Bebida

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Silente... Imágenes borrosas, entremezcladas con la calima y el humo de un cigarro que se quema solitario en su cenicero. La música, perdiéndose en el vacío infinito del salón, difícilmente llega a los oídos de un hombre sentado a la barra, con su rostro enterrado entre sus manos, frente a él una bebida decorada con una cáscara de limón, y frente a eso, un caballero de elegante atavío, su expresión serena enfocada en su tarea —una copa de vino y un trapo blanco en sus manos—, mas no descuidando al caballero acompañante, lanzando cortas miradas en dirección suya. Ya fuera esperando a que saliera de su estupor o que terminara de beber su pedido y se marchara.

La pista cambió, los instrumentos sonaron en un arreglo completamente distinto. De reproducir una salsa, saltó la rocola a tocar romántica; y si bien a destiempo en un principio, fue el ritmo de la tonada lo que eventualmente desataron pequeñas muestras de sonido —y vida, cabe destacar— en el visitante.

Solitario, no por ello tranquilo, las luces ambientaban el espacio y los ruidos de afuera apenas y se filtraban por la entrada. El cantinero observando hacia el fondo del local parecía asentir sonriendo conforme se subía a una pequeña tarima una dama de tez tostada y cabello largo negro. Tomó esta el micrófono y, aprovechando la pista de la rocola, acompañó con su voz la melodía que sonaba.

"Siete y cincuenta..." Monástico era el silencio que hasta estos instantes yacía inexpugnable, resquebrajado tan solo por una expresión corta, designando la hora actual; mas dicha frase no fue espetada por el cantinero, mucho menos por la cantora, quien de todos modos ya llevaba tiempo acompañando el silencio con la anonimidad de su voz. No... Esta vez se trataba del visitante.

Un suspiro fuerte y pesado, como si el peso que cargara consigo requiriese una condición física titánica para llevarlo, una mano cayendo con saña sobre la barra, haciendo temblar tanto su copa como algunos pequeños artefactos que el bartender utilizaba para trabajar, misma mano cuyos dedos rústicos y gruesos tomaron el tallo de la copa con una delicadeza impropia de su aspecto y la elevaron hasta poder ingerir a totalidad su contenido.

"Señor..." El cantinero intentó levantar la mano en dirección a su cliente. Consciente por demás de las consecuencias de ingerir alcohol con tal prisa, fue su intento de intervención interrumpido por una mano elevada frente a él, deteniéndole, y obligándole a observar al hombre dejar sobre la mesa su copa, y esa misma mano señalizar que desea una nueva bebida.

Formóse en su rostro una expresión difícil, reflejando en ella tanto la preocupación por el bienestar de su cliente como la sorpresa de que haya bebido a pecho el trago con tal facilidad. Raudas se movían sus manos tras la barra elaborando la nueva bebida cuando en una mirada que dirigió al patrón, notó que los bordes de sus ojos lucían un tono rojizo de desgaste, y sus párpados acentuaban más el dolor de su mirada.

Estoico por cuanto se viera, era imposible no notar que el sentimiento llegó a apoderarse de él y fue esto lo que cambió su semblante. Tal vez en otra ocasión entrara por la puerta con un aire señorial y majestuoso, hoy se le veía solo miserable, dejando entrever cuanto menos un ápice del lecho de sufrimiento por el que estaba pasando.

Y en silencio finalizó solamente. Fue su experiencia el tutor menester para su tarea, pues pudo entregar la copa nueva sin tener que ver sus manos, pues dejó tan solo una servilleta a modo de posavasos sobre la barra, y sobre la misma emplazó el pie de la copa, y sobre la copa finalizó dándole el toque maestro de la decoración con otra cáscara de limón idéntica a la de la anterior.

"¿Ha temido usted a la muerte alguna vez, muchacho?" Entregó como respuesta el caballero al cantinero ante una pregunta inexistente. Mas su serenidad característica permanecía imperturbable, solo dándole una sonrisa y asintiendo en silencio, previo a contestar. "Es propio de todos nosotros como humanos el temer a algo, mi señor." Pausó por un instante. "Es en el miedo que encontramos nuestros límites, y es a través del mismo que los superamos para volvernos más de lo que somos."

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