-¡Papá! –chillé entre la odisea- ¿Dónde estás?
Pero nadie contestaba. Algunas mujeres tapadas escondían a sus hijos entre sus brazos, otras estaban estiradas muertas en el suelo, asesinadas porque se habían clavado flechas.
-¡Papá! –volví a intentar. Pero nada.
Se oían los llantos de mucha gente. Entre aquel escándalo, nada se podía oír. Crucé a un paso lento por medio del ajetreo de gente. Había un niño que estaba llorando delante de sus fallecidos padres, rezando para que un milagro ocurriese. Ahí fue cuando me derrumbé. Todo aquel desastre por mi culpa. Sólo pensarlo ya daban ganas de matarme. Me las daban incluso a mí.
-¡Papaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Por favor! –chillé con más fuerza aún- te necesito.
Seguía sin respuesta. Me puse manos a la obra y empecé a recorrer entre aquel cementerio. Reconocí algunas caras, sobretodo de gente muerta. Las flechas todavía caían, con menos fuerza. Los supervivientes se cobijaban bajo algún elemento: paredes, el escenario, el ayuntamiento.
-¡Respóndeme! O haz señales de vida.
Se oyó un grito. Muy fuerte, por cierto. Era de una mujer de unos treinta años a la que le acababa de caer una flecha en la pierna y la dejó paralizada.
Salí corriendo a ayudarla. La levanté del suelo y le dejé apoyarse en mi hombro hasta debajo del escenario.
-Gracias –dijo con acento extranjero.
-No hay de qué.
Le quité la flecha. La herida tenía muy mala pinta. Se sacó una de sus chaquetas y paró la circulación de su extremidad. Se limpió la sangre. Poco a poco la hemorragia iba cesando, hasta un punto en el que dejó de salir.
Recordé mi objetivo: encontrar a papá. Seguí buscando. Obtuve una respuesta que me sirvió en vano, no era mi padre.
Cada vez más gente iba falleciendo. Me acerqué a la puerta y, efectivamente, le encontré. La euforia que sentí no se puede describir.
-¡Papá! Menos mal. Pensaba que te había perdido.
-Eso te lo tendría que decir yo a ti. No te respondía porque no sabía si eras tú quién estaba buscando a su padre.
Ya tenía medio puzle hecho. La otra mitad consistía en encontrar a Khari.
-¡Khari! ¿¡Dónde estás!?
La contestación fue tan o incluso más inútil que la de mi padre. Seguramente estaba junto a los otros vivos. O con su padre. ¡Claro! Su padre solo se protegería en el ayuntamiento.
Me dirigí hacia allí. Lo increíble fue que al paso lento al que avancé no me cayó ni una flecha encima.
Allí estaba Sonné con su mujer.
-¿Dónde está Khari? ¿Se encuentra contigo?
-No –dije con una tristeza increíble.
-¿¡Cómo!?
Ambos la buscamos por todo el ayuntamiento y alrededores. Docenas de cadáveres y gente llorando estaban a mi alrededor.
Pero al final de todo, valió la pena la búsqueda. La verdad, ni yo mismo fui capaz de creerme el resultado.
-¡Khari! ¿Qué te ha pasado?
Estaba herida en el suelo. Se había clavado una flecha en la cabeza. Por suerte, su corte no era muy profundo.
Cada vez parpadeaba más veces y durante más tiempo. Al final, se dignó a contestarme.
-¿Voy a morir?
-No, hoy no.
Me agaché y, de cuclillas, me quedé a su lado, esperando una respuesta de las suyas. Esperaba que se alegrase de verme.
-¿Estás bien?
Pero no abrió los ojos ni una vez más. El pulso se me aceleró mucho. No sabía dónde mirar. La tensión era inmensa.
Puse mis dedos sobre su cuello, buscando alguna vibración por pequeña que fuese. Noté algo, pero quizá eran mis nervios, o no. Cada vez disminuía la intensidad de “sus latidos” y tardaban más en notarse. Al final, cerré los ojos y, sin querer ver la horrible imagen, le di un beso en la mejilla, le acaricié y me fui. Pero no pude. Me volví a caer en el suelo. Un mar de lágrimas llenó mis manos. La verdad, mis gritos más que llanto parecían gemidos.
-¿Está muerta? –dijo Sonné, que acababa de llegar, algo tranquilo.
Le miré, creo que entendió mi expresión facial. Se acercó a ella a tomarle el pulso. Me fui hacia mi padre, con las lágrimas en la cara, sin querer saber el final de la historia.
Cuando ya casi había llegado hacia él, alguien me picó en la espalda.
-¡Nanic Silthover! –gritó Sonné con toda su furia (furia de Titán)- yo, el Gran Sonné, te desafío a un combate a vida o muerte.
Clavó la espada en el suelo, justo a unos milímetros de mí.
Me giré y le vi su angustiada cara. No sabía qué hacer, no tenía fuerzas para contestarle. Así que asentí, sin más, ya me daba igual todo.
Mi padre vino corriendo a abrazarme, como si fuese el último día de mi vida. Aquel no, pero cualquiera de los siguientes sí.
Claro que, me lo merecía: Khari había muerto por mi culpa.
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Nenúfares muertos
Teen FictionNanic Silthover es un niño de 9 años que siempre le ha gustado pasárselo bien. En una de sus pequeñas expediciones a lo curioso, descubrió algo que no debía saber, ya que de cualquier acto le podría convertir en el emperador del mayor Imperio del mo...