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Susan Killer.

—Voy a enviarle un mensaje a mi papá para que venga por nosotros —sugirió Melodine, moviendo sus dedos con mucha agilidad sobre la pantalla de su teléfono.

Y ahí nos quedamos sentados, esperando impacientemente a que mi papá respondiera y fuera por nosotros.

Nadie dijo nada desde que había soltado mi gran mala palabra delante de Kiler; excepto Melodine. No quería hacerlo, pero sabía que nadie iba a decirle a mis padres, además, era la única manera de callarlos a todos para que dejaran de preguntarme algo que ni yo misma sabía.

Cuando mi papá respondió al mensaje de Melodine diciendo que ya estaba en camino, todos nos levantamos (llamando bastante la atención) para salir de la escuela.

Kiler caminó detrás de Odile en todo momento, y no veía intenciones en ella de querer seguir llorando o de decir algo. Pero igual, tenía los ojos rojos, y por la palidez de su piel, también las mejillas.

No pudimos salir de la escuela como lo pensábamos, nos quedamos en el portón porque el vigilante no nos iba a dejar salir hasta que nuestro padre llegara o hasta que la hora de salida llegara.

Sí que se lo toman en serio, eh.

—Llegué lo más rápido que pude —nos espetó mi papá desde el auto, y ahí, nos permitieron salir—. ¿Están bien?

Nadie le respondió, y él supo enseguida que algo había pasado, pero no protestó

Yo era la que más quería saber qué había pasado, y seguía confundida por eso, porque Kiler no decía nada, pero tampoco quería presionar, porque en la cafetería, cuando se le decía algo una vez que se calmaba, volvía a llorar de muevo.

Sabía que alguien le había hecho algo, porque estaba temblando y porque mencionó un: ella.

Solo esperaba que ese alguien tuviera razones, porque si era lo contrario, eso iba a despertar furia en Miles y en Odile, pero sobre todo en Melley. A ese ni siquiera le gustaba que nosotros tocáramos tanto a Kiler.

Pero la idiota era yo, porque me habían pedido solo una cosa. Solo una maldita cosa. Y no estuve con ella.

—¿Estás bien, Kiler? —le preguntó mi papá, cautelosamente, y mirándola a través del retrovisor del auto mientras íbamos a casa.

Ella no respondió.

—¿Cómo les fue en el primer día a los demás?

Y nadie dijo nada.

No tardamos en llegar a casa, y era porque mi papá iba bastante acelerado. Estaba desesperado por saber algo, yo lo sabía. Se ponía muy ansioso cuando no obtenía rápido sus respuestas, y no pudo regañarnos para hostigarnos a hablar porque Kiler estaba presente.

Cuando nos bajamos del auto y entramos a casa, Melodine fue la primera en perderse para no meterse en problemas, luego la siguió Coraline.

Cobardes.

Los demás, tranquilamente, partimos cada quien por su lado como si nada, pero sin irnos a nuestros dormitorios. Y Kiler, bueno, se dirigió a la sala para sentarse en el sofá, cruzó sus piernas y las abrazó, meciéndose de adelante hacia atrás, como si tuviera frío.

—Es una maldita boina, es una maldita boina, es una maldita boina.

Lo repetía sin parar, cosa que me aceleró el corazón, porque sabía que mi papá iba a escucharla en cualquier momento.

—¿Y esto? ¿Por qué llegan tan temprano? —preguntó mamá Agnés.

Caminó desde la cocina hasta la sala, donde se detuvo para mirar a Kiler, quien ahora estaba en silencio.

Misterios Familiares©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora