Biblioteca móvil

113 20 1
                                    

Jisung

Voy temprano a casa de Lee y sorprendo a sus padres desayunando. Él es barbudo y serio, con profundas arrugas de preocupación alrededor de los ojos y de la boca, adémas de la misma nariz respingada de Lee, y ella es más como Minho dentro de veinticinco años: cabello oscuro ondulado, cara en forma de corazón, el mismo lunar en la nariz. Tiene una mirada cálida, pero su boca está triste.

Me invitan a desayunar y les pregunto sobre Minho antes del accidente, puesto que solo lo conozco de después. Cuando él baja, sus padres están recordando cuando hace dos años su hermana y él tenían que ir a Nueva York durante las vacaciones de primavera pero decidieron, en cambio, seguir a una revista importante desde Cincinnati hasta Indianápolis y Chicago con la intención de que les concedieran una entrevista.

Cuando Lee me ve, dice:

—¿Han?

Lo dice como si yo fuera un sueño, y yo digo:

—¿Seguir a alguien desde Cincinnati hasta Chicago?

—Dios mío, ¿por qué le contaron esto?

No puedo evitarlo y me echo a reír, y entonces su madre se echa a reír y luego también su padre, hasta que los tres estamos riendo como viejos amigos mientras Minho nos mira como si nos hubiésemos vuelto locos.

No puedo evitarlo y me echo a reír, y entonces su madre se echa a reír y luego también su padre, hasta que los tres estamos riendo como viejos amigos mientras Minho nos mira como si nos hubiésemos vuelto locos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Después, estamos los dos delante de su casa y, como le toca a él elegir lugar, me explica más o menos la ruta y me dice que la siga. Cruza el césped del jardín en dirección al camino de acceso.

—No he venido en bici. —Y antes de que replique, levanto la mano como si fuera a hacer un juramento—. Yo, Han Jisung, sin estar en pleno poder de mis facultades mentales, juro no conducir a más de cincuenta kilómetros por hora por ciudad ni a más de ochenta por carretera. Si en cualquier momento quieres que paremos, paramos. Solo te pido que lo intentes.

—Está lloviendo.

Exagera. Apenas llueve.

—Mira, hemos recorrido todo lo que hay que recorrer en un radio al que podemos llegar en bicicleta. Podemos ver muchas más cosas si vamos en coche. Quiero decir que las posibilidades son prácticamente interminables. Al menos entra y siéntate. Dame ese gusto. Siéntate y yo me quedaré aquí, justo aquí, ni me acercaré al coche, para que estés seguro de que no puedo tenderte una emboscada y ponerlo en marcha.

Está paralizado en la acera.

—No puedes ir por la vida presionando a la gente para que haga cosas que no quiere hacer. Llegas, te instalas y dices vamos a hacer esto y vamos a hacer lo otro, pero no escuchas. No piensas en nadie más que en ti mismo.

—De hecho, estoy pensando en ti encerrado en esa habitación o montado en esa estúpida bicicleta de color naranja. Vas allí. Vas aquí. Aquí. Allí. De un lado a otro, pero nunca más allá de este radio de seis o siete kilómetros.

El mundo nos destruye a todos | minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora