Llega un momento en el que no sabes que más hacer. Lloras y lloras pero no sirve de nada, sufres, estas sufriendo, te duele la vida, te duele el alma. Estas cansado de caer una vez más en el mismo hoyo. Es esa angustia que hace que sientas que no puedes avanzar, esas ganas de acabar con todo, despedirte y olvidarles. Esa desesperación que te impide avanzar, siquiera dar un paso hacia delante, hacia atrás das muchos, pero no avanzas y mucho menos evolucionas, simplemente sigues cayendo en un largo barranco que no acaba nunca. Es más, es tan profundo que solo la muerte lo terminará. Entonces piensas en ella, en la muerte, en el más allá, en el suicidio, el odio, la temeridad, la cobardía, surgen miles de millones de imágenes en tu mente que no quieres recordar, pero surgen, pasan, las imaginas, las sueñas, las recuerdas, las ves. Se hace todo aún más insoportable, no entiendes, no comprendes porque está sucediendo todo esto. Quizás sea cierto, y el final sea el comienzo. Por fin te das cuenta, hay que acabar con todo, con todos. Olvidarte que el mundo es mundo y que la tierra es tierra. Pensar en ti, en un futuro que, posiblemente, no llegará, porque no estarás ahí para verlo. No estarás simplemente porque no existirás. Piensas y crees que lo más correcto, lo más adecuado en el momento es no decir nada, que se den cuenta luego, cuando quizás, ya sea tarde, pero no habrá vuelta atrás, todo será así. Corazón desangrado, corazón acabado.