Había perdido a sus padres muy joven por lo cual no los recordaba en lo absoluto y a causa de eso había estado solo la mayor parte de su vida. Pero siempre iban a doler los comentarios como "Eres un rarito, por eso tus padres te abandonaron", o "Eres un maleducado, ¿qué tu madre no te enseñó modales?"
No fue su culpa el no haber tenido padres y que ellos murieran cuando era muy joven como para recordarlo, pero todos intentaban hacerlo ver que era así, que era por su causa el haberlos perdido.
Como justo ahora.
—¡Riki es un raro, Madame!
—¡Ni siquiera sabe controlar bien sus poderes, su madre lo dejó por eso!
—¡Niños! ¡Dejen de decir esas cosas! —gruñó Madame Hirai, alejando a los niños del círculo donde estaba escondido—. ¡Nishimura, levántate del suelo, aún no termina tu lección! —regañó.
Limpió las lágrimas de sus ojos y se levantó del pequeño hoyo que había cavado ya que el hechizo que utilizó salió mal, los niños a su alrededor en el internado lo miraba como un bicho raro y se alejaban al verlo llorar.
Madame Hirai ni siquiera lo miró y siguieron con la clase al aire libre, como si él no fuese un punto importante en todo aquel lugar, dejándolo atrás cuando se fue con los demás niños que mostraban sus habilidades.
Desde que quedó huérfano gracias a un gran dragón que atacó a su aldea cuando apenas era un bebé, había sido trasladado de lugar en lugar buscando alguien que pudiese hacerse cargo de él, y a los cinco años, el barco que iba con él, paró a orillas del gran río mítico y una señora de limpieza lo llevo al internado de hechicería Akari ya que allí se hacían cargo de niños en situaciones críticas o pequeñas bestias incontenibles.
Lo tomaron como una bestia incontenible y peligrosa, y empezó su educación allí, siendo un lugar para los rechazados, los peligrosos, y los no queridos en sus hogares, aquellos quienes nadie esperaba en casa y causaban problemas. Además, él siendo uno de esos rechazados, a quien constantemente rechazaban era a él.
No tenía lugar donde refugiarse, donde se sentaba, donde comía, donde dormía, siempre era objeto de burlas y de golpes, arañazos y mordiscos por los demás niños por ser un "bicho raro".
Nadie lo quería, nadie lo aceptaba ni por obligación, todos lo querían tan lejos que siempre se la pasaba solo por los pasillos, en el último asiento de su salón cerca de la ventana y la salida, comiendo en los patios traseros donde hasta los perros le gruñían por verlo allí. Toda su infancia se la había pasado solo, mirando a los demás conversar, reír, y abrazarse en días festivos y él..., ahí, quizás estorbando, o siendo invisible.
Se suponía que todos eran rechazados, todos eran repudiados por tener magia, por ser diferente a los mundanos y diferentes a su vez a los que practicaban magia desde la cuna, los que no estaban ni en el cielo, ni en el infierno, pero él, parecía como si ni en lugares donde todos se sentía cómodos, él iba a estarlo.
Incluso sus maestros lo miraban de esa forma despectiva, como si fuese su culpa el que sus padres hubiesen muerto, como si fuese su culpa el que no tuviese familia a donde ir o recurrir en emergencia, por quedarse entre los pasillos solitarios incluso en vacaciones porque no tenía otra casa más que esa.
Para un niño, era difícil, muchas veces lloraba en soledad, oculto entre su melena larga, o entre sus ropajes, observando como otros eran felices y él no podía serlo. Muchas veces se preguntaba si él fue quien mató a sus padres como para que los demás lo tratasen así.
Hasta que un invierno crudo, siendo otra vez objeto de burlas por destruir un árbol entero elaborando un hechizo de vegetación, le dio razones a los demás para que lo llamaron bicho raro e hijo del demonio.
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Lágrimas de la luna.
FanfictionUn joven huérfano encuentra la alegría en un libro sobre un hechicero que logró acabar con el dragón feroz.