Conversé con él durante un tiempo prolongado. Me prometió que vendría a verme a primeros de año. Nos alegremos tantísimo de oírnos que el tiempo que estuvimos conversando nos pareció insuficiente. Yo tenía la necesidad de estar más tiempo al teléfono hablando con Syler, pero las circunstancias en la que estábamos no me lo permitían.
Habían llamado a la puerta. Seguramente se tratase de Richard y sus padres. Por cortesía me correspondía abrirles la puerta y saludarles, así que colgué el teléfono, habiéndome despedido anteriormente de Syler.
Me dirigí a la puerta abrir. Eran ellos, la familia Ribert al completo. Cuando abrí los hallé bien trajeados y acicalados. El señor Ribert desprendía un fuerte olor a tabaco de pipa. Efectivamente llegaba fumando como acostumbraba.
Al señor y la señora Ribert se les veían muy alegres y sonrientes. En cambio, Richard se mostraba más serio que en otras ocasiones, como si hubiese discutido. Me saludaron todos al entrar.
—¡Hola, Araci! Buenas noches.
—Muy buenas noches —les contenté.
—Querida, qué linda se te ve —me decía la señora Ribert.
Al segundo me besó en la mejilla y poco después me entregó su paraguas, que había sacudido previamente varias veces en la puerta.
La señora Ribert era muy cariñosa, atenta y también entrometida. Vestía con sencillez y en su rostro se percibía muestras de las expresiones de su prolongada vida. Llevaba su cabello corto y dorado oscuro; sus ojos eran de color miel.
—Gracias, señora Ribert. A usted tampoco se le ve mal. Pero pasen todos al salón, no se queden en la puerta.
Al señor Ribert se le veía como siempre, como si no hubiera pasado el tiempo por él. Era un hombre muy hábil, correcto y apacible. Sus ojos eran oscuros y apenas conservaba el cabello. Me saludó y besó antes de entregarme su chaqueta. Habiendo recogido todos los abrigos y paraguas, llegaron mis padres, que se encargaron de recibirles y hacerles entrar en el salón. Mi madre se dirigió a la señora Ribert y mi padre a su esposo. Muy amablemente les invitaron a pasar. Yo me encargué de Richard. Le saludé haciéndole pasar para dentro.
Poco después le ofrecí asiento y en seguida me volví al mío. Richard me miraba con determinación y sin quitarme ojo de encima. A continuación, exclamó:
—Realmente estás preciosa esta noche, Araci.
—¡Oh, gracias! A ti tampoco se te ve mal.
—Vaya..., un halago por tu parte. ¿A qué se debe?
—No seas tan modesto, hombre. Simplemente es un cumplido.
Al oírme mi madre cruzó conmigo una de sus miradas frías y desalentadoras. Comprendí que igual me había pasado un poco. Me callé y reflexioné. Después fui más amable y serví los cubiertos para todos. No quise echar por tierra la cena de Nochebuena ya que mi madre había trabajado mucho para dejar todo a punto, por lo que me contuve.
Cuando hube terminado de servirles me senté en frente de Richard y nos dispusimos a cenar todos mientras conversábamos.
—Araci, querida, ¿cómo te ha ido en Arenetum estos dos últimos años? —me preguntó la señora Ribert, que se hallaba sentada justo al lado de su hijo.
—Bien, bien, todo me ha ido y me va estupendamente.
—Me alegro muchísimo de que todo te marche bien, querida. Pero deberías llamar por teléfono más a menudo. Apenas tenemos noticias tuyas y tus padres sufren mucho por tu ausencia.
—No tengo mucho tiempo, la verdad —me limité a decir.
—¿Y eso a qué se debe? ¿Es que te has echado novio?
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Estupor Sobrenatural
FantasyUna joven despierta de madrugada a la entrada de un bosque sin saber cómo ni por qué ha llegado hasta allí. Incapaz de recordar qué le ha sucedido, es atendida por un hombre que amablemente la lleva a su casa. Éste es el inicio de la historia de Ara...