En Brighton, los inviernos eran más fríos que en las demás ciudades de Reino Unido, el viento te calaba los huesos y te provocaba tiritonas durante un par de minutos hasta que llegabas a acostumbrarte a esa sensación y parecía que te habías vuelto inmune.
No había nada de lo que se pudiesen quejar las familias de la mitad de Brighton, la clase alta. Una zona donde hay mucho campo, brotes de un verde vivo que llena de alegría con solo oler el hedor que desprenden los cerezos en primavera, casas de campo alineadas una seguida de la otra, perfectamente adornadas con luces extravagantes y fuentes de agua infinita.
Luego, estaba el otro lado, la clase baja. Aquellas familias que trabajaban con sudor y esfuerzo para traer unas pocas monedas a la casa para comer o seguir teniendo un techo decente, y siendo esto insuficiente, dependían de alguien de un estatus social más alto para poder trabajar. Servían a los empresarios de la clase alta, las iglesias, empleados del hogar con una autorización para poder ir todos los días a la otra mitad de la ciudad. Un robo de derechos y libertades bastante claro.
Aquellos tenían las playas y los acantilados, que era lo único que quedaba de esperanzador.
Después de la tercera guerra mundial, el mundo dió un giro de 360º convirtiéndose en una oligarquía plutócrata, es decir, un sistema de gobierno en donde tenían el poder de decisión unos pocos y estos eran de clase alta, por lo que el sistema político dejó de proteger y defender a todo el pueblo para solo dedicarse a las familias bien adineradas y de prestigiosa reputación.
Desde entonces, Brighton se dividió y decretó que ninguna persona física o jurídica, de clase alta o baja, podría visitar la otra zona contraria a su estatus social, obteniendo como castigo de incumplimiento por un lado, el rechazo de la sociedad y la deshonra para la clase alta, y por otro lado, la pena de cárcel para la clase baja.
A Elizabeth le enfadaba estas normas impuestas por ricachones sin sentido común, siempre le dedicaba un tiempo en las comidas para quejarse de la incongruencia de estos supuestos "políticos".
—No entiendo cómo pueden llevarnos a la retrocesión de la evolución social —confesó Elizabeth moviendo los guisantes con el tenedor de una forma cansada.
Sus padres ya no le hacían caso, pero su hermano mayor seguía desafiándola cada vez que abría la boca.
—¿Tú qué sabes de gobernar? Eres una niña.
—Ya no soy una cría Henry, tengo 20 años.
Su hermano siempre la trataba como una niña pequeña, tenían una relación algo peculiar. Podrían discutir y al segundo estar comiendo juntos sus galletas favoritas.
—Siempre discutís por lo mismo, os compartáis como niños los dos —espetó la madre de Elizabeth dejando de leer su periódico diario en la pantalla de su móvil. —Hay cosas más importantes, ¿habéis visto lo de Becca y el chico de clase baja que trabaja para ellos?
—Ese "chico de clase baja" tiene nombre y se llama Roi —defendió Elizabeth, no soportaba que hablasen así de alguien que ni siquiera tenía el derecho a defenderse.
Su madre la miró entornando los ojos, luego posó su mirada en el padre, que no había dicho ni una palabra durante la conversación, solo se dedicaba a comer del plato.
—Eli, cariño, a nadie le importa el nombre de ese chico.
—¿Pero si te importa el cotilleo?
—¿Puedes dejar de ser tan impertinente? —su hermano suspiró agotado por su hermana. —A veces pienso que no eres de esta familia.
Elizabeth pertenecía a las familias adineradas, aquellas que no se habían ganado ningún valor, solo heredaban el apellido de alguien con dinero y ya tenían la vida resuelta. Ella siempre ha querido estudiar criminología, como su bisabuela. La única mujer en esta familia que estudió y trabajó muy duro para conseguir lo que quería, pasando de las críticas y de los perjuicios de los demás.
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Sociedades de cristal
Random¿Pueden dos personas de clases sociales distintas tener tanto en común? Tras la tercera guerra mundial, la ciudad de Brighton se vió sometida a una división de clases gracias a la nueva forma de gobierno, una oligarquía plutócrata donde gobiernan lo...