15. El dilema de la confiesa muerta.

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Él está de pie frente a la barandilla de concreto del edificio. Sus manos están sujetas detrás de su espalda y mira a lo lejos, como si estuviera buscando algo, aunque sabe que ahí, no hay nada.

Hay un cansancio palpable a su alrededor con el que me siento identificada.

—¿Estás bien? —pregunto.

No debería estar preguntando nada, debería dar media vuelta y alejarme de aquí, dejarlo solo con sus pensamientos y problemas, pero hay algo palpable sobre las preocupaciones que parecen atormentar a Owen West, que me sienta mal dar media vuelta y dejarlo solo.

No sé gira en mi dirección, pero veo como su espalda se tensa un poco más cuando escucha mi voz, aunque se relaja después de unos segundos.

—¿Estoy bien? —se pregunta él con amargura y pienso que me dirá que me meta en mis asuntos o algo por el estilo, pero no, se gira y lo veo forzar una especie de sonrisa— Estoy bien. Solo tomando un poco de aire y disfrutando la hermosa vista.

Muerdo el interior de mi mejilla antes de soltar el aire que estaba conteniendo y caminar hacia la barandilla, pero no me acerco a Owen, porque la cercanía se siente extraña, forzada y no me gusta esa sensación.

Pongo mis manos en el concreto y observo la vista, él tiene razón, es una vista hermosa.

—No debí decirle esas cosas a tu abuelo.

—Me sorprendió, no esperaba que me defiendas de esa manera.

Dejo caer mis hombros sin apartar mis ojos de las luces que iluminan New York.

—He estado ahí, ¿sabes? Se lo que se siente el que menosprecien el esfuerzo que hacemos. Que nada sea suficiente. Que incluso aunque sabemos que somos buenos y lo vemos, siempre está esa voz que nos dice que no lo somos, que lo podemos hacer mejor.

Me reprendo en mi mente cuando analizo lo que acabo de decir, porque para mí, ser vulnerable con extraños no es una opción.

La única forma que tengo de mantenerme segura, de sentirme segura al enfrentar el mundo cada mañana, es sabiendo que estoy manteniendo una parte de mi cerrada y mientras esa caja no se abra, todo estará bien.

—Gracias, Rhea.

—Aun piensas que lo que dijo tu abuelo es verdad. ¿Cierto?

Giro un poco mi cabeza para poder mirar su rostro y él hace lo mismo, dejando que su mirada descanse sobre la mía.

—Porque en parte lo son. Perdí mi trabajo y mírame dónde estoy.

No sé exactamente que decirle, nunca he sido buena con las palabras amables en estas situaciones y mucho menos consolando a una persona, jamás lo he hecho porque nunca he estado tan cerca y familiarizada con alguien como para hacerlo, como para permitirme ese grado de vulnerabilidad hacia alguien más.

Recuesta mi costado contra la barandilla y miro a Owen.

—Eres bueno en tu trabajo, no es tú culpa que yo sea aún mejor en el mío —empiezo—, pero tú hiciste un gran trabajo en ese caso. Lo armaste de una forma que me costó encontrar una alternativa, y eres tan bueno que tú equipo está dispuesto arriesgar sus carreras para ayudarte a regresar. ¿Y sabes por qué lo hacen? Ellos son conscientes de que mereces ese puesto. Que vales el riesgo.

Eso no es una mentira.

Veo como tienen esas reuniones secretas, cómo su equipo busca la forma de conseguir que Owen regrese, cómo siguen siendo leal a él a pesar que ya no es su jefe. Ese tipo de lealtad no se consigue de forma fácil y sé que Owen se la ha ganado.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora