no se sorprendería al ver a un tipo así?

"¿Que le pasa a este retrasado? Bien entradito en los veinte años está para andar llorando en la calle por ayuda". Pensó nuevamente Yolanda.

—Yo vivo en el laberinto de las flores — dijo el joven mirando en súplica a Yolanda.

—¿Qué es eso, amigo mío? — soltó ella con el rostro más torcido todavía. —¿Usted está loco, o es acaso que se está burlando de mí? Nunca he escuchado eso, y no creo que las otras personas de este pueblo lo hayan hecho.

El joven de ojos verdes apretó los labios.

—¿Cómo me voy a burlar de tí? Por favor ayúdame a regresar.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2023 ⏰

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